miércoles, 16 de febrero de 2011

29ª Pregunta: Señor, ¿tú a mi lavarme los pies?

1º.- Quién la hace y por qué 

Es Simón Pedro. El evangelista da el nombre y el apodo que le puso Jesús. Es un discípulo cualificado que sigue a Jesús pero que no está identificado con Él, como su actitud y su pregunta demuestran. La causa está en la acción de Jesús de ponerse a lavarles los pies a sus discípulos. Era ésta una ocupación de esclavos y de las mujeres con sus maridos. Para poder comprender su reacción hay que mirar a lo que Pedro tiene en su cabeza. ¿Cómo ve a Jesús y su misión? Como un líder capaz de encarnar la imagen del mesías hijo de David, salvador de Israel y recuperador de su gloria. Por eso se dirige a Él como Señor, con lo que él se reconoce súbdito, capaz de dar hasta la vida -en la pasión irá armado - por su Señor. Por eso no concibe que su Señor le lave los pies que era oficio de esclavos. No hay sintonía alguna entre lo que él espera de Jesús y lo que está viendo. Él entiende que debe seguirlo como a su jefe, su líder, no como su servidor hasta la muerte. No lo comprende por ahora, más tarde, como le dice Jesús, lo comprenderá: "lo que yo estoy haciendo tú no lo entiendes ahora, pero lo comprenderás dentro de algún tiempo" (13,7). 

Esto justifica la pregunta y la extrañeza que manifiesta. Es una mezcla de sorpresa, incomprensión y de rechazo. Es como si dijera: si soy yo el que tendría que lavártelos a ti. Ese seria el orden que respondería a lo que él tiene en la cabeza. Pero Jesús hace justamente lo contrario, se iguala a los demás en el servicio. 

2º.- Qué revela y provoca 

Lo primero que está manifestando la actitud y pregunta de Pedro, es que se puede estar con Jesús, e ir con Él a todas partes, sin que haya un verdadero seguimiento. Éste responde a una adhesión que identifica con Jesús y establece con Él la comunión. No se trata de súbditos siervos- sino de amigos: "Ya no os llamo más siervos, porque un siervo no está al corriente de lo que hace su amo; os llamo amigos porque os he comunicado todo lo que le he oído a mi Padre" (15,15). Por esta comunicación se ha igualado a todos y lo ha querido mostrar con el servicio. Pedro en cambio no lo comprende, quiere que Jesús sea el jefe a quién se sirve. 

Esto muestra también lo difícil que es renunciar a una mentalidad creadora de un fanatismo que ciega. Por una parte reconoce a Jesús como su líder, que encarna la figura del Mesías esperado y, por otra, rechaza su comportamiento como indigno de ello. Es una mentalidad común con los dirigentes judíos, como hemos visto en otras preguntas, y que también tenía la mayor parte del pueblo dominado por estos. Cargada de fanatismo era incapaz de hacerse la mínima crítica y de poder entender el mesianismo de Jesús que no tiene otro liderazgo que el del amor, realizado en un servicio incondicional, que lo verifica para que no sea embustero. Un amor sin servicio desinteresado y sin condiciones, es engañoso. Donde se verifica es en el servicio. 

La actitud de Pedro provoca la reacción de Jesús que le recuerda que, si no se deja servir por Él no tiene nada que ver con su persona. Pedro se mueve en la dinámica jefe-súbdito que expresa la desigualdad al mismo tiempo que la imposición y el dominio. Jesús no. Él quiere la igualdad y trata de mostrar que en la comunidad de sus seguidores, todos son iguales, porque todos son servidores. Si esto es lo que Él hace y lo que busca en los suyos, si Pedro no quiere la igualdad porque no quiere ser servido, es claro que no tiene nada que ver con Jesús. La reacción de éste al final es dejarse lavar los pies, pero como un súbdito que obedece y cumple las leyes de su señor. Se somete con obediencia tan fanática como su mentalidad: "no sólo los pies, sino también las manos y la cabeza” (13,9). Es decir, lo quiere el jefe y lo cumplo hasta el extremo. No ha entendido a Jesús y, lógicamente, no ha entrado por los caminos de igualdad pretendida por Jesús mediante el servicio:"pues si yo, el Señor y el Maestro, os he lavado los pies, también vosotros debéis lavaros los pies unos a o­tros" ­(13,14). 

