sábado, 28 de mayo de 2011

LA PALABRA QUE CREA


No pongo en duda, Señor, que toda la gente que escuchó a tu Hijo, y de un modo muy particular sus discípulos, debieron sentir algo estremecedor. No era un profeta ni un maestro. Era el Profeta y el Maestro. Sabía hablar al fondo de cada oyente, al corazón humano. Y lo hacía como nadie. De hecho le siguieron incondicionalmente unos y, estoy seguro, otros muchos se volvieron a sus casas cambiados. Pero el desenlace de aquella vida no solo no gustó a sus seguidores, sino que, no entrando en sus cálculos, se convirtió hasta en escándalo. Quedaron defraudados. Pero, ocurrida la Resurrección, cada una de sus palabras, cada uno de sus gestos, cada uno de sus signos, sus miradas, sus silencios, hasta su propia muerte, estallaron en el corazón de aquellos hombres y mujeres llenándolos de su Presencia. Todo en El aparecía como una Palabra, la Palabra que te decía a ti, Dios eterno.

Sabían, sin duda, que todo lo creado nació por tu palabra conforme ibas diciendo ¡hágase! Y se hizo. Pero aquellas palabras que hacían, decían poco de ti. Iban dejando destellos de tu bondad, tu belleza, tu sabiduría...pero ninguna de ellas, ni todas juntas, expresaban quién eres, Dios mío, ni cómo eres. Nadie pudo captar que por ser Dios puedes decirte en una sola Palabra que te expresa en la totalidad desde lo eterno. Y esa Palabra, que es Imagen de quién tú eres es el Hijo que manifiesta como Tú eres, ellos la conocieron en la verdad de la carne. Esto superaba por completo la capacidad de sus imágenes, sus razonamientos e incluso sus sentimientos. Pero, cuando la carne transfigurada, aupada de su limitación. levantada sobre el tiempo, se les manifestó, entonces fue cuando le reconocieron. Y la Palabra creo como lo hizo en el principio y les mostró la conexión estrecha del antes con el presente. Todo se iluminó, entonces entendieron las Escrituras y lo que la Palabra dijo e hizo cuando acampó entre nosotros y hasta su propia muerte fue entendida como Palabra dicha por ti, Padre bueno, que decía tu amor inmenso y señalaba tu Hora. Una Humanidad Nueva, la de tu Hijo resucitado, era paraíso creado y Palabra creadora que, puesta a la cabeza de la misma, y metida en el corazón de cada humano, tiraba de ella hacia la nueva creación, el hombre nuevo hecho a tu imagen y semejanza, formando un solo cuerpo en el Primogénito.

Todas sus palabras se re-conocieron en la Palabra. Toda tu Historia de amor, seguida puntualmente en la Escritura, quedó re-conocida en la Palabra. Todo el mundo universo, que esperaba en dolores de parto, fue reconocido en tu Palabra como objeto de tu amor. La Palabra, ciertamente se había hecho carne y fue re-conocida por los que tu amor engendró no de la carne y la sangre, cuando la carne fue levantada del sepulcro. La Resurrección marcó el instante feliz del comienzo de la Nueva Creación. Ya no hay días ni meses, ni años, ni tiempos ni espacios que limiten tu poder creador. La Palabra hecha carne transfigurada, es semilla de eternidad en cada instante de nuestro tiempo convertido en momento de gracia. No hay ya ni minuto ni hora que no sea proyectado hacia la plenitud de lo eterno, dándoles su verdadera dimensión. La Resurrección del Hijo hace posible la de los hermanos que en El son reconocidos hijos.

El crucificado vive, Señor. Es tu Palabra creadora, inagotable como Tú mismo. Crea y recrea incansable la Familia de los hijos, cambia nuestro mundo y lo transforma, metiéndose en cada corazón humano, renovándolo.

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