La historia, y
también la historia personal, nos ha mostrado que de muchos se dice que han
sido elegidos por Dios para determinados ministerios, servicios, cargos,
profesiones… etc. En algunos es habitual el recurso a la elección divina a
través de una vocación desde luego del sacerdocio o de la vida religiosa.
Siempre se tratan de justificar a través de esas “llamadas”. Muchos han querido
descubrirlas y al no encontrarlas han desistido. No eran elegidos, no tenían vocación
o llamada.
Si a esto
añadimos el “cómo” se han logrado determinados ministerios, cargos o
profesiones –incluso el sacerdocio, el episcopado e incluso el papado- nos
hacen pensar que esto de la elección divina no ha sido más que tejemaneje
humano –y no muy limpio- más que una acción divina destinada a promover una
misión o dedicación digna dentro de la Iglesia. Es a lo que queremos referirnos
en la presente reflexión. ¿Cómo entender que Dios elige al papa, al obispo, a
los sacerdotes, a los religiosos y a cuantos desempeñan un servicio en la
Iglesia?
Creemos que
mediante una acción directa y clara no es así, al menos en la gran mayoría.
Primero porque no es la forma ordinaria de actuar de Dios. Él no es un actor
inmediato en nuestra historia. Ordinariamente actúa a través de mediaciones. En
segundo lugar porque es historia real las luchas, las intrigas, los disimulos
de la verdad o su ocultación, los fraudes, las adquisiciones a cambio de
bienes,… etc. Que se han producido para lograr determinados cargos convertidos
en prebendas. Algunas “canonjías” tienen historia. Todo ello nos obliga a
pensar que una acción directa –elección- por parte de Dios debe ser excluida.
¿Tomando la
iniciativa respecto de un candidato frente a otros pretendientes? Por las
mismas razones no podemos afirmar esto, es muy clara la iniciativa humana
–muchas veces nociva y perjudicial- buscando prebendas y sometiéndose a
servilismos, a veces inhumanos, para lograr determinados puestos.
Pero,
desgraciadamente, así ven este asunto mucha gente y hasta se resignan después
si el pretendido elegido no ha respondido debidamente cuando se le supone una
elección divina. Lo ven algo así como si Dios decidiera previamente a quien
elige y luego, moviendo secretos hilos, claros u ocultos, hace que lo logre
saliendo elegido el que estaba predeterminado por Él. Así tampoco puede
entenderse una elección divina porque entonces todos los elegidos por Él lo
lograrían, con lo que haríamos siempre responsable a Dios de las muchas
elecciones malas que han existido en la historia y que hoy también existen.
Quede por tanto
claro que Dios no actúa directamente ni nombrando ni eligiendo ningún candidato
suyo previamente a cualquier elección hecha por los hombres. Él ni impone
candidatos ni tampoco electores. Depende de la voluntad humana, de su recta
ordenación para lo que con esa elección se pretende y del bien común que
siempre debe perseguirse.
¿Entonces Dios
no tiene nada que ver? Lo mismo que afirmamos todo lo anterior, afirmamos
también que Dios sí tiene que ver en una elección, siempre a través de una
acción mediada y nunca sustituyendo la libre voluntad de los legítimamente
electores. Él asume lo que las circunstancias demandan en las coyunturas
históricas concretas y los hombres rectamente eligen siempre atendiendo a los
signos de los tiempos. Él hace suya la decisión que los hombres con los medios
legítimos naturales y sobrenaturales han tomado. ¿También hace suya una
elección equivocada? Él no la ha tomado pero hace suya la tomada por los
legítimos electores. Pueden honradamente equivocarse –no una elección hecha con
malas artes- pero al elegido no le faltará la ayuda divina para llevar a
término la misión y la vida para la que es elegido. Será en su fidelidad a
estas donde se hará eficaz la elección de Dios que ha hecho suya la elección
humana.
Pero hay que
suponer siempre unos electores que obran con rectitud y honradez, buscando
siempre el candidato más idóneo para responder a lo que la coyuntura histórica
demanda y teniendo siempre como fin el bien común en el servicio al que se le
destina. También la historia está llena de elecciones en principio equivocadas
que, con la ayuda de Dios, han cumplido, a veces extraordinariamente bien y con
creces, la misión para la que equivocadamente fueron elegidos.
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