lunes, 13 de junio de 2011

EN LA MUERTE DE UN AMIGO

 
Cuando estaba en su agonía, pero todavía consciente, le di un beso, Señor, espontáneo y sentido, que me salió de dentro. En aquel beso iban muchas cosas interiores, especialmente toda la ternura que uno siente ante un amigo moribundo, que no tienen otra expresión. No sirven las palabras solas. Le deseé que Tú, Dios mío, le acompañaras, que estuvieras con él en el trance amargo de dar la vida.
 
Después de un año de enfermedad, operaciones y todo lo que éstas conllevan, entra en la recta final de su carrera vital hacia la meta. El encuentro definitivo contigo. En estas circunstancias me quedo sin palabras, Dios mío. Y, si alguna se me viene a los labios, hasta me parece torpe. Sólo el silencio me permite acompañar y consolar. Me parece que estorba hasta mi presencia. Después, Señor, viene la reflexión, la oración y el deseo.
 
Reflexionando, veo ese cuerpo, antes robusto y fuerte, deteriorado, y consumido, que no da la imagen del hombre que era salvo en algún rasgo, que se desintegra por momentos, y sólo puedo entenderlo como un soporte del edificio que Tú Señor, en su vivir has ido construyendo. Aún en la persona más auténtica, la materialidad corporal no refleja ni comunica la totalidad de lo que es, no expresa el yo en su integridad pues, siempre, por educación o por costumbre, por bondad hacia los demás o por malicia con ellos, por debilidad o insuficiencia, sólo muestra una parte o ninguna de nuestro auténtico ser personal. Por esto, Dios mío, nuestra situación material no puede prolongarse indefinidamente sin condenarnos a una profunda insatisfacción. La de ir creciendo en auténtica humanidad, ir acumulando y viviendo una vida consecuente y, al mismo tiempo, contemplar que no podemos expresarla tal como es y la vivimos, porque nuestra corporeidad material la limita y confunde. Pero si, además, pienso que la edificación del hombre hecho a tu medida es tan distinta y tan gratuita de la que nosotros vamos construyendo, siento, Señor, que nuestra existencia material no se puede prolongar más allá que lo que da de sí, ser el soporte necesario para la edificación definitiva, el andamio imprescindible para la construcción del edificio que Tú, Señor, has querido Y sí, aún más, ese hermoso edificio, ese cuerpo espléndido, sin perder nada de su individualidad personal, es el Cuerpo de tú Hijo, sin mancha ni arruga ni cosa semejante, sino santo y sin tacha, no puedo por menos que pensar que sólo puede lograrse en una humanidad transfigurada por ti en la que nuestra corporeidad material, habiendo sido necesaria, es un andamio que estorbaría la luminosidad y esplendor del Cuerpo que, Tú Señor, has construido.
 
Y, después de reflexionar, la oración se me viene a los labios diciéndote lo que mi pobre corazón siente. Una acción de gracias rendida porque intuyo algo de tu plan con nosotros y de tu grandeza. Parece contradictorio dicho sobre un deterioro tan lamentable de lo antes poseído. ¡Darte gracias, Señor, cuando el morir se convierte en dolor y sufrimientos indecibles para él y su familia!. Y así es, Dios mío, porque allí te veo a ti transformando en vida la muerte y lo que a ella conduce. Dando al moribundo la energía para entregar la vida que era y que Tú le diste. Acción de gracias, Señor, por las maravillas de tu amor para con nosotros. Permanecer, Dios mío, en esta existencia es privación de plenitud dada en derroche en cada vida entregada. Esta es tu obra, este es el edificio sólido que has ido construyendo entre nuestras traiciones y nuestras fidelidades, en el respeto profundo a cada libertad personal. Frente a la tendencia tan nuestra de conservar y acumular para nosotros mismos y en erigimos en centro de todo, Tú has ido seduciendo nuestra libertad para dar y compartir, para descentrar nuestra existencia dándonos a ti y a los hermanos. Justo lo que fue y vivió tu Hijo. Cuando esto lo has logrado, sobran ya los andamios y soportes hasta ese momento necesarios. El edificio está construido para el ensamblaje exacto en la universalidad del Cristo Total. Gracias, Señor. Y el deseo se me viene del corazón a los labios con esta acción de gracias. Que no te oponga resistencia a la construcción, que sea el instrumento libre y dócil que secunde tu amor incansable. Y que siempre te sienta junto a mí, especialmente, cuando también a mí me llegue la hora.


No hay comentarios: