Y empezó a
instruirlos:
— Este Hombre
tiene que padecer mucho: tiene que ser rechazado por los senadores, sumos
sacerdotes y letrados, ser ejecutado y resucitar a los tres días.
Y exponía
el mensaje abiertamente. Entonces Pedro lo tomó aparte y empezó a increparlo.
Jesús se volvió y, de cara a los discípulos, increpó a Pedro:
— ¡Quítate de mi
vista, Satanás!, porque tu idea no es la de Dios, sino la humana.
Dice el texto que, después de la
confesión de Pedro, que es la de la comunidad, y la prohibición de que dijeran
a la gente que Él era, a secas, el Mesías, comenzó a instruirlos.
Una
instrucción no es simplemente la enseñanza de una doctrina, ni la comunicación
sin más de una verdad. Una instrucción supone, ciertamente, una enseñanza y una
comunicación, pero es bastante más. Para ser instrucción ésta debe ser
sistemática. Por lo tanto supone insistir, remachar, repetir, explicitar,
profundizar, hacer inteligible... una verdad, o una doctrina o un hecho. Es lo
que va a hacer Jesús en este relato.
¿Y qué es
lo que va a comunicar y sobre lo que va a versar la instrucción? Pues viendo la
ceguera que tienen los discípulos y la gente que forma esta incipiente
comunidad respecto de su mesianismo, la instrucción va a versar sobre éste. De
hecho, por tres veces va a anunciar cuál es la forma en que Él es Mesías y cómo
va a practicarlo. Y, lógicamente, cómo debe vivirlo su comunidad de auténticos
seguidores.
Al hacer su
primer anuncio de su pasión, muerte y resurrección dice el evangelista que se
lo explicaba con toda claridad. Era una instrucción en toda regla. Debió ser
tan clara y comprensible que los discípulos se asustaron y Pedro, en nombre de
todos, se puso a increpar a Jesús.
La
instrucción de Jesús era un disparate. Ellos pensaban que el Mesías —era la
enseñanza común— no moriría y, además, establecería el Reino entendido parecidamente
como los de este mundo, donde ellos, sus seguidores, tendrían un puesto
preferente. De hecho, más tarde algunos le pedirían sentarse a su izquierda y a
su derecha. Era tal la contradicción entre lo que ellos pensaban y lo que les
enseñaba Jesús, que Pedro increpa a Jesús —se le fue a las barbas— como si les
hubiera engañado al llamarlos a su comunidad en el seguimiento. Jesús ni piensa
ni enseña como los hombres, de ahí la increpación, pues no es razonable pensar
y tratar de ser de otra manera de como son y piensan los demás.
A una
increpación Jesús responde con otra. Aunque va dirigida directamente a Pedro,
realmente se dirigía a todos, pues el evangelista dice que “Jesús se volvió y, mirando a los discípulos,
increpó a Pedro” (8,33).
¿A qué venía
esa mirada y la instrucción subsiguiente si no eran partícipes de la actitud y
el pensamiento de Pedro?. Éste está ejerciendo el mismo oficio que Satanás, que
es el tentador, el padre de la mentira, que tiene su imperio en el mundo de los
hombres y los tienta para que no piensen como Dios. En este caso a Jesús por
boca de Pedro. Por eso no es de extrañar la increpación de Jesús llamando a
Pedro nada menos que Satanás, porque
está ejerciendo su oficio y le dice que se aleje, como rechazó a Satanás en las
tentaciones.
Pedro y la
comunidad de discípulos piensan como los hombres dominados por el tentador, no
piensan como Dios. Jesús se mueve en el ámbito de Dios y esto mismo es lo que
exige a sus seguidores: que sean seguidores de verdad, esto es, que vayan detrás
de Jesús, no delante queriendo indicarle el camino por donde pueda llegar a su
destino. Ponerse detrás en lo que es, en como piensa y como vive, lo que conducirá
a una identificación con su persona. Si piensa como Dios y vive en el ámbito de
Dios, su Comunidad lo será con autenticidad, pensará como Dios, no como los
hombres con la mentalidad que les ha imbuido el tentador.
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