martes, 22 de febrero de 2011

35ª Pregunta: ¿Así le contestas al Sumo Sacerdote?

1º- Quién la hace y por qué 

La hace un guardia, perteneciente al grupo de los que prendieron a Jesús en el huerto. Estos guardias llevaban la defensa de los intereses y locales del templo y, también, la de los sumos sacerdotes, autoridades religiosas y la aristocracia del mismo. Habían detenido a Jesús y lo habían llevado a casa de Anás y "como hacia frío, los criados y los guardias habían encendido un brasero para calentarse" (18,18). Algunos estaban en el interrogatorio y uno de ellos es quién le da una bofetada a Jesús y le hace esa pregunta que es más una inculpación que otra cosa. 

La provoca la respuesta de Jesús al sumo sacerdote que le estaba interrogando. El guardia se toma esta libertad porque su mentalidad es que ante el jefe lo que hay que hacer es callar y obedecer. Es la alienación que padecen tantos servidores del poder, que los convierte en represores ciegos de quien amenace al mismo. Es por lo que han prendido a Jesús, aliándose todos los poderes civiles y religiosos y, ahora, quieren que ante su jefe calle y aguante. No ven, están ciegos, no se interesan ni por lo que ha dicho Jesús ni si representa realmente una amenaza. Lo único que les interesa es obedecer -son sus guardias- y hacer que los demás obedezcan, aunque lo que se le pida sea una sinrazón.

Jesús no había contestado mal, pues era preguntado sobre su enseñanza, como ésta había sido pública, a quién había de preguntar era a quienes le habían escuchado. Es lo que le dice al sumo sacerdote. Pero en la mentalidad del guardia, ni siquiera había que responder, solamente callar y obedecer lo que éste dispusiera. La autoridad -el poder- tiene siempre la razón. Ponerlo en duda, hacerle crítica o matizar sus palabras lo que merece es lo que él -agente de la autoridad- ha hecho: dar una bofetada. 

2º.- Lo que revela y provoca 

Ante todo muestra la serenidad impresionante de Jesús ante quién le ofende. Primero porque quién le hace el interrogatorio no tiene autoridad para hacerlo, dado que no era él sumo sacerdote aquel año sino su yerno Caifás. Y el guardia es un hincha fanático porque no era él quién para juzgar si Jesús habla obrado bien o mal. Era un tribunal legítimo quién tendría que juzgar su problema y, en todo caso, quién le interrogara.

Se muestra aquí, como en todo el prendimiento y proceso de Jesús, la enorme contradicción existente entre lo que debería ser la primera preocupación del sacerdocio -Dios y sus cosas- y que el interés por Él no aparezca -ni se le nombre ni se interesan por Él- en todo el interrogatorio. Lo cual indica que éste sacerdocio está corrompido, eran funcionarios sagrados y beneficiarios de los enormes intereses que producía el templo. Para el evangelista, Jesús es el Templo verdadero que Dios se ha hecho y donde se manifiesta su gloria, no es sacerdote, aparte de que el sacerdocio estaba desprestigiado, sencillamente porque no necesita mediadores. De hecho hay que esperar a la segunda generación cristiana para que un texto inspirado llame a Jesús sacerdote. Estaba tan clara su corrupción y era tan flagrante su contradicción en el sacerdocio antiguo que nadie se podía imaginar a Jesús como sacerdote.

La actitud del guardia y su pregunta muestran una mentalidad de servilismo ciego que, aunque tantas veces se haya mostrado así la actitud de los agentes de la autoridad, se creen con el derecho de poder violar todos los derechos de la persona impunemente. Ocurrió con Jesús y sucede muchas veces en la historia. Pero los derechos no están al servicio de la autoridad, es ésta quién está al servicio del derecho.

La acción y la pregunta del guardia provoca la contestación de Jesús que, sin perder la serenidad, realmente no le replica sino que lo invita a que haga un discernimiento sobre lo que Él ha hablado y muestre en qué ha faltado si es que lo ha hecho. Jesús tiene la seguridad de que lo dicho por Él no contenía falta alguna ni contra el sumo sacerdote ni contra nadie. Por eso no pierde la compostura y se muestra dueño de los acontecimientos. Manifiesta, además, su delicadeza para con el guardia que se ha sobrepasado en sus atribuciones, le indica el camino correcto para una acción responsable que no está en el servilismo ciego al jefe sino en el respeto a la verdad y obrar en consecuencia. Es lo menos que se puede pedir a un agente de la autoridad, que muestre a ésta en que falta un presunto reo para poder ser juzgado. Si éste no ha faltado ¿quién le nombra a él juez para castigar una falta que no se sabe si se ha cometido? 

