lunes, 21 de marzo de 2011

1.IV. La Eucaristía es verdadero sacrificio de Cristo y de la Iglesia


"Nuestro Salvador, en la última Cena … instituyó el sacrificio eucarístico de su cuerpo y sangre, con el cual iba a perpetuar por los siglos, hasta su vuelta, el sacrificio de la cruz y a confiar así a su esposa, la Iglesia, el memorial de su muerte y resurrección" (SC.47). Aunque desde siempre la fe de la Iglesia ha insistido en el carácter sacrificial de la misa, tradición que recoge el Vaticano II, no es menos cierto que últimamente se insiste más en el carácter de banquete, pastoralmente, y en el silencio sobre el sacrificio, cuando ambas dimensiones de la Eucaristía son inseparables.

1.- La Eucaristía es re-presentación del sacrificio de Cristo

En la profesión de fe de Pablo VI se expresó así: "nosotros creemos que la misa es realmente el sacrificio del calvario, que se hace sacramentalmente presente en nuestros altares (1111 de La fe de la Iglesia Católica). Es lo mismo que ya había manifestado Trento: "En la misa se ofrece a Dios un sacrificio verdadero y auténtico, no sólo un sacrificio de alabanza y de acción de gracias, ni sólo una mera conmemoración del sacrificio realizado en la cruz, sino un sacrificio propiciatorio" (Dz. 1751).¿Qué se quiere expresar con estas palabras?.

En primer lugar se nos dice que la misa es un sacrificio. Pero nuestros ojos lo que ven es un rito, una celebración cultual, como puede haber otras. ¿Solamente esto? La fe de la Iglesia nos dice que no, que lo que se hace en la misa es un auténtico sacrificio. Esta palabra la tenemos vinculada a sufrimiento, a dolor por algo o por alguien, a padecimientos. Cuando la empleamos aquí ¿a qué nos referimos?. La narración sobre Abrahán (Gn. 22) cuando quiere sacrificar a su hijo Isaac, nos puede indicar un camino de comprensión. El patriarca quería ofrecerle a Dios lo que para él era más preciado, su único hijo. Estaba en la línea de algunas religiones de su ámbito que ofrecían a sus dioses victimas humanas, eran sus sacrificios. Pero ¿qué hace Dios? ¿aceptar como sacrificio la inmolación de Isaac?. No. A Él no le gustan las víctimas humanas, pero sí acepta como sacrificio lo que, ciertamente buscaba en el patriarca: su sumisión y entrega personal. De hecho tiene la certeza "de que Dios proveerá el cordero para el sacri­ficio" (22, 8), de hecho éste animal sustituirá a su hijo. Posteriormente también dejará claro que tampoco le gustan los sacrificios de animales (Hbr. 10, 4-7). El sacrificio que le agrada es el reconocimiento y la entrega a Él sin condiciones. Esto es ofrenda y sacrificio. La ofrenda lleva consigo algo que ofrecer, pueden ser cosas o uno mismo pero no se inmolan. El sacrificio añade a la ofrenda la inmolación. En el A. Testamento como ni los oferentes ni el sacerdote se podían inmolar, sustituían su inmolación por el sacrificio de animales.

En Jesucristo no ha sido así, no ha utilizado animales que le sustituyan su ofrenda, que es total, lleva consigo una entrega que es también total, por eso su sacrificio es inmolación de la totalidad que es. Y lo hace no suicidándose sino utilizando la mala voluntad de sus enemigos. Este sacrificio horrendo no podía gustarle al Padre, era como resumen de todas las injusticias y maldades de los hombres. ¿Dónde estaba propiamente el sacrificio?, ¿en el injusto derrama­miento de la sangre inocente de su Hijo? Creemos que no. El sacrificio está en el recono­cimiento, la ofrenda y la entrega plena de Jesús al designio salvador del Padre. Este designio no está en el derramamiento de sangre, está en el amor sin límites de Dios al hombre, manifestado en Cristo hasta el colmo, hasta sus últimas consecuencias. Al ser ésta la voluntad libre de Jesús el Padre no solo la respeta sino que la hace suya. El querer del Padre no está en querer el sufrimiento y la muerte del Hijo, sino en amar al Hijo -y en Él a todos los hombres- respetando su voluntad y haciendo suyo el querer del Hijo.

Al ser una ofrenda y una entrega total hasta la inmolación llega a abolir y a sustituir todos los sacrificios que no pueden manifestar una ofrenda ni una entrega total y necesitan víctimas que las representen y que nunca podrían manifestarlas. Todos quedan abolidos y al ser el suyo manifestación de la totalidad puede ser perpetuado sin agotarse. Su sacrificio está por tanto no en el derramamiento de sangre, aunque así sucediera, sino en su ofrenda y entrega total al amor misericordioso del Padre manifestado y realizado para la salvación del hombre.

Esta ofrenda y entrega de Cristo, realizada hasta la inmolación en la cruz, no ha quedado destruida o agotada en su resurrección, porque es parte esencial de su Humanidad. Se hizo hombre para eso, consiguientemente se mantiene porque es parte de la misma y que, al haber sido total en su historia personal, se perpetúa en su condición gloriosa. Por esto, al re-presentarse de una forma sacramental, no se realiza un nuevo sacrificio sino que se representa aquel que se perpetúa ahora con su misma actitud tal y como la tuvo en la cruz. Es el mismo sacrificio del Calvario representado tantas cuantas veces se celebra la Eucaristía, con su misma entrega que el resucitado conserva intacta y así está presente en la eternidad del Padre, aunque de forma incruenta porque "inmolado ya no vuelve a morir, sacrificado vive para siempre "(Rom. 6, 34).

Con toda verdad podemos decir que la Misa es Memoria del sacrificio de la cruz. No es una conmemoración como las que hacemos de hechos importantes. Estos son recuerdos de un pasado que no abandonan convirtiéndose en presente. No es así la Memoria eucarística. Ella es Memoria en el sentido ya explicado, arrastra el pasado y lo presencializa sacándolo del simple recuerdo, porque el autor del mismo, no sólo su acción y hechos, sino su disposición y actitud están presentes pues Él está vivo. Y es de tal fuerza su condición resucitada que es Presencia que hace presente, actualiza, toda su historia que, de no ser así, quedaría reducida a puro recuerdo pasado de un muerto.

2.- Lo es también de la Iglesia

La Eucaristía, "aunque no pueda haber en ella presencia de fieles, es ciertamente acto de Cristo y de la Iglesia" (PO. 13 c). El Concilio le pide expresamente a los párrocos que procuren “que la celebración del sacrificio eucarístico sea centro y culminación de toda la vida de la comunidad cristiana" (Ch. D. 30 f). La Iglesia no es una institución humana, ni una sociedad perfecta, ni una asociación, ni un club, "la Iglesia santa y católica, que es el Cuerpo Místico de Cristo, consta de fieles que se unen organizadamente en el Espíritu Santo por la misma fe, los mismos sacramentos y el mismo gobierno" (O. Ecl. 2), "es como un sacramento, o sea, signo e instrumento de la unión intima con Dios y de la unidad de todo el género humano” (LG. l), "sacramento universal de salvación" (A.G.1 a). Todo lo cual nos dice que la Iglesia es la comunidad del Señor, que está unida a Él por el seguimiento, la identificación y la comunión en su vida y en su muerte. Al ser la Eucaristía re-presentación incruenta de esa muerte y esa vida, lo es también de quién está identificada con Él, que son sus seguidores -fieles- no sólo como personas individualmente consideradas sino corporativamente, pues están unidos entre sí por el mismo Espíritu en el Cuerpo de Cristo que es la Iglesia. Se da en ella -unida a su Señor- una voluntad de ofrenda y entrega, hasta de inmolación, como se da -aunque de forma incruenta - en el Cristo glorioso, con el que ella está identificada y en comunión. Esto ocurre por la fe, el amor y el sacramento que son el camino para su identificación con Él y su común unión y común tarea, servirle al mundo la salvación.

