martes, 18 de enero de 2011

14ª Pregunta: ¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?

Tengo que hacerle una pregunta, Señor Jesucristo (14)
  
1º.- Quién la hace y por qué

Realmente no es una pregunta que le hagan directamente a Jesús, como sucedió con la anterior. La sorpresa y la incomprensión de lo que Jesús decía les mueve a preguntarse entre ellos pero dentro de la conversación que tienen con Él. Aquí es una discusión subida de tono la que se provoca. El texto dice: "Los dirigentes judíos se pusieron a dis­cutir acaloradamente " (6,52) mientras se hacían ésta pregunta que sólo indirectamente está dirigida a Jesús.

Son los mismos que antes se preguntaban sobre el origen de Jesús, ahora pelean unos contra otros por la expresión “comer su carne". Mientras ha hablado más en general del pan del cielo, no ha habido discusión fuerte pues se podía entender de muchas maneras, incluso de la ley, pero, cuando lo concreta en su persona e identifica el pan con su carne, es cuando la polémica sube de tono.

 La discusión acalorada se produce porque no salen de su comprensión materialista de la carne. Creen que Jesús les propone que lo tienen que devorar. Al identificar al pan bajado de cielo con la realidad de su carne, les produce una desorientación tremenda. Y al decirle que tienen que comerla no saben a qué atenerse y hasta se escandalizan.

Los cristianos, a quienes escribe Juan su evangelio, entendían perfectamente la expresión de Jesús porque era lo que ellos oían, vivían y celebraban en la eucaristía, que es lo que está en el trasfondo de la multiplicación de los panes y en ésta conversación - discurso de Jesús que trata de explicarla.

2º.- Qué revela y provoca

Lo primero que revelan las expresiones de Jesús, y que ellos malentienden discutiendo, son de una dureza y exigencia tremenda, "el que coma pan de éste vivirá para siempre. Pero, además, el pan que voy a dar es mi carne, para que el mundo viva" (6, 5 l). Luego añadirá: "si no coméis la carne y bebéis la sangre de éste Hombre no tenéis vida en vosotros"(6,53) y no se refiere a cualquier vida sino a "la vida definitiva y yo lo resucitaré en el último día"(6,54). Pero Jesús no les está proponiendo que lo devoren, que es como ellos lo entienden, se está refiriendo a una adhesión- asimilación que produce la identificación- comunión con Él. No es de orden físico material, sino, como se dirá posteriormente en el desarrollo teológico, de orden sacramental, que es como ya se vive en la comunidad de Juan a quién se dirige éste evan­gelio, y, en general, en todas las comunidades cristianas en la eucaristía que celebran.

 Es solamente mediante esta adhesión- asimilación-identificación como el hombre puede llegar a su plena realización como criatura de Dios e hijo suyo. Es en Jesucristo donde el hombre ha sido acabado, donde la creación del hombre se ha hecho definitiva, donde el ser humano -hecho a imagen y semejanza de Dios - se realiza plenamente, donde el paraíso -el proyecto original de Dios - ha dejado de ser una oferta para convertirse en una realidad. A todo esto se llega comiendo la carne y bebiendo la sangre del Hijo de Dios, adhiriéndose e identificándose con Él.

Él es el Hijo de Dios, lleno de su Espíritu, por eso la asimilación- comunión hace al hombre hijo al identificarlo con Él dándole su Espíritu. Mediante esa asimilación - identificación puede llegar el hombre a su plena realización como criatura de Dios e hijo suyo. Y sólo mediante ella. No hay otro camino, porque sólo en Él está la plenitud del hombre, el proyecto de Dios sobre el hombre realizado y ultimada la creación al tener la plenitud del Espíritu. Amor dado para llevar adelante su proyecto en los demás hombres. Esta plenitud del Amor que Él posee, le conduce a dar, a comunicar, todo lo que tiene, por eso su plenitud se muestra en este vaciamiento de lo propio, dando la vida para que los demás puedan poseerla. Entonces comer su carne y beber su sangre incluye el darse por amor a los hombres hasta las últimas consecuencias. Quién está adherido a Jesucristo e identificado con Él, por la comunión de su carne y sangre, tiene que estar dispuesto también a darse hasta el extremo. Pero los dirigentes no están dispuestos a dar su carne y su sangre por amor al hombre, por esto no quieren identificarse con Él, prefieren quedarse en la discusión sobre las palabras y sus posibles significados.

Es esto lo que provoca la crisis, no sólo entre los dirigentes judíos, sino también entre los propios discípulos que se quejan de las palabras que conllevan semejantes exigencias. Unos porque no comprenden su significado, otros porque no están dispuestos a asumir lo que significan y exigen: "este modo de hablar es intolerable ¿quién puede asumir eso? (6,60), y se produce hasta el abandono: "desde entonces muchos discípulos se echaron atrás y no volvieron más con Él” (6,66). Morir por amor al hombre -dar su carne y su sangre - es lo que Él va a hacer y la resistencia a seguirle les conduce al abandono.

