domingo, 22 de mayo de 2011

2.V.- Se proclama la Palabra


Aunque hace mucho que no se oye tanto, todavía no es raro encontrarnos con personas que reflejan aquella antigua mentalidad que consideraba que la Misa propiamente comenzaba en el llamado ofertorio. Si se quería "cumplir el precepto" de oír misa entera todos los domingos y fiestas de guardar, había que llegar antes del ofertorio. Incluso en algunas parroquias se repartían los vales de caridad a los pobres si llegaban antes de la ofrenda, si lo hacían más tarde lo perdían y, con él, la ayuda. Todo lo anterior a ese momento no tenía desde luego la misma importancia que lo que se hacía después. La verdad es que se confiaba el fruto del sacramento al "ex opere operato" porque, en realidad, ni los pobres ni los demás se enteraban de nada porque todo se decía en latín, idioma que muy pocos entendían. Ha sido gracias al Vaticano II cuando se ha revalorizado la Palabra, no sólo por la vuelta a las fuentes, sino al permitir el uso de la lengua vernácula en las celebraciones, así nos hemos enterado bien de lo que Dios nos quiere decir con su Palabra.

El apóstol Pablo manda a los tesalonicenses que pidan "para que el mensaje del Señor se propague rápidamente y sea acogido con honor como entre vosotros"(2ª Tes.3,1), por eso el concilio, consciente del valor de la Palabra, nos recuerda (Dig.H. 14 a) que “es tan grande el poder y la fuerza de la Palabra de Dios, que constituye sustento y vigor de la Iglesia, firmeza de fe para sus hijos, alimento del alma, fuente límpida y perenne de vida espiritual. Por eso se aplican a la Escritura de modo especial aquellas palabras "la Palabra de Dios es viva y enérgica” (Hbr.4,12), puede edificar y dar la herencia a todos los consagrados (Hech.20,32 ; 1ªTes.2,13)" (DV.21), por eso es de esperar que la vida de la Iglesia "recibirá nuevo impulso de vida espiritual con la redoblada devoción a la Palabra de Dios que dura para siempre (Is.4º,8; 1ª Ped.1,23-25)" (DV.26). Gracias al Concilio se canalizó e impulsó esta inquietud y empeño que ya se sentía y vivía en gran parte de la Iglesia. De entonces acá son cuantiosos los frutos que están produciendo la proclamación en lengua inteligible de la Palabra, su mejor conocimiento, su reflexión y meditación, cte.

Gracias a haber eliminado prejuicios, a conocer mejor los textos que se proclaman en las celebraciones, los leccionarios, la lectura continuada, las moniciones que suelen acompañar su lectura, los comentarios de las mismas y, sobre todo a que se ha permitido la lengua más común de los fieles que celebran, hoy nos enteramos de los contenidos de lo que la Palabra nos transmite. Hemos secundado el mandato del Concilio: "revísese el Ordinario de la Misa, de modo que se manifieste con mayor claridad el sentido propio de cada una de las partes y su mutua conexión y se haga más fácil la piadosa y activa participación de los fieles"(SC.50, a.b). Aquella antigua separación entre la liturgia de la Palabra y el resto de la celebración, gracias a Dios, ha sido también superada: "las dos partes de que consta la misa, a saber: la liturgia de la Palabra y la eucarística, están tan íntimamente unidas que constituyen un solo acto de culto"(SC.56). Porque "la Iglesia siempre ha venerado la Sagrada Escritura, como lo ha hecho con el Cuerpo de Cristo, pues sobre todo en la sagrada Liturgia nunca ha cesado de tomar y repartir a sus fieles el pan de la vida que ofrece la mesa de la Palabra de Dios y del Cuerpo de Cristo"(DV.21).

De todos modos, aún teniendo en cuenta los esfuerzos y los avances para que la Palabra de Dios llegue en su pureza al mayor número posible de personas, debemos consignar, entre otras cosas que podríamos exponer, pero que exceden la finalidad de este escrito, dos cosas que negativamente destacan. Una es que choca la profusión de ediciones de la Sagrada Escritura y escritos bíblicos -revistas, libros, videos, etc.- como nunca se ha tenido y, sin embargo, la escasa formación bíblica de la mayoría de los fieles. No sólo respecto al desconocimiento, sino también, en los que encontrarnos más interesados, a un conocimiento poco actualizado. Se ignora el avance bíblico y se sigue con interpretaciones trasnochadas .No sólo en los que escuchan la Palabra sino también en quienes la transmiten. El otro aspecto, también negativo, es que la mayoría de los presentes no se enteran de las lecturas. Esto es muy grave ya que la gran mayoría la única vez que escuchan la Palabra en la semana es en el domingo, otros sólo en los entierros. No les llega por ningún otro sitio. Si preguntamos a los "asistentes" sobre el contenido de estas la mayoría no sabría responder. Les suena más la lectura evangélica pero las demás, especialmente la segunda, ni se han enterado.

