No me ocurría
antes, Señor. Si tenía que hacer algo me dominaba la impaciencia. Tenía que
hacerlo cuanto antes y no paraba hasta tenerlo acabado. Era aquello que se
dice: no dejes para mañana lo que puedas hacer hoy. Pero de un tiempo a esta
parte voy dejando para mañana muchas cosas que podría hacer hoy. Se salvan las
obligaciones estrictas y los compromisos adquiridos y, aún estos, muchas veces
los voy dejando para la última hora. A veces es como una desgana, otras como un
no atreverme a hacerlo, otras porque el más mínimo obstáculo me parece una
dificultad insalvable, otras porque creo que no es el momento adecuado o que
puedo molestar, otras… Lo cierto es, Dios mío; que voy dejando muchas cosas
para un mañana que me parece cargado de plenitud frente a un hoy marcado por la
mediocridad, la inapetencia y la dificultad. Como si ese mañana fuera una
liberación de tanta poquedad y tan escaso valer que veo en mí. Se me antoja que
en ese mañana esperado, toda la dificultad que siento y toda la inapetencia que
me domina encontrarán la libertad soñada y las ganas de una realización
plenificante. El mañana aparece como un gran sueño donde todo lo bueno que se
me ocurre y no hago será realizado. Aparece como una gran fuerza irresistible
que deja el presente vacío y sin atractivo, inane, sin capacidad de movilizar
la más mínima energía y convirtiendo el hoy en un verdadero nido de deseos.
Mañana se realizará todo porque mañana será otra cosa muy distinta de hoy,
mañana habrá lucidez y energía, mañana tendré todo de lo que hoy carezco.
Y pienso, Dios
mío, que esto tiene que ver contigo. Que en ese mañana estás Tú, que ese mañana
eres Tú. Como dice una poesía convertida en himno litúrgico; “Tú eres el
primero que encuentra la mirada del corazón apenas nace el día. Tú la esperanza
firme que me queda”. “Siento que a tientas a ti te busco”, “levanto mis manos y
el corazón al despertar la aurora”. Tú eres la plenitud que añoro, el colmo de
esta poquedad que siento, el absoluto que tiene toda la plenitud de todo lo
relativo que me rodea y en lo que me muevo. ¿Cómo no confiarte el anhelo de la
mañana? ¿Cómo no soñarlo en cada momento del hoy que impone la limitación y la
imperfección de lo que no es pleno? Tú traes ese mañana espléndido y, superado
el tiempo, Tú eres ese mañana absoluto que no tiene acabamiento porque no
conoce ocaso. Lo relativo del presente no me deja vivir esa plenitud más que en
la esperanza. No permite experimentarla convirtiéndola en deseo. Como un imán
que atrae y conduce hacia él las leves
limaduras del hierro. Presente, hoy, día y noche de ese tiempo que pasa, no
caen en la nada porque cada cosa, da sentido a este presente sin devaluarlo,
dándole soporte y mantenimiento. El da su auténtico valor pues lo aboca en
esperanza hacia su plenitud que es su término. ¡Pobre presente sin ese soporte
que le da la esperanza del mañana! Ella lo configura dándole sentido y
proyectándolo hacia su auténtica realización y meta.
Gracias, Señor,
por el presente. Por el hoy tantas veces cargado de las contradicciones de mi
historia y la de todos pero presentimiento y nido de deseos abocado al Mañana.
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