lunes, 30 de mayo de 2011

SANTIAGO APÓSTOL


Hoy es la solemnidad litúrgica de Santiago el apóstol y, además, el patrón de España. Este añadido, Señor, tiene muchas otras connotaciones y hoy es también conflictivo. No en todo el país es fiesta y crea tensiones porque no todo el país es católico. Esto hace que, donde continúa como fiesta, para la gran mayoría se convierta en folklore, en expresión cultural del pueblo, en pura rutina festiva o en el numerito más que hace más solemne la fiesta. Donde sólo es fiesta litúrgica, no hay pretexto para la rutina, ni para la comedia, va quién quiere porque para él tiene sentido la fiesta y el patronazgo.

Todo ello me hace pensar muchas cosas, Dios mío, y dudar de muchas más. Recuerdo la pasión con que los historiadores afirmaban o negaban la presencia de Santiago en España, como si en ello se jugara la fe del pueblo español, particularmente el gallego y aragonés. La verdad es que nunca entendí aquella pasión ni atendí a los argumentos. Me parecía que era como quedarse en la cáscara y al fruto no hincarle el diente. Porque, ciertamente, era una gloria haber recibido la fe directamente por la predicación de uno de los doce y, además, el primero que la confesó con su sangre. Pero ¿que pretendían las comunidades cristianas con ello?, ¿envanecerse y creerse más que otras? No. Era como un criterio de autenticidad, lo mismo que decir: estamos fundados apostólicamente, mensaje y mensajero son auténticos.

Por eso, Señor, me ha resultado siempre sospechoso, por su parcialidad e identificación con los vicios españoles, el patronazgo de Santiago. Parcialidad porque casi siempre se ha exaltado lo defectuoso del apóstol, que cuentan los evangelios, a lo que se añadieron leyendas sin raíz cristiana. Identificación porque se ha hecho de él la expresión de nuestra agresividad, impaciencia, individualismo e intolerancia, canonizándolas como virtudes heroicas. Espada y cruz unidas en indisoluble abrazo, siglos de talante imperativo montado en caballo blanco y destruyendo enemigos. No, Señor, no me puedo imaginar así al apóstol, ni siquiera en sus defectos antes del escándalo de la cruz. El pescador de Galilea, capaz de dar su vida por ti, no me entra en esas categorías. Hemos sublimado nuestra necesidad y nuestro talante, lo hemos revestido con los defectos del apóstol y los hemos justificado y bendecido. Sospechoso, Señor, un patronazgo que admite, tal componenda y no arremete contra nuestros vicios.

Lo esencial ni era ni es eso. Era la fe apostólica que él como sus compañeros, transmitieron. El Cristo Señor que vieron y anunciaron, el legado que nos transmitieron para poder entregarlo a cada generación y cada persona, en un peregrinar constante por los siglos. Aquí no nos sentimos identificados; Dios mío. Aquí no hemos asumido la responsabilidad tremenda de no dejar a generaciones y personas sin la entrega. Aquí no nos hemos descarado ni combatido al enemigo, el único verdadero enemigo que siembra la negra cizaña en nuestro campo mientras nosotros dormimos. Convertir con la espada es correr el riego de asesinar con la cruz.

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