domingo, 13 de enero de 2013

EXISTENCIA CRISTIANA 7: Creación y continuación


A base de repetir, las verdades de nuestra fe, muchas veces las quedamos reducidas a un esqueleto  duro, inanimado, sin conexión con nuestra realidad y sin transmitirnos la vida que el Señor, a través de la fe en esas verdades, quiere comunicarnos. Esto nos sucede con la creación. Al confesarle creador de todas las cosas, para una gran mayoría, es aceptar un pasado en el que el Señor ha actuado poniendo en marcha la vida. Una actuación grandiosa, pero que está en el pasado, desconectada de todo lo acontecido posteriormente; como si no tuviera que ver ni con la encarnación redentora ni con la salvación del hombre y, desde luego, como si no tuviera relación con el presente, con nuestra vida actual, incluida la vida cristiana e incluso la Iglesia. Es todavía frecuente, oír que ha habido una era del Padre –la creación- que queda en el pasado, una era del Hijo –la encarnación redentora- y una era del Espíritu Santo en la que se produce la santificación y que sería la que corresponde a nuestro tiempo hasta su final en la Parusía.
¿Esto es así? ¿El Padre solo en un principio, allá en la lejanía y comienzo del tiempo, cuando comenzó todo? No lo creo así. Cuando digo creación ¿es solamente un acto puntual –sacar de la nada- está exigiendo una acción continuada para que no vuelva todo a la nada? Esto es presencia no sólo en un principio sino en el desenvolvimiento y la evolución de la vida hacia sus “complejidades crecientes”. Es presencia que está sosteniendo la encarnación y redención del Hijo y mostrando su amor infinito en su muerte y resurrección. Es presencia inefable en todo el desarrollo y evolución de la vida cristiana. No hay ser ni instante de ser que no esté dependiendo absolutamente de Él. Esa presencia no es algo estático y mucho menos distante, está actuando permanentemente desde una cercanía inigualable pues es cercanía en el ser. Siendo distintos de Él no somos nada sencillamente porque Él es. Permaneciendo distintos, nuestro principio, nuestro soporte y nuestro fin es el Dios inefable. Es toda la creación, y en ella el hombre, la que está preñada de gloria porque conlleva su acción permanente –”está siempre trabajando (Jn 5, 17)- su amor infinito a todo lo que saca de la nada porque lo ama.
Esto lo hemos expresado en conceptos distintos –conservación, concurso, providencia- pero que contienen una única realidad, que su amor no se extingue con un primer acto creador sino que continúa sosteniendo y actuando para que todo pueda seguir “siendo”. Y me pregunto, ¿Por qué no se reduce su acción a un principio o simplemente a ser un soporte, sino que impone un dinamismo a su actuación que está permanentemente en acto?, y no encuentro otra explicación, que la misma acción creadora. ¿Por qué nos crea? Porque nos ama y quiere comunicarnos la plenitud de su amor. No se conforma con darnos retazos, quiere comunicarnos lo que Él es y le define: “Dios es Amor” (1ª Jn 4, 8) y no ve completada su creación hasta que sus hijos no lleguen a serlo en plenitud y toda la creación participe de la manifestación de esa plenitud (Rom 8, 18-25). Esto no lo hace, además, desde fuera, imponiéndose al hombre, haciéndolo súbdito, sino hijo. Es desde dentro porque su amor es omnipresente en todo lo existente. No es el Dios lejano que decide, manda impone y juzga, sino el Dios cercano que está presente en todo lo verdaderamente humano que hace el hombre, asociándolo a la acción creadora, que lo convierte en mediación necesaria para poder seguir actuando. Es creador haciendo creadores.
Por eso me sorprende que tantas veces digamos ¿dónde está Dios? Cuando en realidad está siempre creando y actuando donde y cuando yo actúo. Esto me llena de admiración, porque creo que debe sufrir porque ama, porque hace suyo nuestro dolor y no es impasible ante nuestra contingencia y debilidad. Debe sufrir, al seguir manteniendo en la existencia y no retirar su amor ni siquiera ante quien le ofende y, siendo amado y sostenido por Él le contradice profundamente. Y alegría inmensa la que debe sentir cuando sus hijos responden a su amor dando cauce a su acción creadora provocando alegría y felicidad.

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