3.- También lo es de quienes la celebran

Corresponde a los presbíteros ejercer su ministerio "sobre todo, en el culto o asamblea eucarística, donde obrando en nombre de Cristo y proclamando su Misterio, unen las oraciones de los fieles al sacrificio de su Cabeza y representan y aplican en el sacrificio de la Misa, hasta la venida del Señor (1ª Cor. 11, 26), el único sacrificio del N. Testamento, a saber: el de Cristo, que se ofrece a si mismo al Padre, una vez por todas, como hostia inmaculada (Hbr. 9, 11-28)" (LG. 28 a).

Un fiel cristiano no es simplemente el que asiste a celebraciones, ni siquiera el que pertenece a una comunidad cristiana, pues se puede asistir y pertenecer a grupos eclesiales u comunidades parroquiales y, sin embargo, no ser verdaderos seguidores de Jesucristo si no se está identificado y en comunión con el Señor. A esto se llega cuando su ofrenda y su entrega -su sacrificio- a Dios por los hombres son revividas en el seguidor por la comunión con su Maestro. Hasta que uno no está dispuesto a entregar la vida, viviendo para los demás en el servicio desinteresado -en definitiva el amor auténtico- no ha llegado a la identifica­ción-comu­nión con el Señor. La razón está en que esto es lo que se celebra y se vive en la Eucaristía. Si el seguidor no tiene esa disposición de llegar a esa comunión, verdaderamente pertenecerá a una comunidad o grupo de iniciados pero no a una comunidad eucarística. Esta demanda siempre la identificación en la voluntad de ofrenda total y entrega que tiene el Señor resucitado, es decir, en el auténtico sacrificio.

4.- Es representación y vivencia de la Pascua de Jesús

La Iglesia nunca ha dejado de reunirse para celebrar el Misterio Pascual: leyendo "cuanto a Él se refiere en toda la Escritura (Lc. 24, 27)", celebrando la Eucaristía, en la cual se hacen de nuevo presentes la victoria y el triunfo de su muerte (SC. 6)". "Nuestra Pascua inmolada es Cristo", se lo advertirá san Pablo claramente a los de Corinto" porque Cristo, nuestro cordero pascual ya fue inmolado, ahora a celebrar la fiesta, pero no con levadura del pasa­do­ (1ª Cor. 5, 7)".

En ella "la obra de nuestra redención se efectúa cuantas veces se celebra en el altar el sacrificio de la cruz, por medio del cual "Cristo que es nuestra Pascua ha sido inmolado" (LG 3). "Cristo el Señor la realizó principalmente por el misterio pascual de su bienaventurada pasión, resurrección de entre los muertos y gloriosa ascensión (SC. 5 b)".Por ello, el Vaticano II pide a los obispos que "se esfuercen constantemente para que los fieles de Cristo conozcan y vivan de manera más intima la Eucaristía, el Misterio Pascual” (Chr. D. 15b). Porque "el cristiano, asociado al misterio pascual, configurado con la muerte de Cristo, llegará, corroborado por la esperanza, a la resurrección" (GS. 22d).

Es decir, el misterio pascual es la realización de la muerte y la resurrección del Señor, fue ese el paso de la muerte a la vida, por eso lo llamamos pascua. En este misterio somos injertados por el bautismo "en él se representa y realiza el consorcio con la muerte y resurrección de Cristo" (LG. 1 7b) como lo enseña el apóstol Pablo: " con Él fuimos sepultados por el bautismo para participar en su muerte; más si hemos sido injertados en Él por la semejanza de su muerte, también lo seremos por la de su resurrección" (Rom. 6, 4-5), pero, donde se realiza plenamente, de forma sacramental, donde se celebra, se participa y se vive aquella muerte y resurrección es en la Eucaristía, porque ella es la Memoria de ese Misterio, es decir, la actualización sacramental, incruenta, de aquel "paso" -pascua- de la muerte a la vida, en cuyo dinamismo hemos sido introducidos por al bautismo y éste es plenificado, en la Eucaristía

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