lunes, 14 de marzo de 2011

DEL MÁS ACÁ Y DEL MÁS ALLÁ (III.III)

III.- LA HISTORIA HUMANA TIENE FINAL

La manifestación gloriosa del Hijo, la revelación transparente del amor del Padre que se da en su Espíritu, es de tal magnitud que solo a través de comparaciones podemos barruntarla. Toda la luz concentrada en un chispazo es de tal luminosidad, que sólo podemos imaginarla porque si fuera real nos abrasaría. Pues algo así puede ser lo que ocurra en la Parusía. Al manifestarse el Cristo resucitado, portador de la gloria del Padre –que es su amor- marca el final de esta historia nuestra. Será tan grandiosa esta manifestación que nuestra historia no podrá soportarla marcando su acabamiento, su final. Entonces ¿no se salva nada? Todo aquello que fue informado por el amor de Dios, llevaba en germen la resurrección gloriosa que ahora consigue su plenitud personal y corporativa. Ese germen –lo llamamos gracia- se reconoce y plenifica en el Cristo glorioso. Se reconoce en el amor del Padre porque es portador de su Espíritu y se expande en su ámbito infinito y eterno. No perece. Era historia del amor del Padre que Él reconoce como suya en el Hijo. Sí perecerá todo aquello que no entró en esa historia, que pertenece a esa no – historia, vacío enorme que se vivió en los errores de nuestra libertad personal y en la colectiva. 

Cierto que todo esto acontece en el momento de cada muerte individual, pero no totalmente. En cada uno se realiza esa revelación, ese reconocimiento y esa plenitud, pero cada uno es parte de un todo que llamamos Humanidad o Cuerpo de Cristo. Cada uno es miembro de ese Cuerpo. Pero solo cuando todos hayan llegado al final podrá mostrarse la totalidad, la plenitud del Cuerpo. Esto acontecerá en la Parusía. Es lo acontecido en la resurrección de Cristo. Esta ya ha sucedido y Él vive en estado glorioso pero la totalidad de su Cuerpo todavía no. Cuando Él aparezca se revelará “su designio secreto conforme al querer y proyecto que Él tenía para llevar la historia a su plenitud: hacer la unidad del universo por medio del Mesías de lo terrestre y de lo celeste” (Ef. 1,9-10).
 

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