3º. Integración y ministerio sacerdotal
Viniendo a lo que nos ocupa e intentamos
esclarecer, apliquemos lo descubierto al ministerio sacerdotal. Es un grado del
ministerio apostólico y, en su dimensión parroquial, lleva consigo la
representación pastoral del obispo su grado superior. El ministerio apostólico
es parte esencial de la Iglesia de Jesucristo, es fundante y garante de la
misma. No necesitamos entrar ahora en más detalle pues en cualquier manual se
expone con claridad y amplitud. Siendo parte esencial es constitutivo de la
Iglesia, sin él la Iglesia de Jesucristo no sería reconocible y no respondería
al querer de Dios.
Dicho esto —siempre en la consideración del
ministerio mismo no de las personas que lo ejercen— hablar de integración
respecto del mismo es un contrasentido. El ministerio apostólico no puede
integrarse en la comunidad cristiana sencillamente porque es constituyente del
ser de la misma. Sin él no hay comunidad cristiana propiamente dicha; habrá
grupos cristianos a los que se llamará de diversas formas —movimiento,
asociación, cofradía, etc., pero, sin el ministerio apostólico, no hay
comunidad cristiana. Es el fundante de la misma, no en cuanto que sustituya a
Jesucristo o ponga otro fundamento distinto de Él sino en cuanto que lo
presencializa, como cabeza de su cuerpo, refiriendo a la comunidad siempre a Él
y garantizando que la fe de la comunidad y su praxis responden a la fe
apostólica. Lo esencial no se integra, está ya constituyendo el ser del todo,
en este caso la Iglesia del Señor.
Tal y como hablan algunos de integración
parece que la comunidad es primero y el ministerio viene después y si se integra,
y es aceptado por la comunidad, es legítimo ; si la comunidad no lo acepta o el
ministerio no acepta la comunidad concreta, sería ilegítimo. Esto es un error
funesto —insistimos en que hablamos del ministerio no de quién lo encarna— una
cosa es la sucesión de personas en un ministerio y en una comunidad concreta, y
otra el ministerio que la constituye siempre para que presencialice su
fundamento y la refiera constantemente a él. Las personas se suceden y pasan,
el ministerio apostólico no, pues queda garantizado por la sucesión misma. El
comunitarismo actual de algunos grupos, e incluso parroquias, unido a una
concepción puramente funcional del ministerio, trae consigo esta
relativización, colocando al ministerio apostólico como una parte "integrante"
más de la comunidad, pero es esta —con todas sus partes integrantes— la que
subsiste como por sí misma, se constituye por la voluntad de un grupo y se
refiere a Dios por su propia fe sin otra mediación que presencialice y refiera
al Señor.
Parejo con esto, vemos también otra forma de
comunitarismo que, aparentemente, respeta el ministerio sacerdotal, pero
realmente lo diluye en la comunidad desdibujándolo completamente e impidiendo
su verdadero cometido. Así se le reconoce al sacerdote la presidencia de la
comunidad y de la eucaristía pero allí no hay más voz con autoridad que la de
la comunidad; el sacerdote habla o sugiere como uno más de la comunidad aun
cuando lo que hable o sugiera sea lo que dice o ha dicho la Iglesia. Allí todo
se discierne comunitariamente y la última palabra es la de la comunidad. El
sacerdote queda reducido a comparsa y el ministerio diluido en un comunitarismo
despersonalizador. Si el sacerdote se conforma con esto, entonces estará
integrado, si no acepta estas situaciones no lo está suponiendo hasta una
amenaza para la identidad misma de la comunidad. Con ello el conflicto está
servido con cualquier sacerdote que sea destinado a esa comunidad concreta.
Otro tipo de integración, demandado
prácticamente en algunas comunidades, es la afectiva. Quizá no lo digan con
palabras, pero en el fondo piensan y piden que el ministerio acoja todo lo que
esa comunidad piensa, dice o hace; que lo alabe y lo bendiga. Entonces el
ministro se convierte en "el padrecito" de la comunidad que le seguirá
incondicionalmente porque tiene su afecto. Se hará su voluntad porque de forma
cariñosa mostrará siempre cual es su criterio que ésta realizará sin crítica
alguna porque los lazos que la unen al ministro son afectivos y le basta su
criterio para saber lo que es bueno o por donde ir porque ama a la comunidad y
ésta a él por encima de todo. Este tipo de comunidad no se atreverá a
disgustar, infantilizada como está, a quién considera su padrecito. Si viniera
otro ministro se le exigirá que "se integre", es decir, que respete y
haga todo lo que hizo él y hasta de la misma manera; de otro modo el rechazo
será inmediato y la comunidad comenzará a hacerse preguntas reforzando lo que
creen que es su identidad. En el fondo falla la adultez y quien les respete y
trate como adultos, para ellos, no estará "integrado". No exigen
realmente que el ministerio cumpla su misión, sino que ejerza ese amor
infantilizador a la comunidad y con ello confirme las ideas y la praxis de la
misma.
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