3º.- La respuesta de Jesús

"¿Esto os escandaliza? ¡Pues si presenciarais que éste Hombre sube a donde estaba antes!" (6,62). El escándalo sería mayúsculo viendo a la Humanidad elevada a la divinidad. Incomprensible. El lenguaje de Jesús demanda, para ser aceptado, la fe: "Nadie puede acercarse a mí si el Padre que me envió no tira de él"..."todo el que escucha al Padre y aprende se acerca a mí" (6,44-45). Sin fe lo que se produce es la mala comprensión y hasta el escándalo. Por ella descubrimos en Jesús una vida de tal calidad que es necesariamente eterna. Es vida que al darse no produce muerte sino vida definitiva: "El que coma pan de éste vivirá para siempre" (6,51) pues subirá con Él "a donde estaba antes".

Es el Espíritu el que da vida, la carne sin él no sirve de nada (6,63). La carne es historia débil, no acabada, pero cuando el Espíritu, con su fuerza - amor - conduce a la adhesión e identificación con Jesús, produce siempre vida, sacando a la carne de sus limitaciones, hasta de la misma muerte, convirtiéndola de fracaso existencial, acabamiento, en paso hacia la plenitud de lo eterno.

4º.- Quién haría hoy esa pregunta

 Hoy muchos discutirían, como los dirigentes judíos, sobre cualquier oferta de salvación, porque están instalados de tal forma en esta sociedad y mundo que no sienten necesidad alguna de salvación. Se sienten muy bien como están. Si algún acontecimiento personal, familiar o social, les produce preocupación, tratan de que no les incomode y po­der olvidarlo cuanto antes. No comprenden otra historia que esta historia débil en la que se encuentran cómodos creyéndola fuerte y hasta apetecible. No comprenden que esta historia débil –carne sin el Espíritu- no sirve de nada, pero asumida por Él es transformada. En Jesús ha sido asumida y, por su resurrección, glorificada. En ella todo lo nuestro ha sido llenado de sentido y finalidad. Es el Espíritu que llenó a Jesús quién ha sido derramado en toda carne. Nuestro mundo está preñado de gloria que un día estallará al conocer la manifestación de los hijos de Dios. Encerrarse en la debilidad de la carne es negarse a la plenitud de sentido que la trasciende y la finalidad que la  plenifica.

A estos habría que añadir aquellos que quedándose en la materialidad de las palabras hacen una lectura fundamentalista del texto bíblico. To­mando las palabras de Jesús al pie de la letra. Esto les lleva a una comprensión fisicísta y hasta biológica de la eucaristía y, consecuentemente, a unas actitudes insostenibles respecto de ella. También les crea un sin fin de exigencias y polémicas que recuerdan la postura de los dirigentes judíos respecto de comer la carne y beber la sangre. Problemas que suscitan sobre si comulgar en la mano o no, si se puede masticar la forma, si comulgar de rodillas o de pie, si quedarse de rodillas o en el templo hasta que Jesús desaparezca del estómago, la dicción exacta de las palabras de la institución etc., etc., etc. Todas son reflejo de esta com­prensión fundamentalista de las palabras de Jesús.

Otros que han entendido perfectamente que lo que está detrás de las palabras del Señor es su disposición de darse hasta la muerte, lo entienden aplicado a Jesús porque tenía que salvar a los hombres. Pero que ésta disposición sea una exigencia para sus seguidores les parece incomprensible y hasta escandaloso. No han captado que para resucitar hay que morir antes. Y si uno se adhiere a Jesús por la fe y se identifica entrando en comunión con Él, no hay otro camino para tener la Vida Total que reproducir en cada uno "los mismos sentimientos"(Flp.2,5) y las mismas actitudes y opciones que Él tuvo.

A otros les asusta la Santa Humanidad de Jesús. No ven en lo humano más que lo negativo e incluso su fe se desenvuelve más en el ámbito de las "terribles exigencias de Dios". Comer la carne y beber la sangre lo identifican con el dolor, el sufrimiento las desgracias y la muerte. E identifican todo esto con  la voluntad de Dios. Cuando rezan el Padre nuestro dicen resignadamente "hágase tu voluntad" porque creen que esa voluntad sólo está en esas cosas. No entienden que esa carne y esa sangre fueron antes asumidas y después glorificadas. Hoy nosotros comulgamos con el Cristo glorioso, que es su condición actual y lo que le permite darse a todos y unirse a todos en vida y tarea. No es tristeza sino alegría lo que nos da a participar y es felicidad lo que quiere hoy y mañana para todos. Es en su Santa Humanidad glorificada que se da sin medida, donde Dios se hace presencia y donde se nos está diciendo para nuestra felicidad.

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