Ve llorar a María y a sus acompañantes
Lo hacían porque había muerto Lázaro y estaban de duelo (Jn. 11, 33). Después de verlos así Jesús se reprimió e incluso lloró
por el amigo muerto. Jesús ve el llanto y en él la aflicción de las personas
afectadas por el dolor de la muerte. Jesús lo ve y, como siempre, tras su
mirada van sus palabras y su intervención. Frente a lo que María y sus
acompañantes piensan, que la muerte ha dicho lo último sobre Lázaro –de hecho
lo han encerrado en un sepulcro y han tapado la entrada con una losa- dejando
toda relación con él confinada en un recuerdo, Jesús ve las cosas de otra
manera. Él es la Vida, compartida con Lázaro en una profunda amistad y en una
fe. Vida que es luz en la oscuridad de la muerte que retira vendas y sudario,
que hace saltar losas y abre sepulcros, que no pueden cerrar con una piedra la
comunión que establece la Vida. “¡Desatadlo
y dejadlo marchar!” (Jn. 11, 44), su sitio no está en la incomunicación de un sepulcro sino
en la casa del Padre donde están todos los que han sido mirados.
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