3º.- La respuesta de Jesús 

Ante todo muestra la exigencia en sus discípulos de estar limpios. Es decir, que no haya suciedad que se interponga entre Dios y ellos. Esta suciedad la crea el no aceptar a Jesús como el representante de Dios y su mensajero. Los discípulos han aceptado a Jesús así y lo han seguido, por eso están limpios -aunque no todos, Judas- por eso no necesitan más que lavarse los pies, signo de la igualdad y del servicio mutuo. Es el ejemplo que Él les ha dado en el lavatorio. Pero la exigencia de Jesús, Pedro la ha comprendido más como un rito purificatorio -por eso quiere que le lave también manos y cabeza- que el jefe hace para purificar a sus súbditos. No comprende que Jesús se ha abajado haciéndose igual a sus seguidores, a quienes llama amigos y hermanos, no siervos ni súbditos. 

Les deja el ejemplo que deben seguir en la comunidad de discípulos:"os dejo un ejemplo para que igual que yo he hecho con vosotros, hagáis también vosotros" (13,15). Pero no como un deber que hay que cumplir a rajatabla, sino como un amor que debe existir en reciprocidad. No se trata de purificaciones, estas han sido caducadas, el agua insípida de las tinajas dedicadas a la purificación, ya ha sido convertida -Caná- en el vino nuevo del Reino. 

4º- Quién haría hoy esta pregunta 

Sin ninguna duda todos aquellos que entienden la fe y la viven como una obediencia de súbditos a un Dios que manda e impone. Reducen la vida cristiana a cumplir mandamientos, sean de Moisés o sean de la Iglesia. Es cumplir lo que se manda. Dios aparece para ellos como el soberano que tiene todo en sus manos, el todopoderoso u omnipotente que ejerce su poder en toda la creación y a quién el hombre, para obrar correctamente, tiene que estar sometido. Si no cumple obedeciendo lo que recibirá será el castigo, en esta vida o en la otra o en las dos. 

Con esta imagen de Dios, lógicamente tienen que escandalizarse ante la propuesta que hace Jesús de un Dios que sirve. Creen denigrante el servicio en Él porque es oficio de súbditos. No han entendido ni "que la Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros" (1,14), ni que "se despojó de su rango -se anonadó- y tomó la condición de esclavo, haciéndose uno de tantos" (FIp 1,7). Ese es el signo de su omnipotencia, ya que esto sólo lo puede hacer Dios. Y no por necesidad o por vanidad, sino porque su omnipotencia es la del Amor: "tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único para que tenga vida eterna" (3,16), amor que llega a todos "para que el amor que me has tenido está con ellos y también yo esté con ellos" (17,26). Este Amor que está con el creyente es su Espíritu porque el amor que Dios nos tiene "inunda nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha dado" (Rom. 5,5) y "donde hay Espíritu del Señor hay libertad" (2ª Cor.3,17). Por eso el Dios cristiano no pide sometimientos, sino amor y éste es imposible sin libertad. Él nos ama en libertad -nadie le obliga a amar- y el hombre debe responder amando con la misma libertad. Un amor obligado no es amor. 

Este amor en Dios y en el hombre en la libertad del Espíritu, contradice también a todos los que se resisten a la igualdad. Como Pedro, no pueden soportar que Jesús siendo el Señor y el Maestro despojándose del manto, símbolo de su señorío, y ciñéndose una toalla, símbolo del servicio, se ponga a lavarles los pies a los suyos, a los que identificados con Él forman su comunidad. Les resulta hasta escandaloso que hablemos de igualdad en la Iglesia, creen que son contaminaciones de la modernidad. No han escuchado que "existe una auténtica igualdad entre todos, tanto en la dignidad como en la acción de construir el Cuerpo de Cristo que es común a todos los creyentes"(LG 32c). Se dijeron hace ya años pero cada día es más rara su práctica.

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