Recogiendo lo positivo que aportan las
distintas concepciones de la evangelización, refiriéndola a su centro
Jesucristo y a su sacramento que es la Iglesia, y dada la imposibilidad de reducirla
a una única fórmula perenne, exponemos en puntos sus elementos esenciales:
1. Es renovación de humanidad y de sectores
de humanidad (E.N. 18-19). La acción personal comunitaria de desvelamiento y
clarificación, de creación y promoción del hombre nuevo —liberado y realizado
en Jesucristo— que ya está presente por su Espíritu en el hombre, la cultura,
la historia y el cosmos.
2. Es anuncio presencializador —en palabras y signos— del Evangelio para los
hombres de hoy, de Jesucristo resucitado, vivo en el hoy de los hombres.
3. No hay humanidad nueva si no hay hombres
nuevos, con la novedad del Bautismo —ser en Cristo— y de la vida según el
Evangelio —vivencia—.
4. Su finalidad es el cambio interior y,
desde ahí, el exterior. La Iglesia evangeliza cuando por la sola fuerza divina
del Mensaje que proclama, trata de convertir al mismo tiempo la conciencia
personal y colectiva de los hombres, su actividad, su vida y sus ambientes
concretos; criterios de juicio, valores dominantes, líneas de pensamiento, modelos
de vida, etc.
5. Así se entronca con el Hombre Nuevo,
Jesucristo, signo de la liberación integral que entraña la presencia del Reino
de Dios entre nosotros (EN 16). La evangelización se ve urgida por la
realización, en las propias circunstancias históricas —en la propia
experiencia— de los sentimientos y actitudes de Jesucristo en las que Dios se
ha revelado.
6. Desde aquí, la Evangelización se sitúa
primordialmente como obra de testimonio y con una urgencia de conversión, a la
que la misma comunidad cristiana se encuentra llamada pues, en tanto
evangeliza, en cuanto a su vez es evangelizada.
7. Sin embargo, el más hermoso testimonio,
sigue siendo insuficiente, se revelará impotente, si no es esclarecido,
explicitado por un anuncio claro e inequívoco del Señor Jesús. No hay
evangelización verdadera, mientras no se anuncie el nombre, la vida, la
doctrina, las promesas, el Reino, el misterio de Jesús de Nazaret, Hijo de Dios
(EN 22); en cuya revelación se esclarece al hombre el misterio del hombre, el de
su filiación y fraternidad.
8. Entraña —anuncio y testimonio— la
actualización del Reino de Dios en medio de los hombres. Esto es de importancia
trascendental. El Reino que Él anuncia es la realización, en Él y los que le
aceptan, de las promesas escatológicas. Es la presencia salvadora de Dios,
actuando a través de Cristo en todos los lugares, tiempos de la historia,
esfuerzo de los hombres en busca de Dios y de un inundo conforme a su plan. Se
va a actualizar —realizar— el ideal del Rey Justo. Esta justicia no es solo la
equidad entre los ciudadanos, sino la defensa y protección de los débiles
oprimidos, desvalidos, pobres, porque Dios asume su causa.
CONCLUYENDO
No hay evangelización si no hay anuncio
completo de Jesucristo, si no hay presencialización del mismo con palabras y
signos, si no se es en Cristo y se vive
según su Evangelio, si no hay un hombre convertido en sus distintas dimensiones
y no se transforman sus ambientes.
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