— Y al que
escandalice a uno de esos pequeños que creen en mí sería mejor para él que le
encajaran en el cuello una piedra de molino y lo echasen al mar. Si tu mano te
pone en peligro, córtatela; más te vale entrar manco en la vida que ir con las
dos manos al quemadero, al fuego que no se apaga. Y si tu pie te pone en
peligro, córtatelo: más te vale entrar cojo en la vida que con los dos pies ser
echado al quemadero. Y si tu ojo te pone en peligro, sácatelo; más te vele
entrar tuerto en el Reino de Dios que ser echado con los dos ojos al quemadero,
donde su gusano no muere y el fuego no se apaga.
Juan había interrumpido a Jesús en
medio de su instrucción a los discípulos cuando había puesto en medio y
abrazado a un chiquillo señalándolo como referencia del verdadero seguidor.
Después de la interrupción, Jesús continúa su instrucción. Lo que motivó lo del
chiquillo fue la ambición que habían demostrado los discípulos cuando venían
discutiendo por el camino sobre quién era el más importante entre ellos. Ahora
retoma el tema y les advierte del daño que puede hacer en la comunidad la
ambición. Es el sentido que tiene decirles que quien escandalice a uno de estos
pequeños que creen, más le valdría que le encajasen una rueda de molino y lo
arrojasen al mar. Jesús no se está refiriendo a la gente ajena a la comunidad
porque se refiere “a los que creen”,
por tanto la referencia es a los que componen la comunidad. La instrucción
previene a la comunidad contra la ambición porque escandaliza a los que creen.
¿Por qué
esta dureza en lo que merecen los ambiciosos? Porque producen escándalo a los
que creen. ¿Quiénes son éstos? Los que han entrado en la comunidad como
servidores –chiquillos— porque el servicio es definitorio en ella ya que está
fundada en el amor y éste donde se verifica es en el servicio. El escándalo es
piedra de tropiezo que frustra e impide aquello que define a la comunidad, que
era lo que los “pequeños” buscaban en
ella. Pero esa búsqueda no es de algo superficial, externo o compatible con las
ambiciones personales o colectivas, no; se trata de algo que define la
existencia misma del que cree: o se es servidor, y entonces se es creyente, o
se es ambicioso y entonces no se es creyente, pues fe y ambición son
incompatibles.
Por eso
Jesús arremete contra el escándalo que provoca la ambición recurriendo a tres
figuras: mano, pie y ojo. Son figuras que expresan funciones esenciales que
comprometen la existencia del que cree, no son una función más o menos
importante. Cortarse la mano es lo mismo que renegar de uno mismo. La mano es
la figura de la actividad que, cuando es contraria a Jesús, expresa que la
persona actúa no a favor de Jesús, que es lo que hace la fe, sino en contra de
Él. Es decir, coloca la existencia del creyente fuera de lo que, como creyente,
han elegido. Son pequeños y son, por tanto, los que han elegido ser pobres y,
consiguientemente, tienen a Dios por rey. El ambicioso, al producir el
escándalo, no solo manifiesta que está fuera del seguimiento, sino que se está
convirtiendo en piedra de tropiezo para los que comenzaban a hacerlo que
compromete toda la existencia, no solo una función.
Con la
figura del pie se está haciendo relación al camino emprendido por todos los que
se han hecho pequeños —chiquillos— y a quienes la ambición dentro de la
comunidad, mediante el escándalo, sitúa fuera del verdadero camino
—seguimiento— en otros que ni siguen a Jesús ni conducen a Él. También esta
figura nos lleva al centro mismo de la existencia, porque el camino que se
emprende, por el seguimiento, es el de la identificación y la comunión con
Jesús. No estar identificados por otras búsquedas y seguimientos a lo que
conduce la ambición, supone no tener el “ser
en Cristo” que diría san Pablo. No es solo seguir un camino errado sino
tener una existencia errada.
El recurso
también al ojo para mostrar la posibilidad del escándalo en el ambicioso, nos
muestra figuradamente todo el mundo interior del hombre en sus aspiraciones y
deseos, porque orienta la actividad y también hace la elección del camino. Si
el ojo del ambicioso produce escándalo afecta a la existencia misma pues el
mundo interior, los deseos y aspiraciones, son afectados y orientados hacia un
modo de existir contrario a lo que es verdaderamente el hombre. Lo que produce
una fractura medular de su existencia que llamamos pecado.
El final es
la gehenna. La frustración esencial de la existencia que no fue creada para la
corrupción —el gusano— y la destrucción —el fuego— sino orientada hacia el Dios
que la creó y por el camino —Cristo— por el que nos redimió.
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