Hace poco murió
un íntimo amigo mío después de padecer durante meses y siempre en la duda sobre
la clase de mal que le aquejaba. Otros muchos en hospitales y casas
particulares también se ven aquejados por males tremendos que a la larga o a la
corta les llevarán a la muerte. Ante tanto dolor y tanto sufrimiento no puedo
evitar preguntarle, al Señor, quizá con atrevimiento insolente, ¿cuál es su
papel en estas tragedias?, ¿qué es lo que Él hace? Y ¿cómo lo hace?
Creo tener
claro, que el Señor es nuestro Creador y nuestro Padre y tanto una cosa como
otra están señalando al amor como eje y centro de ambas realidades. Porque es
Creador no puede haber ninguna otra causa, como origen de todo lo creado, que
el amor y la relación que se establece con nosotros –entre creador y criatura-
no puede ser otra que el amor. Toda la creación está referida a Él
entitativamente en una relación que sólo puede ser amor. No es algo de orden
moral o afectivo sino de orden entitativo. Es el ser y la existencia de cada
creatura la que está referida a Él hasta el punto de que si dejara de amarnos
dejaríamos de existir. Y si nosotros dejáramos de amarle conscientemente se
produciría una fractura que llevaría consigo una contradicción no sólo de orden
moral sino entitativo pues, por un lado, somos y estamos referidos a Él y, por
otro, conscientemente, estaríamos rechazando esa referencia.
Ser Padre
nuestro está indicando, en la criatura racional el mismo proceso. Por serlo es
origen de vida y, al serlo universal, lo es de toda vida. No hay vida que no
sea originada últimamente por Él y la vida está originada por el amor. Éste es
el origen de toda vida su paternidad, es de una fecundidad sin límites. No hay
humano que no sea amado y, consiguientemente que no sea hijo. Cierto que muchos
ni conocen ni viven conscientemente esa relación, pero eso no quiere decir que
no exista, y, consiguientemente, que por ello no sean hijos suyos.
Por todo ello
se me crea, una gran confusión cuando contemplo el sufrimiento de alguien,
especialmente si son personas muy queridas por mí. Hasta en los últimos casos
que se me han dado, no he pedido que los cure, que les quite la enfermedad que
los aquejaba. No me atrevo, porque me parece hasta ofensivo para Él. Si son
hijos suyos, si los quiere, si están referidos a Él, en algunos casos hasta muy
conscientemente, ¿cómo atreverme a pedirle que les quite esos sufrimientos?
¡Cómo si él no los quisiera! ¡O como si yo los quisiera más que Él! Y, además,
como si fuera el causante de tanta tragedia o tuviera que ver algo en ello.
Sabe muy bien que no se lo he pedido pero, por otra parte, siento como
necesidad de hacerlo. Me deja insatisfecho, como si no quisiera hacer lo que
debiera hacer.
Tengo claro que
Él no causa esos sufrimientos, ni la muerte que es su desenlace último. Todo
esto acontece, por causas ajenas a su voluntad. Consiguientemente, no puede
quererlas y mucho menos que hagan sufrir tanto a sus hijos. Tampoco puede
impedirlo. Sería desdecirse del mundo y del hombre que ha creado haciendo cielo
lo que es mundo y ángel lo que es hombre. Además ¿cómo evitar la acepción de
personas?, ¿por qué con este sí y con otros no? Y si con todos, pues todos
viviríamos indefinidamente. Entiendo todo esto, pero no me tranquiliza. ¿Dónde
está su amor? ¿Dónde queda la referencia con Él?
Estas vidas
enfermas y sufrientes son vida, disminuida por la enfermedad o la vejez, pero
vida. Por tanto siguen estando referidas a Él y como parte de un todo y Él
sigue originándola porque su amor sigue actuando, sigue amando, pero ¿hasta
dónde? Y tengo que responderme, que hasta siempre. La dificultad está en que
nosotros creemos que “esta” vida que tenemos, enferma o sana, es “la” vida, la
totalidad de lo que somos y disfrutamos y esto no es verdad. Esta vida es una
porción o parte de una vida total y es esta la que recaba para Él, la que ama y
la que está referida a Él. Esta vida está integrada en la vida total como
parte. Y Dios recaba totalidades y, las partes en cuanto que están integradas
en ellas. La enfermedad, el dolor y el sufrimiento son carencias que afectan a
esta vida y son estimulo o impedimento para la vida total.
Entonces, ¿se
desentiende de todo esto que en esta vida nos afecta a veces tan amargamente?
¿Él dónde está cuando sufrimos tanto? Desde luego nunca causando ningún
sufrimiento porque nos ama ahora, en esta vida, y en la vida total. Tampoco
permitiéndolo que sería otra forma de consentirlos y quererlos. ¿Entonces?
Compartiéndolos y ayudándonos a superarlos. Su amor por nosotros es tan total
que asume el dolor de aquellos a los que ama y nos ayuda a superar su verdadero
mal que puedan convertirse en impedimento para nuestra vida total. Hace suyo lo
nuestro, todo lo nuestro, menos el pecado y lo conduce a derrotar el mal que
nos afecta y que Él ni causa ni quiere, aplastándolo con la plenitud de la vida
a la que siempre nos llama. Con ello despoja al sufrimiento, el dolor y la
muerte de su verdadera tragicidad y los convierte en agentes de la destrucción
del mal. Pero tenemos que ser nosotros, es nuestra libertad ayudada por su
gracia, la que desarrolla esta historia nuestra. En esto nadie puede
sustituirnos. Él tampoco, tendría que estar haciendo milagros permanentemente
con cada uno de nosotros y estaría escribiendo una historia que ya no
reconoceríamos como nuestra.
Entonces, me
preguntaba, ¿El Señor dónde está? Y, siendo consecuente, tengo que responder
que en el que sufre y con él. Por un lado impidiendo, con su colaboración, que
el mal que le afecta se convierta en un obstáculo serio para su vida total que
es su vida definitiva. Por eso anima, conforta, ayuda a ver claro y crea una
esperanza sin límite más allá del dolor y de su desenlace la muerte. Haciendo
realidad en el enfermo que asuma su vida, esta vida ahora enferma, y la entregue.
Nos la ha dado para entregarla, querer conservarla es perderla. Solo dándola
podemos recuperarla en la totalidad de la que es parte. Por otro lado, siempre
con nuestra colaboración, convirtiendo el sufrimiento en instrumento de
destrucción del mal y la misma muerte en portal de dicha eterna, de la vida
definitiva y plena. Hace que lo que sufrimos irremediablemente sea remediado
definitivamente. Él no está en el dolor y el sufrimiento, está en su superación
y remedio definitivo. Esto hace que lo encaremos poniéndolo en su sitio, con
aquella indiferencia ignaciana en la que da igual salud que enfermedad, vida
larga o vida corta, porque no es eso lo más importante sino que alcance la
meta. Y es hacia ahí hacia donde hace confluir, si le somos fieles, todo
aquello por lo que estoy pasando y lo que estoy sufriendo.
Todo lo cual
hace vivir la situación de otra manera muy distinta, pues entonces descubrimos
la acción, que está actuando, para nuestro bien en el pasado, el presente y el
futuro. Él ha estado y está y estará actuando permanentemente para que en toda
situación, incluida la más adversa, yo encuentre siempre mi bien. Es en mi
interior y en el interior –corazón- de todos los que me rodean donde actúa sin
cesar. En los médicos que me atienden para que diagnostiquen acertadamente, que
encuentren el tratamiento adecuado y puedan aliviarme… Es en el interior del
personal sanitario para que cumplan con amor y eficacia su cometido… Es en los
familiares y amigos para que siempre me encuentre acompañado y querido… Es en
mi interior para que sea dócil, cumpla el plan y tratamiento; para que
aproveche mi situación dolorida para unirla a la de tanto Cristo paciente que
no tiene el consuelo de vivir su sufrimiento como yo vivo el mío… Es en el
corazón de todos y cada uno donde incansablemente está actuando para que el
dolor de sus hijos no sólo sea llevadero sino que se convierta en camino
agradecido hacia aquella plenitud prometida donde ya no hay llanto ni dolor
porque todo eso es ya pasado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario