lunes, 13 de junio de 2011

ASUMIR LA HISTORIA DÉBIL

 
Me pasa muchas veces, Señor, que cosas que se me ocurren y que me hacen bien, no me atrevo ni a escribirlas ni a decirlas, porque me parece que se separan mucho de lo que habitualmente se dice en la predicación o en la interpretación de la Escritura o en la teología más al uso, Pero cuando otros, a los que se les ha ocurrido lo mismo, lo dicen o escriben documentadamente, me llevo una gran alegría y me siento apoyado para decirlo o escribirlo para los demás pues creo que puede hacerles el mismo bien que a mí. Es el caso del comentario al llamado discurso de Jesús, tu Hijo, sobre el pan de vida que nos ha conservado el evangelio de Juan en el capítulo sexto.

Al principio lo entendí como una consecuencia lógica y la explicitación del signo de la multiplicación de los panes y los peces, con una relación muy directa a la eucaristía. Luego, Señor, se me fueron imponiendo una serie de ideas que reforzaban lo que yo pensaba y era dominante en mi vida: que en tu Hijo, Señor, nos has ofrecido la vida total, que no puedo lograr si no le acepto a Él y entró en comunión con El. Más tarde la lectura del texto me parecía de una lógica aplastante. Si El es el pan de vida bajado del cielo, si es tu enviado que vive por ti, esto quiere decir que ha descendido. ¿Hasta dónde?. Si ha asumido nuestra condición, ha tomado todo lo nuestro, quiere también decir que se ha metido en nuestra historia y la ha asumido como es. Y esta historia nuestra, Señor, es contradictoria, débil y pobre. Entonces, aceptar a tu Hijo, que es aceptarte a ti, es aceptarlo corno Tú has querido, en esta historia nuestra débil. Es desde ahí, ni desde el poder y la fuerza, desde donde nos has objetivamente salvado. Entrar en comunión con El, comer y beber su carne y sangre, es aceptarle como El es y comulgar con Él como El es, es decir, en su historia débil como la nuestra que ha asumido. Y aquí me admira, Señor, la lógica de tu amor para con nosotros. La redención se ha hecho en la debilidad de la carne, no en la omnipotencia del todopoderoso como lo entendían los judíos y hoy siguen entendiendo muchos cristiano: por eso se escandalizaron porque no podían entender que Tú, Señor, te mostraras como un Dios débil, sin otra omnipotencia que la del amor mostrada en la debilidad y la pobreza de nuestra historia. Ahora entiendo el escándalo de los judíos y la necedad de los griegos. Aquellos no podían entender tu lógica y querían imponer la suya, estos la despreciaban por inútil, un Dios débil no les servía para nada porque no les solucionaba nada. Sin embargo, Señor, para los creyentes era sabiduría, ¡y nada menos que la tuya, Señor!, donde mostrabas la fuerza de tu amor. Carne y sangre es la historia de Jesús, tu Hijo, comerla y beberla es aceptarla y participarla, y esto redime a nuestra historia de sus contradicciones. Pero la forma no ha sido desde fuera, ajena a nuestro mundo, sino por una encarnación redentora. Encarnarse pasa a ser el modo evangélico de comulgar, introducirse en la carne y la sangre de la historia de tu Hijo, que es también en su debilidad la nuestra, para ser redimida por tu amor que es siempre vida: mi Padre, que vive, es quien me ha enviado, yo vivo por el Padre. Tu ámbito es, Señor, la vida. Tú eres el Padre, siempre origen en tu fecundidad de la vida, mostrada en el Hijo, comulgar con Él es participar en tu vida. Hablar de vida eterna, ya en esta vida, no es como un premio que recibe al final, allí será la eclosión definitiva de tu paternidad con nosotros, que ya estaba originada y desarrollándose en la debilidad de la carne y la sangre participadas. ¡Admirable, Señor, tu lógica tan distinta a la nuestra! La nuestra es la de los judíos y los griegos. Te creemos todo poderoso desde el poder y la fuerza. Por eso, cuando se nos impone la contradicción –manifestación de la debilidad de nuestra historia- no sabemos, Señor, donde estás o creemos que te has desentendido de nosotros. O te abandonamos, Dios mío, porque te queremos un dios útil, que nos solucione las contradicciones intrahumanas, remedie la experiencia de la debilidad y cambie el curso de los acontecimientos que nos son desfavorables. Somos judíos o griegos o las dos cosas a al vez. Nos cuesta, Señor, entenderte porque tu lógica no es la nuestra, insistimos más en el cielo de donde vienen, que en el suelo al que desciende.

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