martes, 22 de marzo de 2011

2.0. A modo de introducción


(APUNTES SOBRE LA CELEBRACIÓN DE LA MISA)

Después de lo escrito en la primera parte, tenemos que volver la vista hacia la celebración práctica de lo que celebra la Iglesia y de cómo viven muchos cristianos esta celebración, porque cuando vemos la escasa calidad de sus celebraciones, la forma de recitar las oraciones, de proclamar la Palabra, la rutina en la realización de los signos y ritos, como participan los asistentes, etc. el contraste con lo anteriormente expuesto en este escrito, nos puede producir un profundo desagrado y no podemos evitar preguntarnos algunas causas sobre este divorcio entre la realidad profunda de la Eucaristía y su celebración.

1.- Quizá hemos desvinculado ritos y vida y muerte de Jesús

Quizás hemos desvinculado los ritos de la celebración de la vida y la muerte de Jesús, reduciéndolos a "cosa", cuando son representación sacramental de aquellos. Desvinculados de ellas no tienen sentido y, no tener conciencia de ello, es convertirlos en un acto más de piedad cuando es el centro de la Iglesia y, consiguientemente, de la vida cristiana. La muerte y la resurrección del Señor no son una "cosa" más en su vida y su historia. Son el polo que las orienta y las explica pues son su finalidad y el logro nada menos que de la Redención. Desconectar la Eucaristía de esa realidad, reduciéndola a una "cosa" más a practicar entre otras muchas, es dejarla sin fundamento y finalidad.

Tampoco podemos aislarla del modo como se hizo que fue asumiendo la carne, es decir, haciéndose hombre y cargando con los demás hombres hasta la muerte. Pero el hombre no es sólo naturaleza, sino existencia histórica. Hacerse hombre, por tanto, es hacerse historia y esta historia, por ser humana, está necesitada de salvación. Es una historia débil, cargada de limitaciones originalmente causadas por el pecado. Y el pecado es egoísmo, injusticia, mentira, violencia.... etc., que son realidades con todas sus consecuencias, en esta historia débil, contingente, que el Hijo, sin tener pecado, ha asumido. Asumir la carne es entrar en esta historia, con todas sus limitaciones y es cargar con ellas para, muriendo, darles muerte.

Querer celebrar la Eucaristía, consiguientemente entrar en comunión con el Señor, no podemos hacerlo sin asumir nuestra historia y la de los demás hombres, sin participar en la lucha contra el pecado y sus consecuencias, sin curar las fracturas que aquel y estas producen en la historia limitada de cada hombre y en la colectiva de la humanidad. Cuando el Hijo resucitado se presentó a sus seguidores, para que pudieran re-conocerlo, no recurrió a portentos ni cosas extraordinarias, con toda la naturalidad del mundo les mostró las llagas y el costado (Jn. 20, 20). Ellas son las señales gloriosas que le identifican, la muestra patente de su Humanidad que ha asumido nuestra historia débil. No surgieron por casualidad, sí por la decisión misericordiosa de librarnos a los demás de todas las llagas y de lo que las produce asumiendo todo lo nuestro. Por eso no vemos como se puede celebrar la Eucaristía, que actualiza aquella memoria, sin meter las manos en las llagas y el costado. Convertirla simplemente en rito, desentendiéndonos del amor, la justicia, la paz, la solidaridad.... etc., curando las fracturas que su ausencia produce en esta historia nuestra, débil y necesitada, que Él asumió.

2.- ¿Solo comunidad de culto?

Otra carencia que percibimos en quienes celebramos la Eucaristía es ver que formamos una comunidad de culto y, a veces ni siquiera eso. Pues algunos acuden por costumbre, rutina, o por puro cumplimiento instalados en el más puro individualismo. Están físicamente con los demás y comulgan junto a ellos pero como algo individual entre ellos y Dios. No son “cristianos con los demás". Esta actitud contradice que somos hombres con los demás y somos cristianos con los demás en la Iglesia. Si miramos a la revelación del Misterio de Dios vemos una comunión no de dioses sino de personas en una única divinidad. Su amor inefable nos introduce en esa comunión admirable para formar una única familia con todos nosotros. Esto no acontece de una forma universal pero inconcreta, ni sólo individualmente con cada uno, ni en un más allá ajeno a toda relación con los demás. Dios ha querido que esta comunión se vaya realizando entre el ya de nuestra historia y el todavía no de nuestra consumación. Es esta comunión la que define el misterio de la Iglesia que es inexperienciable e irrealizable si no es en comunidad, que es la realización histórica de esa comunión. Decir Eucaristía es decir comunión y esta se vive, se celebra y se realiza en las comunidades concretas, a través de las cuales se va formando el Cuerpo de Cristo que es la Iglesia. Es más que revelador de la disociación que hemos creado, ver que muchos, que se confiesan creyentes, no quieran saber nada de la Iglesia y de lo que ella hace o necesita. ¿Cómo entrar en comunión con Dios sin la Iglesia, que es la comunión que Él ha establecido para que pudiéramos participar en su Misterio?, ¿Cómo decir: Dios sí, Iglesia no, si el único modo que tenemos de comulgar con Él es viviendo la comunión que define por su voluntad a la Iglesia?. Cierto que esa comunión se vive en la historia y la comunidad cristiana es su realización histórica, lo cual hace que sufra las contradicciones que padece la historia y estas, aunque a veces velan su verdadero ser, no lo destruyen. Es decir, aunque la comunidad cristiana no manifieste plenamente la comunión que es -esto sucederá al final de la historia - no es por ella sino por las limitaciones de sus miembros y de esta historia débil en la que viven.

