Querido José: Desde que me dieron la noticia
de tu muerte no he parado de hablar contigo. Me he preguntado qué ¿por qué? Y
la verdad es que necesitaba hablar con alguien que estuviera en mi misma onda y
pudiera entenderme. Y ¿con quién iba a hacerlo mejor que contigo? De todo esto
habíamos hablado muchas veces, eran realidades entonces futuras que ahora en ti
se han hecho presentes. ¿Quién me iba a entender mejor que tú? Pues bien, de
todo esto que hablamos voy a tratar de ponerlo por escrito en lo esencial, con
ello cumplo un deseo tuyo pues siempre me urgiste a poner por escrito lo que
decía o pensaba por lo que podía ayudar a otras personas. Es lo que ahora
intento aunque me es muy difícil resumir y comunicar no ya unas ideas, sino
verdaderas experiencias comunicadas entre dos amigos.
Lo primero que comentábamos es lo que
piensan y hacen los que asisten a un entierro. Unos acudían al entierro a
acompañarte y despedirte y lo decían de tu cadáver. Alabábamos su buena
intención pero nos sorprendía esa actitud. Sencillamente porque en él no estabas
tú. Tu persona se habla plenificado de tal forma, que ya tu corporeidad física
no podía ni exteriorizarla ni contenerla. Un cadáver no es persona, ni siquiera
cuerpo pues este supone siempre una materia organizada y la existente en un
cadáver está en descomposición. Es eso, cadáver. Lo que tenías que dejar porque
ya no sólo no te servía sino que sería un impedimento para la vida plena. Por
tanto, eso de acompañar, si se trata sólo del cadáver no sólo no responde a la
verdad sino que además te niega tu condición actual pues estas vivo y eres
quien en realidad estabas acompañando a todos.
Sin embargo, es de agradecer a quienes
asisten el querer acompañar a la familia y amigos. Es un gesto de solidaridad
puesto que sufren el no tenerte presente físicamente entre ellos con todo lo
que esto conlleva. Pero algunos no lo entienden bien porque hablan de sensible
y terrible pérdida. Y era inevitable preguntarte ¿tu estás perdido, José? Quien
piense que uno se acaba con su muerte y que todo se acaba con ella puede pensar
en pérdidas y, además, definitivas. Pero tú y yo sabemos que no es así. No se
ha acabado nada más que lo que tiene que acabarse porque ya no nos sirve para
nada y, además, sería un obstáculo para la vida plena. Pero la muerte no es el
acabamiento de todo sino la liberación de lo que estorba y el tránsito hacia lo
definitivo. Su tragicidad se acabó con la Resurrección de Jesucristo.
Entonces la celebración cristiana de la
muerte no es ni un acompañamiento, ni una memoria ni una tragedia, es el
tránsito a la casa del Padre. O lo que es lo mismo, la celebración gozosa de
que te haya alcanzado inadmisible y plenamente la Resurrección de Jesucristo.
Lo iremos viendo poco a poco. No son honras fúnebres porque en tu nueva
situación no las necesitas y porque no hay nada fúnebre en la celebración
gozosa de la Resurrección de Jesucristo y la de uno que ha resucitado con Él.
Todo esto lleva de la mano a pensar de lo
que hay detrás de ciertas actitudes sobre la muerte de una persona.
Unos ven la muerte como un acontecimiento
extraordinario que liquida lo ordinario que es la vida. Como un hecho bruto,
sorpresivo, que se ha impuesto por la fuerza liquidando lo ordinario, esta
vida. Pero ¿Cómo podemos estar tan ciegos para no ver que la culminación de un
proceso ordinario es morir? Morir es un componente necesario del vivir. Desde
que somos concebidos somos introducidos en este proceso de muerte y vida. Si
nuestra estructura biológica no estuviera permanentemente muriendo no podría
mantenerse viva. En el plano sobrenatural también. Por la fe y el bautismo
somos introducidos en el dinamismo de la muerte y la Resurrección de
Jesucristo. Vamos muriendo para ir resucitando, porque no puede resucitar lo
que no muere. La muerte biológica es el final del proceso ordinario que estamos
viviendo, no es nada extraordinario
Otros ven la muerte como la liquidación de
la historia, en tu caso de tu historia. Esta se hizo en un cúmulo de relaciones
personales, familiares, profesionales, amistosas, de grupo, etc., vividas en
libertad, porque sin esta no puede haber ninguna historia. Y la muerte, según
esta forma de pensar, la ha liquidado. Así es que tú serías un ser que no tiene
historia y la aquí vivida ha quedado reducida a un simple recuerdo. Y me
preguntaba a mi mismo ¿tú eres en la situación actual para mi, simple recuerdo
sin otra cosa que la memoria? No es así. Ahora te alegras porque la historia
continúa: en tus hijos, tu esposa, tus amigos, en todas las buenas acciones que
emprendiste y lo que aquí creaste, en los ejemplos que diste y en lo que
enseñaste... Todo eso está aquí, es historia que se está realizando. No se ha
perdido nada de lo que fue verdaderamente humano y sigue realizándose.