3º.- La respuesta de Jesús 

Como se ve por lo ya dicho, la respuesta de Jesús va directamente a lo que es siempre la preocupación de Jesús con amigos y enemigos: la persona. Va directamente a que el guardia recapacite sobre lo que ha hecho. Por encima del conflicto está la persona y lo que hay que conseguir es que sea responsable. Jesús se preocupa por el guardia, que cumpla en justicia lo que es su cometido. No lo es el servicio ciego, sin conexión con la verdad de los acontecimientos, a la autoridad; porque las actuaciones de ésta no son verdaderas y auténticas porque lo sean de la autoridad, sino porque lo son de la justicia. Una decisión o una acción determinada, no es buena porque la haya tomado o la mande una autoridad, no existe ese automatismo, si lo es porque en sí misma responde a la bondad en la justicia y la verdad, que son anteriores a la autoridad y a las que ésta debe estar sometida. Es lo que Jesús quiere llevar al convencimiento de éste guardia. 

Simultáneamente, quiere enfrentarlo con la rectitud que debe seguir si es un ser libre. La libertad es incompatible con los fanatismos y los servilismos. Entrar por la dinámica de estos es renunciar a la libertad personal. Ésta siempre “responde de” -responsabilidad- de uno mismo, de unas personas, de un oficio, de una misión, etc. Y es imposible esa respuesta -responder de- si se interpone una mentalidad ciega en la que prima el servilismo -no la obediencia- a un jefe por el sólo hecho de serlo. 

4º.- Quién haría hoy esa pregunta 

Desde luego quienes se han dejado atrapar por una ideología que los somete, creándoles una mentalidad que los hace súbditos antes que personas. Las ideologías que configuran sistemas y se imponen a través de estructuras, ambientes, instituciones y personas, y que no tienen como finalidad principal a las personas. Hacer personas, ayudar a ser cada vez más persona, servir a las personas... no es la preocupación Principal. De hecho hasta se está dejando de hablar de personas, se habla más de ciudadanos, consumidores, colectivos, etc. Domina en muchos el servicio incondicional a la ideología o a las estructuras con las que domina por la mentalidad que crea. Llegan a resentirse como personas, sacrificándose lo indecible con tal de servir incondicional­mente al sistema en el que se mueven y al que sirven. 

Esto hace que muchos renuncien a su libertad, haciéndose súbditos incondicionales de otras personas, estructuras, instituciones, partidos políticos y hasta de clubs deportivos. Carecen de libertad para hacer, pensar, actuar o votar. Tienen que hacer lo que se les diga que hagan aunque repugne a su conciencia.

Los hay que han sido domesticados de tal forma por la ideología y la propaganda que crean los sistemas o sus sustitutos, que han renunciado a ser críticos. Han dejado adormecer su conciencia de tal manera que ante la propaganda vertida por los medios están completamente indefensos. Hasta su imagen llega a veces a ser una copia barata de lo que los medios le proponen. Su capacidad crítica -característica de la persona adulta- ha sido anulada de tal forma que se acomodan a todo y justifican todo con tal de que esté avalado por los medios. Con lo que casi siempre se dejan arrastrar por los que manejan los mejores medios o son más hábiles en contra de lo más auténtico o lo más verdadero.

Hay también un peligro siempre amenazador de la fe, que es convertirla en ideología. Desde el momento en que cae en las redes de ésta, es una más y en competencia con otras, anula el sentido crítico de los creyentes, los convierte en súbditos obedientes y su palabra más habitual es el amén. Así entendida es fácil confundirla con otros niveles de la sociedad, el político, el económico, el educativo, el sanitario y el suyo seria el religioso, como un nivel más de lo social. Entendida la fe como una ideología la experiencia nos dice a qué extremos de luchas tensiones, sometimientos, etc. hemos padecido y padecemos en nuestra historia. Pero la fe, cuando no es convertida en ideología, no se confunde con un nivel más de la sociedad. Está fuera de cualquier nivel y, desde abajo, los contesta críticamente a todos los niveles para que cumplan y no se salgan de su cometido, respeten la libertad, la justicia y los derechos de todas las personas, sean ciudadanos o se les niegue esa categoría.


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