lunes, 23 de mayo de 2011

EL MAL


¡Cuántos quebraderos de cabeza, Dios mío, con la cuestión del mal! ¡Cuántos desenganches de la fe y cuánta increencia ha producido! ¡Qué mala presentación la que hemos hecho los eclesiásticos cuando hemos querido sacar partido a base de miedo que muchas de sus apariciones han producido! Y Tú, Señor, ¿cómo has salido de muchas homilías y predicaciones en funerales cuando las víctimas eran numerosas y su muerte inesperada o especialmente trágica? Te aseguro, Señor, que es para mí más preocupante: el papel que te atribuimos en la tragedia y tus ocultas o misteriosas razones.
 
La verdad es que no entendí mucho, desde siempre, todo aquello de la acción directa y la permisividad. Es más, Señor, me pareció siempre indigno de ti que permitieras tantas cosas desagradables pudiendo impedirlas. No comprendí nunca que causaras tanto bien y permitieras tanto mal que, al fin y al cabo, es, pudiendo impedirlo, una forma de causalidad. No lo comprendí nunca, Señor. Mucho menos cuando la permisividad tuya tiene víctimas con nombres y apellidos. Son personas amadas, queridas por ti. Son hijos tuyos.
 
Me ha parecido, también desde siempre, una mala presentación de la fe. Sabes perfectamente que yo no puedo resolver el llamado problema del mal que a tan buenos ha ocupado. Pero de algunas cosas sí que estoy seguro, Señor. De que Tú nos amas y, consiguientemente, no quieres ningún mal para nosotros, de que cada persona es amada también en su singularidad, de que tu forma de actuar ordinaria es también en cada uno y allí donde se cuecen las elecciones y decisiones profundas del hombre y que, metafóricamente, llamamos el corazón humano Estas tres cosas las tengo muy claras, y no porque yo sea avispado, sino porque así Tú te has manifestado.
 
Porque tú nos amas, no puedes querer ni permitir mal alguno para nosotros. Tú no quieres ni la enfermedad, ni el dolor, ni el sufrimiento, ni la muerte por nombrar lo más frecuente. Si los quisieras ¿cómo intentar curarnos?, ¿cómo investigar mejoras?.. Sería tanto como ir contra tu voluntad. Porque nos amas a cada uno y nos conoces por nuestro nombre, no puede hablarse de una solicitud tuya por la totalidad a costa de uno o cada particular. La humanidad no existe, ella no es hija, existe cada hombre llamado a vivir la filiación, la fraternidad y la libertad. Porque no eres actor inmediato en nuestra historia, la vas escribiendo en cada uno, en la profundidad del corazón cuya libertad no solo no anulas sino que la estás siempre estimulando.
 
Todos los males físicos que afligen al hombre, están ahí como carencias para ser superados. Fallos en la naturaleza que la evolución aún no ha eliminado. Fallos en la actividad humana que no se ha perfeccionado suficientemente. Fallos sociales debidos directamente al hombre: marginación, hambre, subdesarrollo... etc. etc. ¿Quién, Señor, se puede atrever a presentarte como origen o como cómplice de carencias que ni has hecho ni provocado? ¿Quién puede, Padre, hablar de castigo a los azotados por estas tragedias como si fueras un capataz sanguinario?
 
Todos los males morales -el pecado- en los que se degrada el hombre y contamina a sus hermanos, están también ahí, como forma carencial de vivir una existencia en ti que no responde a lo que él es y el mundo le demanda. ¿Quién puede culparte, Señor, de nuestros pecados y de sus terribles consecuencias?
 
Tú, Dios mío, ni haces mal ni lo permites. Y no lo permites, sencillamente, porque no puedes evitarlos (ver nota al pie). En la actual economía, en la historia presente. Tú no eres el actor inmediato. Lo es el hombre -tu imagen- y, en su corazón, trabajas incansable para que supere siempre al hombre, para que cambie la historia, para que, contra viento y marea, sea hijo tuyo, hermano de los demás y sea libre de toda esclavitud creada por las fuerzas ciegas o interesadas que él ha desatado llevando una mala existencia. De todo mal líbranos, Señor.

NOTA.- Esta afirmación parece una negación de la omnipotencia de Dios. Pero un mundo sin mal es lo mismo que pretender un círculo cuadrado. No poderlo hacer no es negar la omnipotencia. Ésta estaría negada en lo que, pudiéndose hacer, no se puede realizar. El mundo no puede ser al mismo tiempo cielo, que es lo que sería si desapareciera todo mal, ni el hombre puede ser al mismo tiempo ángel, pues dejaría de ser hombre. Ambos son lo que son, mundo y hombre, y esto incluye carencias, limitaciones, finitud y pecado. Que no dicen nada ni contra la omnipotencia divina ni contra su bondad. Son, precisamente estas las que, poniéndose al servicio del hombre, vencerán definitivamente al mal. La cruz de Cristo es el signo contundente de esta apuesta de Dios contra el mal. (Son ideas ampliamente desarrolladas por Torres Queiruga).

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