También están, en estas situaciones, los que
piensan que la muerte, la tuya también, es la irrupción violenta de la voluntad
de Dios. Condensada en esta expresión frecuente: ¡qué le vamos a hacer, Dios lo
ha querido! Y nos preguntábamos ¿ha querido Dios que murieras, te ha mandado Él
la muerte? Y constatabas que Dios no te tenía señalado ni el día ni la hora. Él
te ama y no podía querer que sufrieras y murieras. Las enfermedades y la muerte
tienen otras causas que no son la voluntad de Dios de hacer sufrir a alguien.
Pero, aunque Él no las causa, porque son males que nunca puede querer para sus
hijos, si los ha aprovechado para conducirte a la salvación poniendo remedio a
lo que humanamente ya no lo tenía. Él ha unido los sufrimientos de la
enfermedad y la muerte a la pasión y la muerte de su Hijo que han sido así
redentores para ti y para los demás.
Otros, al no poder comprender ni explicar
razonablemente el fenómeno de la muerte, acuden a misteriosos y ocultos
designios de Dios. Como si Él se moviera en
la oscuridad y ocultara en las tiniebla
sus designios. Tú, ahora, ves con toda claridad lo que antes creías por
fe. Dios no ha tenido secretos contigo ni con nadie. A todos nos ha mostrado
con claridad y contundencia a su Hijo muerto y resucitado. Nos ha dado su
Espíritu que nos lo está revelando a lo largo y ancho de nuestro vivir en este
mundo y, al llegar al final, en el encuentro definitivo. En Él no hay secretos
sino claridad total, visión inmediata, presencia seductora cara a cara. Las
oscuridades, las tinieblas y los secretos no son de Dios sino de nosotros
cuando nos apartamos de Él por ignorancias culpables o errores de nuestra
libertad que nos conducen al pecado. Este sí que es oscuridad y muerte.
Por último, comentábamos también, que muchos
pensaban que al optar por la incineración era la demostración clara de que todo
se había acabado, que de ti no quedaba nada. Recordábamos como siempre te había
alegrado pensar en la Resurrección y que, al hacerlo, daban la vuelta muchas
cosas, pues todo adquiere desde ella un valor insólito porque no afectaba sólo
a lo estrictamente individual sino a todo el conjunto de relaciones humanas y
cristianas que han edificado tu persona. La resurrección no es un cuento chino
para consolarnos ante la oscuridad de la muerte, sino la claridad, el Día que
ilumina nuestro vivir al conectarlo con lo definitivo. Muestra la “otra
dimensión” que tiene la existencia humana y que se hace presente con toda su
contundencia en el momento de la muerte. La incineración no afecta a la
persona, ella no está en el cadáver, se ha adentrado, mediante el encuentro con
Cristo, en el ámbito del Resucitado y éste no tiene nada que ver ni con
cadáveres ni con cenizas.
Después de todo lo hablado y escrito, y no
sé si por curiosidad o por contagio de la felicidad que te inunda, me atreví a
preguntar: entonces ¿qué es lo que, no en apariencia, sino realmente te ha
sucedido? Tu respuesta es contundente y tan grandiosa que llena de gozo
indescriptible y que no sé si, desde aquí, nosotros podemos algo más que
barruntar. Pero, con tu ayuda, vamos a intentar describir un poco lo que
nosotros barruntamos pero que en ti es gozosa experiencia
1. Se ha cumplido el plan que Dios tenía
sobre mí. Lo sabía por mi fe y lo hablamos muchas veces pero ahora no solo lo
veo con claridad sino que lo vivo en la más absoluta gratuidad. Desde mi concepción
Dios ha ejercido su paternidad sobre mí. Mis padres fueron la mediación
necesaria para que pudiera ejercerla. Yo, antes que otra cosa soy hijo de Dios.
