domingo, 22 de mayo de 2011

2.XI.- La despedida


Después de la comunión suele dejarse un rato en silencio. Muchos no saben que hacer en este silencio, otros se aburren, otros se impacientan porque el cura no acaba de terminar, otros comprenden que es un momento importante donde se atiende más personalmente a peticiones, alabanza, acción de gracias,.... en todo ese ámbito donde vivimos nuestra fe más particularmente.

Luego el sacerdote hace la última de las oraciones presidenciales que le corresponden en la celebración. En ella se suele pedir a Dios que la asamblea eucarística que hemos tenido produzca su fruto en nosotros, en toda la Iglesia y en nuestro mundo. Lo experimentado en ella produce unos frutos de salvación objetivos que perpetúan, en nuestro vivir fuera, su acción salvadora. Pero también lo son subjetivos, nos afectan como sujetos concretos que han entrado en comunión sacramental con Cristo y han adquirido la fuerza de su Espíritu para que esa identificación con Él se muestre y difunda a lo largo del día.

Y, a continuación, bendice a toda la asamblea en el nombre de Dios. El es un transmisor de la misma. El fue ordenado no para dominar sobre la heredad del Señor (1ª Ped.5, 1-4) (ver nota al pie) imponiéndose a los fieles aunque sea para cosas muy santas, sino para otorgarles la bendición de Dios “pues a esto os llamaron a heredar una bendición” (1ª Ped. 3,10). Nada más preciado para un hombre que recibir la bendición de Dios, que diga bien de nosotros, que haga brillar su rostro sobre nosotros, que nos conceda su favor, que nos mire y nos de la paz, así nos lo recuerda la antigua bendición que Dios encarga a Aarón y a sus descendientes: “El Señor te bendiga y te guarde, el Señor te muestre su rostro radiante y tenga piedad de ti, el Señor te muestre su rostro y te conceda la paz” (Num. 6, 23-26). Todo ello ha sido vivido por la asamblea en Cristo. Él compendia todo lo que entraña la bendición de Dios por eso lo mismo que comenzábamos la Eucaristía en el nombre del Dios trinitario y bajo el signo -la marca- de la cruz, ahora nos despedimos en el mismo nombre santo y marcados con la señal de nuestra salvación. El mundo al que salimos recibirá el gozo de la salvación a lo que somos enviados y para lo que somos bendecidos.

(NOTA: Lucien Deiss, obra citada)

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