Todo esto, aparte de estar exigiendo algunas reformas, pone de manifiesto la importancia de la homilía: "se recomienda encarecidamente, como parte de la misma liturgia, la homilía, en la cual se exponen durante el ciclo del año litúrgico, a partir de los textos sagrados, los misterios de la fe y las normas de la vida cristiana. Más aún, en las misas que se celebran los domingos y fiestas de precepto con asistencia del pueblo, nunca se omita si no es por causa grave"(SC.52). Es de la Escritura de donde "se toman las lecturas que luego se explican en la homilía"(SC.24). Su fundamento, por tanto, son las lecturas. Aquí encontramos deficiencias que no podemos pasar por alto pues las recogemos de lo que expresan los fieles espontáneamente y en encuestas.

- Se da un defecto muy común en los fieles que dan tanta importancia a la homilía que hacen consistir en ella la valoración y hasta vivencia de lo que celebran. Parece que es la parte más importante de la misa. Se da el caso incluso de que algunos, según sea el sacerdote que sale a presidir, se quedan o se marchan para la celebración.

- Otros, aunque aguanten con su asistencia, sin embargo se aburren soberanamente. Unas veces porque dicen siempre lo mismo, otras porque ni explican ni aplican lo leído. Otras porque lo repiten, ya lo han escuchado en la lectura pero el predicador se lo vuelve a repetir. Otras porque quién preside no tiene facultades; podría llevarlo escrito pero les debe parecer que es mostrar incompetencia. En otros es porque su asistencia es puro cumplimiento y desean que se acabe cuanto antes y si encima el cura se alarga... sin saber rematar, el bostezo, el mirar el reloj, el moverse en el banco... se hacen signos inequívocos de su aburrimiento.

- Otro defecto muy común es la no explicación y aplicación de la Palabra que se ha proclamado. Parece como si usaran la homilía como pretexto para hablar no de lo que Dios dice sino de lo que quienes presiden quieren decir. Una veces son sus ideas o preocupaciones, sus visiones de los problemas de la sociedad o de la misma Iglesia. Otras trasladan a esa asamblea concreta preocupaciones, visiones, problemas, que a ellos les preocuparán mucho, pero que no tienen nada que ver con la Palabra escuchada ni con lo que quienes celebran quieren oír. Pablo se lo decía así a los tesalonicenses: "Esa es precisamente la razón por la que damos gracias a Dios sin cesar: que al oírnos predicar el mensaje de Dios, no lo acogisteis como palabra humana, sino como lo que realmente es, como palabra de Dios "(1ºTes .2, 13).

- En otros casos el tiempo de la homilía se pasa informando de los planes pastorales, de los proyectos de la parroquia, de las deudas que se tienen o de las cuentas y fondos existentes... etc. Debe haber algún tipo de reunión donde se pueda informar de todo y no en lugar de la homilía. Puede ser, si se busca mayor asistencia, que suele darse en la misa dominical, al final de esta.

- En otras ocasiones, se convierten en exposiciones de la visión parcial que tiene quién la dice, o el grupo al que pertenece, acerca del Evangelio como de la Iglesia. Muchos comienzan diciendo: "a mí las lecturas de éste domingo, o la lectura del evangelio, me dice" y sueltan lo que su visión parcial descubre. ¿Qué diría de esto el autor de la 1ª de Pedro (4,11)? El advierte seriamente que "quién habla sea portador de Dios".También el apóstol Pablo incide en lo mismo al recordarle a los tesalonicenses: "Esa es precisamente la razón por la que damos gracias a Dios sin cesar que al oírnos predicar el mensaje de Dios, no lo acogisteis como palabra humana, sino como lo que es realmente, como palabra de Dios, que despliega su energía en vosotros los creyentes"(1ª Tes.2, 13). Debieran recordar los que de este modo se comportan que los creyentes, en la acción litúrgica, no vienen a escuchar lo que piensa el predicador, ni sus teorías, ni su ciencia, ni su visión parcial de las cosas, vienen a escuchar lo que Dios quiere decir a esta asamblea, no lo que él quiera decirle. Además tiene derecho a ello.

Podríamos seguir, pero el muestrario lo creemos suficiente para mostrar la importancia de la homilía. L. Deis llega a decir “que la renovación de nuestras comunidades depende en parte de la calidad de nuestras homilías" (La Misa. E Paulinas, pág. 50), sobre todo si tenemos en cuenta que para muchos es la única oportunidad que tienen a la semana o al año de escuchar autorizadamente lo que Dios nos dice.

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