Mira
al cielo
Son bastantes las veces que los evangelistas nos dicen que Jesús mira al
cielo. Lo dicen de diversas maneras: “levantando los ojos al cielo” (Jn. 11, 41; 17, 1; Mc. 6, 41), o “alzando la
vista al cielo” o “alzando la mirada al cielo” (Lc. 9, 16; Mt. 14, 19). En otras
ocasiones nos dicen qué es lo que ve en el cielo: “ha visto al Padre (Jn. 6, 46), también a Abraham (Jn. 8, 57) también que “vio que el Espíritu bajaba” (Mt. 3, 16) y que Él hace o actúa según “lo que ve hacer al Padre” (Jn. 5, 19).
Aunque se refieren al cielo como un lugar, lo que expresa propiamente es el
ámbito de Dios, donde se presencializa y desde donde Él actúa. Suele situarse
“arriba”. Pero ni es un lugar ni está situado por encima del espacio. Es el
ámbito de Dios en contraposición al “ámbito de abajo”, el ámbito del mundo. Así
lo expresa Juan (8, 23): “vosotros
pertenecéis a lo de aquí abajo, yo pertenezco a lo de “arriba”; vosotros
pertenecéis al orden este, yo no pertenezco al orden este”. Su príncipe es el
padre de la mentira y al que pertenecen todos los que le siguen ( ).”Quién viene de
arriaba está más alto que nadie, quien es del suelo, del suelo es y desde el
suelo habla. Quién viene del cielo está más alto que nadie, de lo que ha visto
y oído, de eso da testimonio, pero su testimonio nadie lo acepta” (Jn. 3, 31-32).
Jesús mira al cielo, es decir, tiene conciencia del ámbito al que Él
pertenece y al que presta toda su atención, porque Él ni vive ni actúa al
margen del Padre, vive en su misma esfera en la unidad del Espíritu. Más
claramente no se puede expresar que cuando el, padre de la mentira moviliza
toda su influencia para condenarle: “Desde ahora vais a ver como este Hombre
toma asiento a la derecha del Todopoderoso y como viene sobre las nubes del
cielo” (Mt. 26, 64). Su Hora la
marcará precisamente “cuando sea alzado en alto” (Jn. 3, 14), es decir, cuando muestre –con su amor que es el del
Padre- que está arriba porque es de arriba y arrastrará a todos hacia sí para
que tengan vida eterna.
Mirar al cielo es ver lo que el Padre quiere, no sólo en general sino en situaciones
concretas, como en la resurrección de Lázaro, no es para pedir sino para dar
gracias porque el Padre –que le escucha siempre- le ha escuchado, o en la
multiplicación de los panes y los peces, donde tampoco pide sino que da
gracias. No necesita pedir porque está identificado con el querer del Padre, está en su misma esfera –cielo- pues
el Padre y Él son uno (Jn. 10, 30). Desde esa identificación puede exclamar cuando llega su Hora: “levantando
los ojos al cielo dijo: Padre ha llegado la Hora, manifiesta la gloria de tu
hijo, para que el Hijo manifieste la tuya” (Jn. 17, 1). Levantar los ojos al cielo o mirar al cielo es mostrar
la identificación que existe entre Él y el Padre. No es súplica ni tampoco
sometimiento. Es tal la identidad existente que ni el Padre tiene que mandar,
ni el Hijo tiene que obedecer porque la sintonía es total.
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