viernes, 25 de febrero de 2011

42ª Pregunta: Señor ¿y éste qué?

1º.- Quién la hace y por qué 
 
Es Pedro. El ámbito en el que se hace es después de la resurrección de Jesús. El evangelista narra una tercera aparición de Jesús a los discípulos. Seguidamente las preguntas a Pedro sobre si le ama y respuestas de éste con lo que quiere saber si está dispuesto a seguirle, no como le seguía antes y que le condujo a la traición, sino ahora después de haberle mostrado hasta donde conduce el verdadero seguimiento, amando hasta la muerte. Después de las respuestas de Pedro y de anunciarle Jesús de qué muerte iba a morir, es cuando Jesús le dice "sígueme" que, así como a otros discípulos se lo había dicho al principio de irse con Él, a Pedro no se lo dice hasta ahora. Es entonces cuando él, fijándose en el discípulo a quién Jesús amaba, hace la pregunta. 
 
Pedro ha comenzado el seguimiento verdadero al Jesús real, muerto y resucitado, que ha entregado su vida. Es con éste Jesús con quién ahora se identifica. Pero, al mirar para atrás, ve al discípulo que ha sido siempre fiel a Jesús, hasta en el prendimiento y en la cruz, de lo que es testigo lo mismo que de su resurrección. A lo largo de todo su evangelio, el evangelista ha resaltado el contraste entre las actitudes de ambos discípulos. Uno es el seguidor fiel pero Pedro no le ha secundado en ese seguimiento fiel a Jesús. Ahora que lo sigue de verdad, identificándose con Él hasta en el dar la vida, contempla al que desde siempre es fiel y se vuelve hacia él buscando sin duda la seguridad que a él le ha faltado para que junto al que es fiel, no vuelva a fallar. 
 
2º.- Qué revela y provoca 
 
Ante todo la preocupación de Pedro por el discípulo fiel. Esta preocupación ¿a qué se debe? Ciertamente a la inseguridad de Pedro que tiene su fundamento en su experiencia anterior en la que no ha sido fiel en su seguimiento, llegando incluso a la traición. Él tiene esta experiencia de sí mismo como tiene la certeza de la fidelidad del otro discípulo hasta en el momento de la muerte. La pregunta muestra el estado de ánimo de Pedro, que no se fía de sí mismo y quiere buscar una seguridad para no fallar nuevamente, en quién ha dado un testimonio fiel de su seguimiento. No es curiosidad de Pedro, es búsqueda de seguridad que se siente amenazada si el discípulo fiel no está para apoyarse en él. Si va a morir, como le ha anunciado Jesús, sin su ejemplo y compañía siente peligrar su seguimiento. 
 
Al decirle a Pedro a continuación "tú sígueme", Jesús está mostrando que a quién tiene que seguir es a Él, a nadie más. Ciertamente el discípulo fiel -símbolo de la comunidad creyente- será una ayuda impagable. De hecho si Él quiere seguirá quedándose aquí hasta que Él vuelva. Pero el seguimiento es personal y completamente libre. El otro discípulo -la comunidad- hará lo que deba hacer y Pedro también deberá hacer lo que Jesús le ha encomendado: el seguimiento apacentando las ovejas de Jesús, no las suyas. 
 
3º.- La respuesta de Jesús 
 
Lo que hace es poner a cada uno en su sitio. El es el objeto del seguimiento, no lo es la imagen que a cada uno se le ocurra de Él, de su misión o de su seguimiento, como le ha acontecido a Pedro. Él seguía una imagen que se había fabricado de Jesús que no se correspondía con el Jesús real ni con su misión. Aclarado esto y decidido Pedro al seguimiento, es a Jesús, al Jesús real, muerto y resucitado, a quién debe seguir:"Tú sígueme a mí”. 
 
El discípulo fiel permanecerá en todas las venidas de Jesús, porque es símbolo -para el evangelista- de la comunidad fiel a Jesús, dando la vida en el servicio desinteresado a todos. Es en ésta -la comunidad creyente debidamente apacentada - donde hay Presencia del que está viniendo y vendrá, es en ella donde se reconoce a Jesús, donde se le revive y donde se revela al mundo que no le conoce. Ella sirve al mundo esa presencia y esa misión que vive y celebra, pero no sustituye a su Señor. Ella no es señora, no está para ser servida sino para servir como hace su Maestro. 
 
4º.- Quién haría hoy esta pregunta 
 
La harán, sin duda, muchos que se han equivocado en el objeto de su seguimiento. No lo hacen realmente a Jesucristo, sino a personajes destacados de la vida de la Iglesia, o a un fundador, o a una institución o grupo, o a una eclesiología o doctrina determinada. Es experiencia de muchos que comenzaron el seguimiento con estas fidelidades acompañadas de devociones, ritos o actos de piedad determinados, pero, conforme éste seguimiento ha ido encontrando su objetivo fundamental, que es Jesucristo, a quién corresponde siempre el centro, estas primeras experiencias han ido evolucionando en sus contenidos y finalidad. No llena ni satisface otra cosa que la adhesión al Señor y nuestra identificación con Él, hasta lo que esto nos demande. Seria mala señal seguir, después de años, con las mismas ideas, las mismas prácticas e incluso las mismas fidelidades. Ciertamente, muchas experiencias primeras nos han ayudado a encontrar el “centro", pero si no nos conducen a él o lo sustituyen, no hay seguimiento verdadero a Jesucristo sino a otras realidades que lo han suplantado. 
 
También hacen esta pregunta muchos que tienen la experiencia de Pedro. No han sido fieles. Han comenzado, quizá muchas veces, y no han acabado nunca. Posiblemente hasta hayan llegado a pervertir lo que en principio pudo ser inicio de seguimiento, haciendo lo que es incompatible con él. Otras se han instalado la comodidad y las rutinas en ellos y se mueven por la inercia de las repeticiones. Ante estas realidades, cuando se les habla del seguimiento verdadero sienten una inseguridad tremenda, porque han comenzado muchas veces, y muchas también se han arrepentido de dejarlo y seguir con lo de siempre. Ante esta inseguridad y las dudas que conlleva, es una salida a su situación la búsqueda bien de personas, bien de grupos fieles que les den seguridad y ayuda. Es impagable la ayuda de una persona o un grupo fiel, siempre que conduzcan al objetivo fundamental del seguimiento que es Jesucristo y, bajo ningún concepto pretendan sustituirlo. Un criterio válido para discernirlo es la libertad. Si una amistad o un grupo me esclaviza, no hay un planteamiento correcto. Cuando no potencia mi libertad en las opciones y decisiones que en mi vida y seguimiento debo tomar, el planteamiento no es correcto. Donde no hay libertad no está el Espíritu. Personas y gru­pos que hacen súbditos no están en el verdadero camino donde adoramos al Padre Dios y donde todos somos hermanos.

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