lunes, 13 de junio de 2011

¿PIEDAD POPULAR O CATOLICISMO SOCIOLÓGICO?

 
Siempre me admiro, Señor, de la fe de la gente sencilla, quizá porque yo sea bastante complicado y, desde siempre, mi ánimo no se sosiegue si no tengo buenas razones. Eso de no necesitar otros auxilios para creer que la sencillez de aceptar lo que se siente que es grato a tus ojos, que no necesita más que suponer tu voluntad y que con su actitud se te agrada, aunque muchas veces lo haya criticado como insuficiente, en el fondo siempre me produjo admiración. No en mí, Señor, que nunca tuve esa sencillez, sino en otros, en tantos que no tuvieron las oportunidades que yo tuve y su fe se agarró esperanzada a una imagen, un santuario, un acto de culto, unas prácticas piadosas, un santo, una tradición, una costumbre... Esta fe acrítica ha desarrollado en ellos una piedad a veces admirable. Así la he admirado en muchos y así lo reconozco, Señor. No han tenido otra cosa y Tú, Padre, has sabido aprovechar lo que tenían para seguir haciendo maravillas en ellos, en tu Iglesia y tu mundo. Esta piedad les hace vivir la vida cristiana en sus familias, su trabajo, sus relaciones vecinales o de amistad, y no se les ocurriría desmentirla con actitudes o deseos, actos o prácticas contrarios a lo que intuyen que debe ser esa vida cristiana. Aunque no lo sepan apoyar en razones, conocimientos, ni lo sepan encontrar en la Biblia o el catecismo. Pero su vivencia y su intuición les dice qué te es grato y qué no lo es. Aquí veo, Señor, una vez más lo admirable de tu acción, que va más allá de la acción de tu Iglesia y que, por tu Espíritu vas llegando a muchos más de los que llega la pastoral de tu Iglesia y, desde luego, la fe ilustrada, tematizada y científica de otros también necesaria en ella.

Pero, cuando no veo esto, Señor, me produce una profunda desazón. Cuando una religiosidad no produce piedad, en un vivir consecuente con lo que se intuye que te agrada, Señor, entonces siento ese desasosiego. Y no le encuentro otra razón más que o se han quedado en mera religiosidad sin dar el salto a la fe o se ha traducido en vivencia sociológica al margen de cualquier compromiso personal. Aquí la desazón se ha convertido muchas veces en dolor.

Aunque es difícil deslindar campos en esta realidad creo, Dios mío, que la religiosidad es algo connatural al hombre. Pero no nace de una fe sino de una necesidad. La religiosidad comprende todo el movimiento humano hacia ti, Señor, cuando se te intuye como Alguien que, por encima de nosotros, dirige nuestra historia siempre necesitada de ayuda y remedio. Es precisamente esa necesidad la que condiciona al hombre y, en vez de ayudarle a dar el salto de la fe, se convierte en obstáculo, bien creando imágenes que no responden a tu ser o pretendiendo dominarte mediante el culto. Entonces se establecen unas relaciones viciadas contigo. Te doy culto o hago promesas y sacrificios para que remedies mi necesidad o la de todos, apartes este o aquel mal que me amenaza o me otorgues este o aquel favor. Es lo humano que, en su indigencia, negocia contigo de tú a tú tratando de atraerte y moverte a que se elimine el origen de la necesidad. Cuando no la siente, Tú pasas al olvido o a recuerdos puntuales para tenerte satisfecho o tener tu favor para que no les hagas ningún daño.

