lunes, 14 de marzo de 2011

DEL MÁS ACÁ Y DEL MÁS ALLÁ (III.II)

II.- TODO TENÍA SENTIDO

Al contemplar nuestra historia, con hechos y acontecimientos que se muestran contundentemente presentes en su negatividad, limitación y contradicciones, y estimulados permanentemente a vivir un presente desvinculado del pasado y del futuro, es casi connatural a nuestros contemporáneos la dificultad de encontrarle algún sentido a esta historia nuestra. Si a ello añadimos el relativismo en que se nos ha instalado, la dificultad se agranda de forma desmesurada. Todo lo vivido en nuestras historias personales y colectivas, con sus contradicciones y limitaciones, ¿no  tenía algo profundo que le diera sentido y lo impulsara a superar sus contradicciones? 

Llegada la Parusía, ésta revelará el verdadero sentido de la historia, la de cada uno y la de todos, y cómo ésta no era un acontecimiento que solo nos afectara externamente, como algo que se nos viniera desde fuera sin conexión con nuestras vidas. Ella nos mostrará que todo tenía sentido aunque nosotros no supiéramos o no quisiéramos conocerlo o manifestarlo. Ha existido un plan que se ha ido realizando en un proceso que comenzó con la creación y, mediante la encarnación redentora, la muerte y resurrección de Jesús y, su exaltación gloriosa, ahora se muestra a todos y los conduce a su plenitud y consumación. Todo el plan y el proceso no tenían otro origen ni otra meta que el amor del Padre. Ahora se ve con claridad. No existía nada que no hubiera sido creado por amor, no ha existido nada que no fuera afectado por la encarnación redentora y no hay nada, absolutamente nada, que no sea transformado por la resurrección del Hijo. Entonces la Parusía es la gran revelación del amor del Padre, de su permanente actividad en nuestra historia a la que iba conformando desde la plenitud de sentido que le confería la resurrección de Jesús y la atracción permanente de su manifestación escatológica. La Parusía, por tanto, está ejerciendo permanentemente un tirón de nuestra existencia hacia la plenitud que barruntamos pero que no poseemos. No hay persona que no sienta este tirón. Todo está abocado hacia ella porque es la instauración consumada del Reino de Dios. El plan original del Padre no llegaría a su término si nosotros no llegáramos a ella y toda la obra redentora de Jesús sería un fracaso. Porque estamos abocados a ella, porque el plan de Dios llegará a su término y porque la obra de Jesús se realizará por su Espíritu plenamente, permanentemente sentimos la necesidad de superar nuestras limitaciones, de responder agradecidamente a Dios, de servir desinteresadamente a los demás, de ir siendo cada vez más plenitud, extensión, pleroma de la Humanidad de Cristo, ahora velada por la carne, luego, corrido el velo manifestado en su plenitud.

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