De aquí el esfuerzo permanente de todos y cada uno para secundar la acción del Espíritu para hacer de esta humanidad nuestra humanidad de Cristo, que los miembros de la Iglesia lleguen a ser, en plenitud Cuerpo de Cristo. Por eso, cuando en una comunidad concreta se vive la comunión que somos en la celebración eucarística, no cuesta trabajo sentirse Cuerpo de Cristo en comunión con todos los demás miembros, los que ya lo viven plenamente porque han llegado a término, y los que aquí lo vivimos por la fe y el sacramento. Alegría inmensa cuando celebramos así la Eucaristía. Pero también tristeza cuando no encontramos comunidades donde se celebre y se viva así la Eucaristía, donde domina la costumbre, las rutinas, las prisas, etc. Quizá en algunos sitios y comunidades convendría pensar en otro tipo de celebraciones pues realmente no son comunidades eucarísticas. No pretendemos caer en un jansenismo práctico propugnando unas Eucaristías que resultaran un cotarro de superpuros, pero sí nos obligan a pensar si nuestras celebraciones son realmente asambleas eucarísticas.

3.- ¿Hay asamblea?

Son muchos los esfuerzos que se han hecho y se hacen, sobre todo en las misas dominicales, para que quienes asisten se sientan verdadera asamblea celebrante. Pero no es menos cierto que el fruto no se corresponde con el esfuerzo. Es más sentimos como un retroceso hacia lo que se hacia antes de la reforma conciliar y todos los esfuerzos y los logros conseguidos en el postconcilio. Si nos fijamos en la poca participación en la oración, en los diálogos, en el canto, en los silencios... etc. nos está diciendo que una importante mayoría no se siente en comunidad celebrante más que con su presencia física. No se experimentan como parte de un todo, ni se siente identificada con lo que se está haciendo o diciendo. Unos tienen tan asimilado lo de "cumplir el precepto” que es a lo que van y lo que hacen. Pero no desde una conciencia comunitaria de saberse un todo con los demás cumpliendo dicho precepto, sino desde la conciencia individual de quién se siente urgido por una obligación que se le impone obligatoriamente de forma individual. Cumplir el precepto no es malo pero ni es deseable ni es completo el modo como se cumple. Por encima del precepto está siempre el amor que debe regir siempre nuestras relaciones con Dios y con los demás. Desde él se plenifica la obligación y adquiere su verdadero sentido. Y por encima de lo individual está la conciencia comunitaria de sabernos Iglesia celebrante que, como tal se reúne para dar a Dios el culto que se merece.

Además, como la mayoría de las personas que asisten los domingos a misa son mayores de edad, no es de extrañar que se imponga esta actitud cumplidora a otras, ya que ésta fue la formación y la insistencia constante que recibieron durante su niñez y juventud, tanto en la predicación que oyeron, como en la insistencia de su familia y en las catequesis a las que asistieron. Cambiar a ciertas edades la mentalidad es muy costoso.

Otros han cosificado de tal forma el rito que es siempre el mismo, dice siempre lo mismo y hace siempre lo mismo. Está ahí como una representación teatral a la que se asiste, sin pago de entrada y butaca reservada, y a la que se critica, según haya sido la actuación de los intérpretes, el sacerdote, los cantores, los lectores. Pero siempre como observadores que están fuera de la actuación con la que no me identifico y en la que no participo. Algunos ni siquiera comulgan. La verdad es que se echa de menos la presidencia de sacerdotes que vivan la celebración y lo comuniquen, algunos cogen su ritmo con soniquete o sin él, van a galope tendido en la recitación de oraciones, lecturas etc. A lo mejor se eternizan en la homilía y, desde ésta hasta el final, ya no se percibe otra cosa que prisa. No se varía el canto, no se introducen aquellos cambios que permite el ritual y pueden dar variedad, no se utilizan moniciones que resalten partes o momentos, oraciones o incluso cantos, que siempre recaban la atención y mejor participación de los que asisten.

