lunes, 23 de mayo de 2011

MUERTE


He visto, Señor, muchos muertos, muchos. He visto morir niños y ancianos, jóvenes y adultos. Por enfermedad o vejez, con muerte súbita o tras largas dolencias. Con terribles agonías o con paz profunda. Muchos, Señor, a cuyo lado te los he encomendado y te he suplicado misericordia. Y he visto, también, Dios mío, la reacción en los más allegados. Te confieso que casi siempre he pasado un mal rato. La ira en los ojos y la pregunta en los labios: ¿dónde está Dios?, ¿es que no hay dios? Tú sabes que me he entristecido y, algunas veces, hasta me he marchado. ¿Dónde estás Tú?

La mayoría, Señor, te ve como un autócrata despiadado que señala a cada uno el día y la hora. Como si tu entretenimiento fuera estar al acecho en unas carreteras, o en unos hospitales, o deshojando la margarita al sí o al no por las casas diciendo ahora ésta, luego aquel o muchos a un tiempo. Algunos te sienten como un carnicero sanguinario que sacrifica lo mejor, y en el peor de los momentos. Otros como el impasible que pasa de todo el dolor humano.

Desde que, teniendo nueve años, murió mi madre, no fui capaz de relacionar la muerte contigo. Tú no nos podías querer tan mal a seis niños que quedábamos huérfanos. Tampoco mi pregunta fue ¿dónde está Dios? Más tarde, siendo un muchacho te vi amable, cercano y me sentí querido. Tú estabas allí poniendo remedio a lo irremediable. Y no noté la ausencia de mi madre porque tuve amor entrañable de mi abuela y mis tías. Y te di gracias, Señor, porque ellas renunciaron a mucho por nosotros. Tú no cambias los acontecimientos pero estás presente en el corazón humano para que los cambie o remedie y se haga historia feliz lo que podía serlo desgraciada. Más tarde, a la vida se fueron añadiendo las razones. El rostro que tu Palabra revelaba era el del Padre bueno, que no puede querer nada malo para sus hijos, que ni castiga ni hace daño. Hasta el punto que se hizo racional convencimiento lo que hasta entonces solo era sentimiento: de ti no se puede esperar ningún mal para nadie. Ni porque sea un santo ni porque sea un pecador. Porque eso no depende de ellos ni de nosotros, depende de ti. No puede ser de otra manera. Y no hay más razones que esta: que Tú Padre eres así, independientemente soberano de cómo seamos los demás. Tú eres Amor fiel, indestructible, a tus hijos. A los que te aman y a los que te odian que son los que más te necesitan.

La muerte aparece así como la coronación de un proceso en que la libertad, apoyada en la fe, tiene el papel preponderante. La libertad humana sabe que este no es nuestro estado definitivo. Nos hiciste para ti y no podemos ser felices sin ti. Mucho menos encontrar nuestra felicidad definitiva donde es imposible conocerte y amarte definitivamente y sin que te podamos perder. La muerte es todo el proceso de disolución de todo lo que impide llegar definitivamente a ti. No se hace en un instante ni Tú has marcado a cada uno el día y la hora. Esto sería un fatalismo destructor de libertad, de la tuya, Señor, y de la nuestra. Entonces, cuando nos preguntamos dónde estás Tú, no podemos mirar hacia otro lado que a aquella muerte, llena de libertad y de amor, en la que Tú no, moviste un dedo para desviar los acontecimientos: la muerte de tu Hijo en la cruz. Aquella muerte coronaba un proceso en el que intervino decisivamente la ignorancia y la maldad de los hombres, que no podías evitar sin atropellar su libertad, y allí estabas Tú, no apoyando la injusticia contra el justo, sí poniéndote a su lado para que lo inevitable fuera para Él y para todos, salvador. En aquella muerte todo dolor y todas las muertes han encontrado finalidad y salvación, Tú estás en cada moribundo, nunca azotando o castigando, siempre alentando y salvando. Hasta el punto de que haces de la disolución llamada, del acabamiento el umbral de la manifestación de tu definitivo amor. Quién lo cree así, Señor, muere en la expresión más libre de la entrega a Ti. Quiénes no lo creen así se mueren agarrados a lo relativo y arrastrados por el acontecimiento. Pero, en unos y en otros, allí estás Tú para abrazarnos con tu amor infinito.

No hay comentarios: