lunes, 13 de junio de 2011

AMOR O LUCHA


Fundar la transformación del mundo, de la realidad humana y cada una de sus relaciones, en la energía del amor, me parece hoy, Señor, algo fuera de duda. Es cierta la lentitud del proceso y, de aquí, que nos impacientemos queriendo ver pronto frutos y resultados. Cierto también, Señor, que el proceso propicia avances y retrocesos porque el amor no existe, existen los hombres que aman ganados por el amor. Y, mirándome a mí mismo, veo su dificultad y sus altibajos. Pero, sólo desde aquí, la necesaria transformación es entrañablemente humana, respeta a cada persona y no impone ni ultraja.

Creo, Señor, que esta dinámica transformadora del amor, de tu amor dado y participado por nosotros, es también lucha pero, desde luego, muy distinta de la nacida de nuestros intereses y egoísmos. Porque impone en nosotros, Señor, el bien de los demás antes que el propio y esto no se acepta y realiza sin lucha tenaz contra uno mismo. Situarnos ante ellos como servidores desinteresados de su bien, es una renuncia sistemática a la imposición del dominio, a la satisfacción o transigencia con nuestro egoísmo. Pero es más, también es lucha por adquirir, ser o tener lo que me permite servir más y mejor con más amplitud y lucidez. Esto exige una jerarquización de valores en la que la peor parte se la llevan siempre las propias apetencias y, desde luego, los propios intereses y satisfacciones.

Pero esta lucha, Señor, es también con los demás. Aquí te confieso que muchas veces, Dios mío, me hice un lío. Me iluminó grandemente la actitud de santos, como Francisco de Asís, que no plantearon realmente reforma de nadie, ni conquistas espirituales, ni proselitismos excluyentes, ni rechazos a poderes políticos o religiosos. Era su persona y la pureza de su mensaje las que tenían tal atractivo que cambió personas e instituciones sin mover un dedo contra nadie. ¿Es esto posible, Dios mío, en medio de un fragor de injusticias que corre de norte a sur y de oriente a occidente? ¿Es posible tal actitud sin retirarse a la soledad, cuando lo que te acompaña es la injusticia, el interés, la violencia, la mentira y los egoísmos? La verdad es que, durante mucho tiempo dudé. Me tentaba fuertemente este camino o el de la infancia espiritual de Teresa de Lixicux, con lo que imponía de lucha en uno mismo y contra uno mismo. ¿No es, en el fondo, lo que Tú hiciste en el Hijo? Él arrastró sobre sí lo que era culpa ajena, purificó en sí mismo a tu Iglesia para presentársela sin mancha ni arruga. El fue víctima expiatoria de lo que nunca cometió. Y aquí las dudas me comían, Dios mío.

¿Volcar mi agresividad contra quienes hacen injusticia en los demás? ¿Traducirla en violencia contra el agresor? ¿No sería este el camino real para ahondar la lucha en una división simplista de buenos y malos, de superpuros y supermanchados? ¿Y no entrar en la pelea, no sería abdicar, Señor, de la preferencia que siempre tuviste por los oprimidos, entrando en la comodidad de la pereza indiferente? Muchas dudas, Señor, porque la lucha está ahí con todos sus planteamientos y realizaciones, y yo estoy en medio de ella, unas veces hacia un lado, otras como cómplice del otro. No cabe, Dios mío, ni el repliegue ni el silencio.

Por eso hoy veo que no puedo luchar contra alguien como si fuera el enemigo, y no tuviera más que maldad o sólo él fuera el malo sin que la complicidad me alcance a mí y a los demás. Sé que mi agresividad debe integrarse en la construcción de un mundo distinto, transformando el presente, pero no debe traducirse en violencia contra nadie. Y sé también que esto es difícil, estar en la lucha con los demás, no contra ellos, mostrando la hondura de la injusticia que está en el corazón del opresor y del oprimido, un corazón, insolidario en sus exigencias o en sus reivindicaciones, en sus imposiciones o en sus resistencias. Y, desde esa hondura, mal compartido que nos afecta a todos, establecer la paz, tu Paz, nuestra Paz, que es Cristo tu Hijo, por los caminos de la única lucha válida con los demás, la lucha de la reconciliación que alza de la basura al pobre, destruye la causa del mal y borra el desquite en quienes más lo sufrieron.

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