Cuando esta religiosidad, connatural al hombre siempre necesitado, es cogida por la revelación, que viene de ti hacia el hombre, donde Tú Padre te manifiestas como eres no como te intuimos nosotros, entonces origina una respuesta que no nace de la necesidad sino de la gratuidad que envuelve todas tus relaciones con el hombre y que trasciende toda necesidad. Es fe, que responde agradecida al don, Señor, que Tú nos haces, que incorpora a la mera religiosidad la revelación de la gratuidad de tu paternidad inefable. Quizá no se perciban todos los elementos de esa revelación, quizá no se sepan ensamblar, quizá no se sepa expresar... pero origina una piedad que es expresión de una respuesta personal en su relación contigo y con los demás. Si no se da este salto, la religiosidad queda a mereced de la necesidad haciéndola compatible con imágenes que no te representan y hasta en contradicción con la revelación que de ti nos viene. Contradicción que vemos en tantas religiosidades, nacidas de necesidades sentidas por el hombre. Matar, excluir, reprimir, torturar, etc. en tu nombre tienen historia entre nosotros. Para contentarte, ¡cuántas veces hemos inmolado al hombre!. Ahí está la cruz, clavada en medio de nuestra historia, para mostrarnos a donde puede llegar una religión sin fe o una fe convertida en religiosidad o una fe utilizada por ésta. Terrible, Señor, cuando el hombre vive este desatino. Y lo más terrible es que en estas situaciones la religiosidad domina la conciencia que, cegada por la necesidad o la conveniencia, no hay quien la convenza de que Tú no tienes nada que ver con las atrocidades que se nos ocurren a los hombres en nuestras necesidades, conveniencias y hasta caprichos.

Si este divorcio entre religiosidad y fe, entre necesidad y gratuidad, es lamentable, el lamento llega al colmo cuando religiosidad y fe, no pasando por la barrera de una respuesta personal a la revelación, se convierten en fenómeno puramente sociológico. Bien por identificaciones absurdas con la familia, el pueblo, la nación, la patria, etc. bien porque son reducidas a manifestación cultural, folklore, costumbre, etc. El mismo culto, expresión privilegiada de nuestra relación contigo, es reducido a práctica social. Este fenómeno sociológico, hoy tan frecuente, Señor, no responde ni a la religiosidad connatural al hombre, ni a la piedad, ni a la fe. Se queda en la cáscara dejando intacto el fruto. No dudo, Señor, que la fe cristiana ha tenido y tiene una influencia social, ella ha influido en leyes, costumbres, prácticas y manifestaciones que están ahí con una influencia positiva en la sociedad. Pero si todo ello no responde a un interior personal y colectivo, a veces hasta en oposición con lo que socialmente se representa, entonces se le despoja de su fundamento, dejándolas en la rutina confiadas a la pura inercia de las repeticiones. Si a esto añadimos el interés social de mantenerlo a todo trance, estimulado por el consumismo reinante y los intereses comerciales o políticos o sociales, la vaciedad es notoria y la contradicción con lo que les dio origen y se celebra es también lamentable. Son prácticas y celebraciones cristianas que tienen su origen como expresión de la fe o la piedad de un pueblo, pero hoy no son expresión de fe alguna porque no se puede expresar lo que no existe ni se puede manifestar lo que no se tiene. Esta es la contradicción que ve, Señor, en la mayoría de estas manifestaciones que no responden ya a la fe de un pueblo, es más a veces están en contradicción con ella.

Y, en este punto, veo también que pueden engañar a pastores y comunidades cristianas. A nadie se le oculta el poder de convocatoria que tienen algunas de estas manifestaciones en su rutina repetitiva. También el retorno creciente a ellas en la actualidad. Muchos pueden interpretarlo como extensión o vuelta a la fe que muchos abandonaron, como signo de primaveras, siempre soñadas en tiempos de sequía, para la vida cristiana. Pero ¿qué signo es el despojado de la realidad significada?, ¿qué vida cristiana puede significar o potenciar, cuando ni nace ni se pretende en dichas manifestaciones?, ¿cómo compaginarlas con el olvido del hermano o el consumismo feroz o, principalmente, con el destierro de ti, Dios soberano, en la realidad de sus vidas?, ¿qué tipo de cristiano es el resultante de la clientela habitual en estas manifestaciones?, ¿qué respuesta da la Iglesia con ellas a las inquietudes, problemas y aspiraciones del hombre de hoy?

La verdad, Señor, es que me asusta esta situación y me duele cuando tengo que experimentarla. No creo que vaya por ese camino lo que Tú quieres hoy de nosotros. Comprendo y respeto la piedad popular, pero el catolicismo sociológico, desconectado de la vivencia interior que recaba siempre una experiencia personal, no.

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