De allí se
marchó al territorio de Judea y Transjordania; otra vez se le fueron reuniendo
grupos de gente por el camino y, según su costumbre, también entonces les
estuvo enseñando. Se acercaron algunos fariseos y le preguntaron para ponerlo a
prueba:
— ¿Le está
permitido a un hombre repudiar a su mujer?
Él
les replicó:
— ¿Qué os ha
mandado Moisés?
Contestaron:
— Moisés
permitió repudiarla dándole un acta de divorcio.
Jesús
les dijo:
— Por lo
incorregibles que sois dejó escrito Moisés ese precepto. Pero al principio del
mundo Dios los hizo varón y hembra. Por eso el hombre dejará a su padre y a su
madre, se unirá a su mujer y serán los dos un solo ser de modo que ya no son
dos, sino un solo ser. Luego lo que Dios ha unido que no lo separe el hombre.
Vueltos
a casa los discípulos le preguntaron sobre lo mismo. Él les dijo:
— Si uno repudia
a su mujer y se casa con otra, comete adulterio contra la primera. Y si ella repudia
a su marido y se casa con otro, comete adulterio.
La instrucción sigue en el camino
hacia Jerusalén. Al unírsele gente, Jesús aprovecha para seguir su instrucción,
no solo a los discípulos sino también a la gente, incluyendo en ella a fariseos
que preguntan queriendo ponerle a prueba. Son estos los que preguntan a Jesús
si es lícito al hombre repudiar a su mujer. Era una cuestión muy debatida entre
los rabinos judíos. Unos exigían para ello algo grave como, por ejemplo, el
adulterio, así Sanmai. Otros, como Hillel, las causas que exigían eran algunas
muy leves, como haber conocido a otra mujer más hermosa... Todos admitían el
recurso al repudio. La razón era que así lo había establecido Moisés y así
constaba en la Ley. Jesús acepta que así lo estableció Moisés y que así estaba
en la Ley. Pero explica el por qué de esto. No fue porque esta fuese la
voluntad de Dios expresada en el Génesis, esto es, en los orígenes, sino por
voluntad de Moisés debido a la dureza de corazón de los israelitas. Lo que Dios
estableció al principio —esto es: en el plan original de Dios— es que hombre y
mujer fueran un solo ser. La unión, por encima de las diferencias y no por un
simple voluntarismo de los dos o de uno, sino porque así lo establece Dios y así
lo rubrica en su naturaleza. Lo que ha querido Dios, desde los orígenes es la
igualdad entre los humanos. La mujer no es ni un animal ni un objeto, es igual
que el hombre. ¡Ésta si que es hueso de mis huesos y carne de mi carne! ¿Pueden
los huesos separarse de la carne sin perecer? Se está refiriendo al ser mismo
de los humanos pues utiliza la expresión “carne”, que no significa en la
antropología hebrea, el conjunto de músculos, nervios, huesos, etc. Sino que “carne”
se refiere al hombre en su totalidad pero en cuanto es un ser contingente,
limitado, necesitado. Es este ser el constituido por la unión del hombre y la
mujer. Son una sola carne, un solo ser. No dos carnes separadas unidas por un
contrato de dos seres puestos de acuerdo. Por eso lo que Dios ha unido y
rubrica la naturaleza, no lo puede separar el hombre.
El repudio
convierte a la mujer en un objeto disponible para lo que el varón disponga y
esto es una injusticia que jamás puede ser querida por Dios, ni debe ser
admitida por ninguna ley humana justa. Convierte la relación de pareja en puro
machismo. Dentro de la comunidad cristiana, aunque el hombre y la mujer lo
acepten y las leyes humanas así se lo reconozcan, unirse cualquiera de los dos
con otro u otra convierte su relación en adúltera. La unión del matrimonio es
en el ser, de tal manera que ya no son dos sino una sola carne y, consiguientemente,
esta unión en el ser es irrompible y exclusiva. Unirse a otro supondría
introducir la división en el único ser que los dos componen y que no se rompe,
aunque los dos se pusieran de acuerdo pues la unión existente es en la unidad
en el único ser que los dos componen.
Todo ello —en
el plan original de Dios en su creación del ser humano— supone la igualdad de
la mujer con el hombre, no hay ninguno inferior al otro. Son dos humanos
diferentes, pero esas diferencias que tienen no lo son en el ser que ambos han
constituido. Son, como algunos han defendido, una persona conyugal, ahí no hay
desigualdad alguna. Esto conlleva la igualdad en los derechos y deberes, también
en su dignidad y en el dinamismo de su ser personal que, por la unión
existente, potencia su libertad, no la cohíbe y, mucho menos, la anula o
destruye.
Cuando la
unión se convierte, por la gracia, en sacramento, éste conduce la libertad de
los cónyuges a la creación de una iglesia doméstica, expresión de la vivencia y
concreción de la comunidad cristiana.
No hay comentarios:
Publicar un comentario