lunes, 13 de junio de 2011

LA PRAXIS

 
Cuando miro hacia atrás, Señor en una perspectiva que me dan los años, veo cómo se han ido sucediendo conceptos, prácticas, movimientos, ideologías, etc. Que eran asumidos por mí y por otros con un carácter totalizador que hoy realmente me asusta. No me atrevo a decir modas pues éstas son más pasajeras y nunca comprometen tanto, aunque para algunos lo fueran. Uno de estos conceptos, provenientes de la ideología marxista, era el de la praxis.

La verdad es que me puse a estudiar con ahínco y los distintos autores que encontré no me aclaraban bien de qué se trataba. Todos coincidían en el rechazo de lo inverificable identificándolo en los más de los casos con lo trascendente. Todos también con la sospecha frente a lo que no condujera a la transformación de la realidad. La praxis venía a ser como el criterio supremo para discernir lo que es verdad, bien, justo, bondad, etc. Todos también en el rechazo de las teorías. Lo único válido eran aquellas acciones, y lo conducente a ellas, encaminadas intrínsecamente a transformar la realidad, bien externa al mismo sujeto o bien a la transformación del mismo.

Pero la mayoría no ahondó en el concepto y lo que éste suponía. Entendió la praxis como la actividad consecuente, hacer frente al teorizar, las obras frente a las palabras. Aquello del refrán: obras son amores y no buenas razones. Y, entendida así, creo que trajo un influjo bienhechor en todos nosotros porque estábamos hartos de tanta palabrería, tanto teorizar, tanta charlatanería en casi todos los ámbitos de tu Iglesia. Necesitábamos cumplidores, realizadores, bienhechores frente a tanto bien pensante que no sólo no hacía nada sino que, con tantos pensares, tampoco dejaba hacer. Y la praxis corrió como la pólvora. Si, además nuestra historia era un atolladero al que había que buscarle fin y salida, la acción para la transformación de la realidad que teníamos, tuvo primacía.

Muchos nos amparamos en el Concilio, aquella asamblea necesaria, por la que quisiste adaptar y renovar tu Iglesia en palabras de tu siervo el papa Juan. Él propiciaba efectivamente, un cambio en profundidad, con otros muchos cambios periféricos que le devolvían un rostro más original y, al mismo tiempo, más visible y cercano a nuestro mundo. Y Tú sabes mejor que nadie que quisimos ese cambio profundo en nosotros mismos y nos sentimos empujados por ti a transformar nuestra realidad personal, hecha de perezas e instalaciones, de comodidades e intereses, de seguridades y atrincheramientos, de rutinas y repeticiones agotadas. Un cambio que era conversión a ti el único Dios vivo y verdadero. Desde ahí nos hiciste entender a tu Iglesia y su necesidad constante de ser reformada en todo aquello que no revelaba tu rostro o entorpecía la misión que Tú, Señor, le encomendaste.

Bendita praxis, Señor, que nos hizo recuperar la ilusión de ser cristianos, centramos en la misión, desinstalarnos y mirar hacia delante confiando sólo en ti, arriesgando nuevamente todo lo que éramos, teníamos, podíamos y valíamos en una fidelidad siempre antigua y siempre nueva. Bendita praxis, Señor, que nos ha hecho vivir muchos años de ilusión y entusiasmo, sin perder esperanza en un tiempo de inclemencia. Esta praxis no invalida certezas ni rechaza amores que te tienen por origen. Ni cambia realidades fundadas en la energía de tu Amor inútil y, por ello, gratuitamente transformante. Ni rechaza tú comunicación libre e indebida aunque no sea palpable en la fe y la vida de los creyentes. Esta praxis, Señor, no se le ocurrió a Marx. Lleva muchos siglos de historia, desde que el hombre es hombre. Porque desde aquel primer instante hasta el último que marque el final de nuestra historia, Tú estás en el origen de esta praxis empujando y alentando, sosteniendo e impulsando la transformación de un mundo, tu mundo querido, entregado al hombre y de una historia que supere su limitación y contradicciones.

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