Esa filiación, a través de muchas mediaciones que ha utilizado, ha ido
creciendo y desarrollándose hasta el día de mi muerte. Que no ha sido para mí
la gran desgracia sino la mediación que, sin causarla Él la ha utilizado para
que la filiación llegara a su plenitud en la Resurrección. Dios me quiso
siempre hijo suyo y ahora lo ha logrado plenamente y sin posibilidad de
perderla por lo errores de mi libertad.
2. Se me ha revelado su historia de amor
conmigo. Lo veo con toda claridad cómo ha edificado en esta historia constante
de amor. Todo era gracia suya que me estaba diciendo cuanto me amaba aunque
muchas veces yo no me diera cuenta. Lo hacía a través de mediaciones, en el
amor de mi mujer y de mis hijos, en mis amistades, en mi relación contigo, en
los acontecimientos de la historia... en todo, todo era una historia continua
de amor que ahora contemplo con toda claridad. Nunca antes me podría imaginar
un amor tan grande a una persona tan pequeña y poco importante. Ahora lo veo y
lo vivo inundándome de gozo y respondiendo agradecido en una permanente acción
de gracias.
3. Su Reino no era cuento. Este plan y esta
historia de amor el Padre la tiene con cada uno. En la profundidad de cada
hombre, a quienes Él conoce por su nombre, se está haciendo presente. Unos lo
conocen y lo viven y esto supone una revelación de su plan y la vivencia de la
filiación. Otros o lo desconocen o se desentienden de Él, pero Él no se
desentiende de ellos y permanentemente los está llamando y convocando a que
respondan a su amor. Toda esta historia de amor, es ámbito donde Él se comunica
y actúa como Padre nuestro. Este es su reino que se ha realizado plenamente en
Jesucristo, el es el Hijo y en Él se vive toda filiación. Esto es una realidad
que, llegado a mi situación, vivimos gozosamente. No es ningún cuento. Su amor
está permanentemente actuando.
4. He tenido que dejar lo que ya no me
servía. Ahora veo mi existencia en el mundo como esa historia de amor que se ha
ido edificando en el espacio y el tiempo como un edificio, que ha necesitado un
andamiaje y otros auxilios que, mientras se necesitan, no permiten contemplar
la belleza y grandeza del edificio. Cuando este se ha terminado de construir
hay que retirar el andamiaje y esos auxilios que se necesitaron para su
construcción. Esto es lo que ha sucedido en mi muerte. El amor de Dios me ha
llevado a una plenitud que no se podía contener en el espacio y el tiempo de mi
existencia, por eso la materialidad, su físico, en que se realizaba y
manifestaba mi persona, la he tenido que abandonar. Lo que se ha incinerado ya
no soy yo, no es mi persona sino mis restos mortales, es decir, lo que tenía
que morir al ser abandonado. Ya no contenía mi persona ni la podía manifestar.
5. He llegado a mi plenitud. En el mundo
esto parecía soberbia decirlo o al menos pedantería, pero en mi situación no. Ésta
no tiene otro nombre que plenitud y os resultará inimaginable. Por mucho que te
esfuerces en querer describirla no podrás lograrlo. Porque es plenitud, es
decir, una realidad tan desbordante que no se puede abarcar, es ese mundo quien
es relativo. Podéis conocer lo que de este mundo nuestro haya sido revelado,
también vivido por la fe y los sacramentos, pero en germen o semilla o como en
un espejo, pero aquí lo que se vive es la Totalidad del cara a cara. Porque ha supuesto:
— un encuentro definitivo con el Señor
Resucitado. Sólo decirlo ya está expresando su inabarcabilidad pues Él es la
Resurrección y la Vida. Entrar en su ámbito es de tal luminosidad, de tal
belleza, de tal relación con Dios sin barreras de ninguna clase, ni mediaciones
de ningún tipo, que todo yo, sin perder mi identidad, soy transformado, su
Resurrección y su vida me han alcanzado. ¿Se puede imaginar uno ahí lo que es “la
vida”, todo vida y solo vida inundándote en todas tus dimensiones? Por eso,
ante formidable comunicación, lo primero que acontece es que todo lo negativo y
lo malo que tiene nuestra existencia mundana, y que no puede resistir la
grandeza y la intensidad de esa Presencia queda aniquilado y la persona
purificada de toda esa escoria.