Los hay que no se sienten identificados con esta Iglesia que celebra, más que parcialmente; sólo con lo que les gusta, con sus preferencias, lo que está en síntoma con sus inquietudes, línea eclesial que más le atrae, o ideas políticas que sostiene, etc. Esta actitud se polariza principalmente en las lecturas, pero de un modo especial, en las homilías. Sobre todo cuando estas descienden a problemas o situaciones que afectan seriamente a la comunidad que está reunida. Como pueden ser la inmigración, el terrorismo, el desempleo, los programas de los políticos, etc. Si el que preside, además, está identificado con determinadas corrientes que no son las suyas, no se dejan interpelar por la Palabra, ni hacer autocrítica desde el evangelio proclamado, lo que hace sospechar que su identificación con él es también parcial, sólo en lo que está de acuerdo con sus gustos o ideas. Algunas veces da hasta miedo esta actitud que puede comprobarse también en reuniones, charlas, cursillos, etc., de la que nace una crítica despiadada y una incomprensión cerril de lo que dice o hace la Iglesia. Como si ella no debiera tocar ciertos temas o tuviera que decir solamente lo que a ellos les gusta oír o actuar como ellos actuarían. Una consecuencia lamentable de esta identificación parcial con el Evangelio y con la Iglesia está en la parálisis que experimentamos respecto de la renovación y adaptación que se quiso con el Concilio. La gran masa de cristianos ha elegido aquellas renovaciones concretas que afectan a la periferia, pero no ha producido el cambio -conversión- que esperábamos, porque no ha afectado a la mentalidad que sigue siendo la misma que tenían. Incluso algunos que se habían arriesgado en el cambio hoy retornan a lo que vivieron antes, buscando seguridad en la mentalidad que se habían aventurado a criticar.

Todo esto no quiere decir, que todo el mundo sea, piense y actúe así. Afortunadamente tenemos también personas, grupos, parroquias e instituciones donde todo esto trata de superarse con la ayuda del Espíritu Santo. No lo es, desgraciadamente, en la gran masa que acude los domingos a misa. Ser Iglesia de Dios, sentirse Iglesia, vivir en la Iglesia y celebrar como tal Iglesia aún estamos lejos de haberlo conseguido en la mayoría que, incluso se ofenderían si leyeran u oyeran estas cosas.

4.- Pero si hay un enemigo declarado de la Vivencia de la Eucaristía en sus celebraciones es la rutina

La rutina es la devaluación del Misterio, la demolición de lo auténtico, el despojo de lo verdadero. Donde se mete la rutina lo más grande se convierte en trivial, lo más exigente en pura repetición, lo más bello en feo, lo que requiere sentido y atención en mero ritual de repeticiones, donde cabe la distracción habitual y el sin-sentido en lo que se está haciendo. Y, como venimos mostrando en las reflexiones anteriores, en la celebración eucarística hay mucha rutina, por eso la celebración no es interpelante, a muy pocos les pregunta algo. Cuando una celebración se realiza sin rutina pregunta muchas cosas tanto a los creyentes como a los que no lo son y que a veces asisten por cumplimientos. Alguien ha dicho que hoy, una celebración bien hecha, es la mejor catequesis que podemos ofrecer muchas veces a quienes asisten. Si fijamos nuestra atención en como se recitan las oraciones, himnos, aclamaciones, el canto o el amén vemos que casi siempre se realizan con prisa, algunos atropellan a los demás en el ritmo, como si lo que se está diciendo o haciendo no necesitara calma, pensar lo que se dice, como si la alabanza o la acción de gracias no comprometieran a nada más que a mover los labios. Si preguntáramos sobre el contenido de las lecturas que se han hecho la mayoría no sabría responder porque sí las han oído pero no las han escuchado. Los sacerdotes tampoco colaboran mucho en la tarea con una forma digna de celebrar, que esté llena de sentido, que corrija los vicios de la asamblea, que instruya sobre algún aspecto manifestado en las carencias que se van detectando. Otras veces se contagian de la prisa, el espíritu rutinario que no anima a nadie sino que los deja en sus repeticiones agotadas por la rutina. Da pena todo esto porque si la rutina es un mal siempre, lo es mucho más cuando afecta a lo más importante del domingo, que coincide con lo más importante en la vida cristiana.

Todo ello no quiere decir que lo que se hace no sirva para nada, ni que los asistentes no se beneficien en nada de la celebración eucarística. Pero si debe quedar claro que si se mete la rutina, porque no ponemos el alma en lo que celebramos, tanto el que preside como los que asisten, la finalidad principal de la Eucaristía no se logra. Ésta persigue nuestra unión con Cristo, mediante una identificación con Él que nos permita amar como Él nos ha amado. Y esto está muy lejos de todo espíritu rutinario.

No hay comentarios: