Jesús y sus
discípulos salieron para la aldea de Cesarea de Filipo, por el camino preguntó
a sus discípulos:
— ¿Quién dice la
gente que soy yo?
Ellos
le contestaron:
— Juan Bautista;
aunque otros, que Elías, y otros que uno de los profetas.
Él
les preguntó:
— Y vosotros ¿quién
decís que soy?
Pedro
tomó la palabra y le dijo:
— Tú eres el
Mesías.
Él
les prohibió terminantemente decírselo a nadie.
Decir mesías a secas, sin ningún
calificativo que especificara de qué mesías se trataba, se prestaba a mucha confusión,
porque como lo entendía el judaísmo, y así lo había inculcado en la gente, no
era ciertamente igual a como lo entendía Jesús. Esto hacía que la gente, y con
ella los discípulos de Jesús, estuvieran hechos un lío. Por eso Jesús pregunta
qué es lo que la gente piensa de Él y, luego, qué es lo que piensan aquellos
que forman su incipiente comunidad.
La gente
enmarca a Jesús en la profecía del Antiguo Testamento, incluso comparándolo con
el Bautista el último de sus profetas. Jesús no representa para ellos ninguna
novedad. Es la presencia de lo más representativo del Antiguo Testamento:
Elías, Jeremías o algún otro profeta, como especifican las narraciones en los
otros evangelios. No trae, por tanto, nada nuevo. Al preguntarles directamente
a los discípulos qué es lo que de Él piensan ellos, Pedro responde por todos. Es
la voz de esa comunidad que se ha formado en tomo a Él. La gente y ellos
esperaban al Mesías. Era como el resumen de todas sus esperanzas y la
coronación del Antiguo Testamento. Y esto es lo que confiesan. Tú eres el Mesías,
nada más y nada menos.
Pero ¿cómo
lo entendían?, ¿cómo lo entiende la institución judía y así lo ha inculcado al
pueblo?
¿Cómo es
ese mesías? Es el mesías poderoso, el que recuperará el trono de David su
padre, el que por la fuerza y el poder echará fuera a los enemigos, restablecerá
aquel trono. Ese es el mesías que tiene en la cabeza el pueblo dominado por la
institución judía. Es el mismo que tiene en la cabeza la comunidad que habla
por Pedro. Tú eres el mesías. En sus entendederas no cabe otra concepción y es
a lo que se refieren en la confesión de Pedro.
Pero Jesús
no comprende así al mesías. No es el mesías dominador, el heredero del David
victorioso, guerrero fuerte, y se lo irá mostrando a esta comunidad con sus
palabras —por tres veces les anuncia su pasión, muerte y resurrección— y
también con sus hechos —ni avasalla ni domina— no imponiéndose a nadie, sino
solicitando, invitando y seduciendo por su mensaje y sus actitudes. ¡Hasta dar
la vida! Es el Mesías Hijo de Dios, no el mesías hijo de David, aunque
descienda de él. El Mesías sufriente, como va a mostrar justo a continuación
después de este relato.
Pedro no
califica al mesías a quién confiesa, pero es el que tiene en la cabeza como lo
mostrará a lo largo de todo el evangelio, especialmente en la pasión y muerte
de Jesús. Es ese el mesías en el que esta comunidad incipiente que rodea a
Jesús cree y así lo confiesa por boca de Pedro: tú eres el mesías a secas, es
decir, el que todo el mundo espera y quiere ver realizado en Jesús.
Por eso la
reacción de Jesús no se hace esperar. Dirigiéndose a todos —habla en plural, no
solo a Pedro— “les conminó a que no
hablaran a nadie acerca de esto” (8,30). Deben guardar en secreto lo que
ellos piensan porque reforzaría la idea equivocada que tiene la gente. Él no es
el mesías como lo entienden ellos y la gente. Decir mesías a secas no sólo se presta a equívoco, sino que no expresa la
verdad sobre el mesianismo de Jesús Hijo de Dios y lo que esto conlleva,
quitándole a la expresión lo que define su mesianismo en toda su verdad.
La
comunidad de Marcos no puede quedarse en un mesianismo equívoco por indefinido
en toda su realidad. Mesías solo, no. La comunidad de seguidores debe saber
siempre en quién cree y lo que esta fe abarca. Jesús es el Hijo de Dios; creerlo
abarca, no el poder, que es el ejercicio del dominio, sino el servicio hasta la
muerte, que es la verificación del amor sin límites. Así lo va mostrando el
evangelista a lo largo de todo su evangelio desde el principio que comienza
bajo este título: “Origen de la Buena
Noticia de Jesús Mesías Hijo de Dios” (l, l). De un modo particular en esta
instrucción que va desarrollando en estos capítulos que comentamos.
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