martes, 22 de marzo de 2011

2.IV.- Tomamos conciencia de nuestra condición


(APUNTES SOBRE LA CELEBRACIÓN DE LA MISA)

En la Misa la Memoria se centra fundamentalmente en el cuerpo que se entrega y en la sangre que se derrama por todos para el perdón de los pecados. El pecado es incompatible con la Memoria eucarística, no tiene otra relación con ella más que para ser perdonado en quien lo ha cometido. Debido a esta total incompatibilidad nadie debe celebrarla si está en esa situación. Por esto, al principio de ésta, la liturgia coloca un acto penitencial que nos concierne a todos, porque "si afirmamos no tener pecado, nosotros mismos nos extraviamos y, además, no llevamos dentro la verdad. Si reconocemos nuestros pecados, Dios, que es fiel y justo, perdona nuestros pecados y, además, nos limpia de toda injusticia. Si afirmamos no haber pecado nunca, dejamos a Dios por embustero y, además, no llevamos dentro su mensaje"(1ª Jn. 1, 8-10).

La verdad está, por una parte, en el reconocimiento de nuestra condición pecadora, porque, grave o levemente, todos pecamos. No respondemos con autenticidad a lo que nuestra condición de seguidores demanda, que es nuestra identificación con Jesucristo. Pablo lo expresaba así: "Con el Mesías quedé crucificado y ya no vivo yo, vive en mi Cristo; y mi vivir humano de ahora es un vivir de la fe en el Hijo de Dios, que me amó y se entregó a la muerte por mí" (Gal. 2, 19-20). Ésta sería nuestra auténtica condición. Pero a esto la mayoría no llegamos, la vieja condición, el hombre viejo, muchas veces, grave o levemente, se nos impone.

La liturgia penitencial del comienzo busca la salida de esta situación en la que los que celebran y el mundo ausente participamos. ¿Cómo lo hace? Buscando la reconciliación. Y ¿quién la busca? Dios. Pero ¿cómo?, los ofensores somos nosotros, Él es el ofendido. ¿No seriamos nosotros los obligados a buscarla? Esta es una de las maravillas del amor de Dios. Es Él quién quiere la reconciliación porque nos ama y ama a nuestro mundo. Sigue en la misma línea de la creación y la encarnación-redención. La situación de pecado es una auténtica fractura de nuestra condición de criaturas y de redimidos. Un mal que nos amenaza y nos daña. Esta situación Dios no la quiere, por eso su amor salta por encima de lo que le ofende y busca restablecer cuanto antes nuestra verdadera condición personal y comunitaria. Entonces ¿qué hacemos nosotros? Querer la reconciliación que nos ofrece y secundar su iniciativa. Si hemos roto la comunión o la hemos empañado, con Él y con los demás, Él quiere restablecerla y nosotros debemos secundarle agradecidos.

Esto también nos indica el camino a seguir nosotros cuando alguien nos ofende. Este es el ofensor, el que rompe la comunión debida. ¿Quién debe restablecerla? El ofendido, que siente, en su propia persona, el dolor de la división producida por el ofensor, por eso debe buscar restablecerla. El evangelio de Mateo lo expresa así: "si tu hermano te ofende, ve y házselo ver a solas entre los dos"(Mt. 18, 15).

Puede haber quien no tenga conciencia de pecados graves, porque personalmente cree no haberlos cometido. Pero los cometidos en situaciones pasadas tienen historia. Es decir nosotros nos habremos arrepentido y reconciliado con anterioridad, pero el mal causado a las personas, a la Iglesia y al mundo, está en la historia. El profesor o el padre que ha educado mal, o los malos ejemplos dados o... siguen actuando en nuestro mundo y en las personas a las que se lo hicimos y buscamos que el perdón les alcance. Además no somos personas aisladas, somos Iglesia de Dios y el mal que causamos le afecta. También somos y estamos en el mundo, su mal es también nuestro. Por eso siempre necesitamos reconciliación. Ello supone situarnos en el centro del querer de Dios: "Y todo eso es obra de Dios, que nos reconcilió consigo a través del Mesías y nos encomendó el servicio de la reconciliación; quiero decir que Dios, mediante el Mesías, estaba reconciliando el mundo consigo, cancelando la deuda de los delitos humanos y poniendo en nuestras manos el mensaje de la reconciliación. Somos, pues, embajadores de Cristo y es como si Dios exhortara por nuestro medio. Por Cristo os lo pido, dejaos reconciliar con Dios" (2ª Cor. 5,18-20).

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