— quedando identificado definitivamente con
Él. Es de tal intensidad y totalidad el encuentro que uno queda identificado
plenamente con Él. En el mundo, por la fe, el amor y los sacramentos se fue
haciendo esa identificación, pero todo eso que vivimos ahí, sin devaluarlo lo
más mínimo, ahora lo veo como si hubiera sido en un espejo, no abarcaba ni en
profundidad ni en extensión todas las dimensiones de mi persona. Ahora sí. Es
una realidad porque el Señor no está sólo entre nosotros sino en nosotros,
haciéndose el centro y desde ahí penetrando la totalidad de nuestra persona
transformándola e identificándose con ella. Sin dejar de ser yo, soy Humanidad
y Divinidad de Cristo.
— y todas mis relaciones plenificadas en Él.
Todo ha sido transformado pero no devaluado. Todas mis relaciones familiares,
de grupo, profesionales, etc., en las que se edificó mi persona, han entrado
también en esa plenitud. Ni yo me he perdido ni se ha perdido nada de lo
verdaderamente humano que yo viví. Esto sí, a todo ello ha alcanzado esta
transformación que primero las ha purificado de todo lo negativo que pudo haber
y han sido asumidas conmigo por el Viviente y llenas de su Vida. Yo ni me he
perdido ni me han aniquilado. Sigo siendo marido de Nandi, el padre de mis
hijos, el abuelo de mis nietos, el amigo de mis amigos..., pero todas estas
relaciones se han plenificado al ser introducidas en la Vida que es el
Resucitado depurándolas de lo negativo que pudieron tener y elevándolas de
plano pues, ahora, a todos los quiero como Cristo los quiere pues con Él estoy
identificado. Por eso os quiero más y mejor y os ayudo y estoy con vosotros de
una forma distinta a lo de antes, pero más y mejor también, pues lo hago en el
Señor con Él y por Él. Antes era una presencia espacio‑temporal que es la que
echáis de menos produciéndoos tristeza, pero es más real y eficaz que aquella. Estoy con vosotros
a través de mediaciones como son mis palabras, mis consejos, mis valores, mis
realizaciones..., pero mucho más lo estoy en la presencia de Cristo con quien
estoy identificado. Por eso realmente no pedís por mí, por ejemplo en la
eucaristía, sino realmente lo estáis haciendo conmigo, pues yo estoy tan
presente como vosotros en Jesucristo resucitado que es quien en ella se hace
presente.
— Una forma válida de estar conmigo, y no
sólo en la memoria, y seguir relacionándonos es terminar todo aquello bueno que
yo o no supe o no pude acabar, realizando lo que quedó sólo en el deseo,
viviendo lo mejor que yo vivía, luchando por conseguir lo que yo traté de vivir
y de inculcar a los demás, como fue el amor y la ternura sobre todo en la
unidad de la familia, la fe que fue el motor de mi existencia ahí y que siempre
desee que la vivieran todos los que me rodeaban, en el ámbito social la lucha
contra la pobreza, la creación de puestos de trabajo, etc. También corrigiendo
lo que no supe hacer bien o enmendando donde yo falté.
Termino. Es inabarcable esta experiencia
impresionante que se nos viene con la muerte. He tratado de resumir algunas
cosas de las muchas que hablé con José Antonio en esta vida nuestra y que ahora
me sirven para seguir dialogando con él en su situación definitiva, pues a
través de ellas nos sigue hablando. Os lo he escrito por él, pues estoy seguro
que deseaba que os lo escribiera para que no os entristezcáis ni lo paséis mal
con su muerte.
Contemplad e imaginaos en lo que es posible
la dicha y la felicidad que experimenta y que un día compartiremos con él y
donde comprenderemos con toda claridad estas cosas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario