lunes, 30 de mayo de 2011

EL AGUA VIVA


Los que somos de secano, Señor, le tenemos un aprecio grande al agua. Aquí no llueve siempre y, a veces, tarda en caer años. Tú sabes de nuestras sequías porque entonces es cuando muchos se acuerdan de ti y, confundiéndote con el vengador de sus olvidos, tratan de lograr tu benevolencia sacando a pasear imágenes de tu Hijo o de María la virgen o de tus santos. Mucha sequía, Señor, que nos hace mirar el agua con cariño y agradecimiento. ¡Cómo transforma, Señor, la tierra! Bastan unas lluvias a tiempo y la tierra parda se viste enseguida su verde manto. Lo más árido, si se deja empapar por ella se cambia en vergel o en prado.

Por eso no me extraña que desde siempre se haya comparado el agua con tu acción salvadora en todos nosotros y, de un modo muy particular, con el Salvador. El da el agua que salta hasta la vida eterna. Aceptarte es quedar empapado del agua viva que hace re-nacer y re-vivir de cualquier desierto, de toda aridez.

Nacer es grande, Señor, pero re-nacer, sin volver a la infantil seguridad del seno materno, es maravilloso. Quien te engendra te mata, decía con alarde oratorio Bossuet, viendo sólo la negatividad del mundo en que nos introducen nuestros padres. Pero Tú Padre, no engendras para la corrupción y la muerte, Tú has salvado nuestra carne haciéndonos renacer por el agua y tú Espíritu. Tu vida no es engendro de muerte, es creación de nueva Humanidad en un mundo re-creado, no para un mundo que fenece. Una tierra nueva, un mundo nuevo es nuestro destino, del que esta tierra nuestra y este mundo que pasa son solo figura y comienzo, tarea y lucha, en tensa espera. Tu Vida, Señor, es plenitud y eternidad. ¡Ay, Dios mío, cuando queremos ser sólo mundo árido o estepa desierta!

Al levantar al Hijo del sepulcro has hecho posible que en esta carne mía vea a mi Salvador. Estos ojos míos, que son carne y mundo, lo han visto, Señor. Han re-vivido, sin dejar de ser yo soy otro. Y he mirado hacia atrás, Señor, y te he sentido en los comienzos, cuando el agua cayó sobre mi cabeza sepultando en un instante lo que sería un proceso largo de luchas y tropiezos. Aquella agua empapó hondo mi historia insignificante. Desde aquel día te he contemplado empeñado en penetrar todos los entresijos de mi ser sin tregua. Más admirable tu obra, cuando más grande era mi pequeñez. Y nada ni nadie te ha impedido tu tarea salvadora, que el agua vaya anegando, haciendo nacer y desarrollarse la semilla de tu Reino. Sólo la obcecada resistencia de mi libertad te ha detenido momentos que, luego, tu terco amor, ha recuperado hasta el punto de que donde abundo el delito sobreabundó la gracia.

Re-nacer, re-vivir, no ha sido desde aquellos instantes un nacimiento ni una vida superpuesta. Ha sido mí vida, mi única vida, la que has lanzado a la plenitud tomándola y trabajándola en tus manos. Renacimiento no es volver a nacer, es darle toda su hondura a mi único nacimiento existiendo en ti y desde ti en todas sus dimensiones. Revivir no es volver a vivir, es el ser mismo de mi única vida, retomado en toda su profundidad y proyectado hacia todas sus posibilidades que, en ti y por ti, se van haciendo realidad en cada instante y en el no-tiempo de lo eterno donde Tú estás.

Es triste, Señor, que por creer que tenemos dos vidas descuidemos ésta para atender aquella, o nos desentendamos de aquella para cuidarnos sólo de ésta. El Resucitado es el Crucificado, es el mismo, no otro. Su vida es una unidad perfecta, tan perfecta Señor, que en su muerte era la Vida y, con su resurrección, se han hecho realidad todas sus posibilidades en la plenitud del Absoluto que eres Tú, Padre nuestro. Una de esas posibilidades, limitada antes por su corporeidad material, ahora se realiza en cada tiempo y espacio concretos, ser la fuente de la Salvación que va penetrando el interior de cada hombre, transformándolo por su Espíritu, cuando éste se acerca para beber su agua.

¡Qué pena también, Dios mío, cuando reducimos de tal forma el Bautismo a una acto meramente ritual, sin permitirnos descubrir el agolpamiento de toda la Vida con la del bautizado, ahogando lo que es perecedero, muerte, y brotando, estallando de savia, los bienes de tu Reino. Gracias, Padre, por ser bautizado y por todo bautismo. Gracias por concentrar en un instante lo que a lo largo y ancho de mi vivir vas re-creando.

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