lunes, 23 de mayo de 2011

LA IRA DE DIOS


Es cierto, Dios mío, que en la revelación que nos transmite la Biblia, muchas veces se habla de tu ira, de tu cólera. También de tus castigos a los hombres y a tu pueblo elegido. Y la verdad es que muchas veces me resultó incomprensible. Porque Tú no eres un padre como lo son los de aquí abajo. Si te llamamos Padre es de un modo muy diferente a como lo son ellos. Tú eres enteramente gratuito, nadie te ha elegido. Eres Tú quién, en el Hijo, nos has elegido a todos. Nadie se escapa de la elección que sobre él haces, porque nadie se escapa de tu amor inmenso. ¿Cómo vas a tener ira contra alguno o contra todos?, sin embargo, yo creo que la Biblia tiene razón cuando habla de tu ira, es que la tienes.

La dificultad me viene, Señor, cuando la entiendo, lo mismo que tu paternidad o tu justicia, como la solemos entender entre los hombres Tú sabes, Dios mío, que la ira es una pasión que, prácticamente, va siempre acompañada de una gran dosis de irracionalidad y de violencia, descargada o reprimida, en la que es muy difícil descubrir un poco de amor. Tan es así, Señor, que casi siempre que nos dejamos arrastrar por ella, aún con todas las razones a nuestro favor, tenemos que pedir perdón y reconciliarnos. La ira así entendida, es defensa y ataque. Es pensar y hacer algo contra alguna cosa o contra alguien sentidos como amenaza. Y así comprendida me repugna en ti. No te concibo, Señor, con ira por más que los textos bíblicos, hablando de forma humana, te puedan presentar algunas veces así. Tú no te impones, mucho menos haces algo contra cualquier ser humano. Tú no eres como nosotros. Si algo sobresale en tu actuación, es siempre tu misericordia entrañable y tu fidelidad. Nosotros jamás podremos ser para ti una amenaza contra quienes tengas que atacar o defenderte.

Solamente puedo entenderla conciliándola con tu amor hacia nosotros y en armonía con todas tus actuaciones que reflejan quien Tú eres y como Tú eres. Tú nos amas, Padre. Vivir en ti, en tu amor, es bien y realización del hombre integro, es avance de tu creación amorosa, es perfección de toda humanidad y del mundo universo. Es extensión e intensidad de la nueva Humanidad realizada en el Hijo y llevada adelante por tu Espíritu. Es construcción y realización de la Familia de los hijos tu Iglesia santa y de la fraternidad en nuestro mundo. Es libertad realizada frente a la seducción esclavizante de nuestro interés o el de los demás. Vivir en ti, Señor, en tu amor, es dicha, paraíso, sentido, vida, felicidad del hombre.

Cuando yo te rechazo, Dios mío, Tú no dejas de amarme ni me negarás tu perdón que, como Tú, es infinito. Pero yo, ni te quiero ni lo quiero. Me aúpo frente a ti y contra los demás rompiendo la filiación y la fraternidad, y esclavizo mi libertad. Todo lo que es y supone la vida en ti queda sin realidad. Todo queda negado. Pierdo tu amor y te pierdo a ti. Tú no has hecho nada para perderme, todo lo contrario. Se ha encendido tu cólera sobre mí en el momento en que yo, en mí elección y decisión, te he atado las manos. Tu ira se ha descargado sobre mí cuando yo no te dejo ser Dios para mí, Tú no has hecho ni haces nada contra mí, al contrario, a mí favor y para mí bien. Pero yo, con mi rechazo, me he privado de ti y de todo lo que habías puesto y quieres poner en mí. Vivo en tu cólera, en la privación de ti. Tu ira es mi existencia errada, tu cólera es mi perdición.

De verdad, Señor, que temo tu ira. Temo vivir tu cólera. Vivir, por una elección y decisión conscientes, no solo al margen de ti sino frente a ti, es la mayor maldición que puede vivir el hombre. Y no porque Tú le hayas maldecido, sino porque él, apartándose y situándose frente a ti, vive una existencia maldita, ha hecho del mal su vivir. Y eso, Señor, es temible. Solamente en la profundidad y extensión del amor resistido y negado, puede comprenderse un poco la desgracia de sentir tu ira y la perdición de vivir en tu cólera.

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