Epílogo

Gracias, Señor Jesucristo. 

Sí, porque nos has permitido preguntarte con las mismas preguntas que te hicieron. 

A través de ellas te hemos expresado dudas y convencimientos, necesidades y temores, inseguridades e ignorancias. Mucho de lo que hay en nuestro interior y que quizá no clarificábamos porque nos movemos muchas veces en la comodidad de nuestras rutinas. Gracias, Señor, porque hemos sacado fuera muchas cosas que necesitaban el aire de tu Espíritu. 

Gracias, Señor Jesucristo. 

Sí, porque nos has respondido. Lo has hecho de muchas maneras, pero todas han sido luz en este andar nuestro a veces desasosegado. 

Nos has dicho muchas cosas buenas y lo has hecho como lo hacías entonces, hablando con autoridad a nuestro corazón. Con tu autoridad que busca el crecimiento de mi persona, no el sometimiento de las imposiciones. Y al corazón, a la interioridad del hombre, donde se cuecen las decisiones profundas, las opciones y los afectos. Por eso te hemos sentido cercano, muy próximo, como alguien que comparte lo tuyo, que no se impone desde fuera con normas o castigos, sido que dice para hacerme crecer y se dice para hacerme suyo. 

 

Gracias, Señor Jesucristo. 

 

Sí, porque he sentido con verdad quién eres y qué nos traes. De la mano de tu evangelista me has mostrado tu origen, quién eres, y ahora, cuando digo el Hijo único de Dios, siento lo indecible. Porque no lo eres apartado de nosotros sino con carne y sangre humanas: eres el Hombre, en su plenitud y su acabamiento en el plan del Padre, lleno de su Espíritu que nos otorgas sin medida como don de tu Pascua. El Espíritu que es el Amor del Padre y el tuyo creando siempre la Vida 

 

Y gracias a ti, Padre Dios. 

 

Sí, porque, a través de éste recorrido, he visto que estás con Jesús a lo largo de todo su camino y estás conmigo. Que no eres un Dios lejano y desentendido. Que en Jesús nos has amado hasta el colmo y en tu Espíritu nos sigues amando hasta culminar tu obra.

ALELUYA. DIOS BENDITO POR LOS SIGLOS.