martes, 4 de diciembre de 2012

I. Virgen María (3)


MARÍA MADRE DE DIOS
Dice el texto evangélico que María “meditaba estas cosas en su corazón”. ¿Qué es meditar? Es captar el sentido exacto de alguna cosa, dicho o hecho. Pero a lo que hay que añadir que este logro se hace con esfuerzo. No es simplemente dejarse impresionar por algo, es captar su sentido después de darle vueltas, aplicarle diversos enfoques, entrar en sus profundidades… Lo que dice, entonces, el texto es que María intentaba dar con el sentido exacto “de aquellas cosas”. Es tarea y también gracia pues ésta no destruye la naturaleza sino que la ayuda y perfecciona. Es lo que ahora intentamos hacer nosotros al reflexionar –meditar- sobre la maternidad divina de María.
¿Qué significa “Madre de Dios”? ¿Cuál es su sentido? Y, si se puede descubrir ¿Cuál es su profundidad?
1º.- Dios no puede tener madre alguna, es el no creado, el no engendrado. En cuanto Dios no tiene ni principio ni fin. Dejaría de ser Dios si lo tuviera. En este sentido no puede ser concebido ni parido. Por lo tanto éste no puede ser el sentido de la maternidad divina de María.
2º.- Nuestra fe afirma que Jesucristo es Dios y Hombre verdadero, así lo definió el Concilio de Éfeso. Como Dios no puede tener madre, como hombre sí. ¿Esto qué significa? Que en Él sólo hay una persona con dos naturalezas distintas e inconfusas, como afirmó el Concilio de Calcedonia. María no puede haber engendrado la persona y la naturaleza divina separada de la humana. Estas están unidas a la naturaleza humana. Lo acontecido en Jesucristo es que, como hombre no ha sido engendrado por un hombre. Así nos lo muestra Mateo al narrar la genealogía de Jesús, llegando hasta José del que no se dice que engendró a Jesús como ha dicho de sus antepasados. La misión de José no era engendrar porque lo que iba a acontecer era de tal magnitud que sólo Dios lo podía hacer ¡nada menos que el Misterio de la Encarnación! Porque es toda una creación, la de un Hombre que es Dios. Por eso dice que fue obra del Espíritu Santo, fue la fuerza vital de Dios la que “la cubrió con su sombra”, no como cubre el varón a la hembra para engendrar un nuevo ser humano, sino como realización del poder creador de Dios. El resultado es un Hombre que es Dios, en todo igual a los hombres y en todo igual a Dios. Su divinidad no destruye, ni anula ni disminuye su humanidad. Lo único que no tiene es el pecado.
3º.- Entonces lo concebido por María es un verdadero Hombre, donde toda la obra del varón es sustituida por el poder creador del Espíritu. ¿Qué es lo que realiza? En primer lugar supliendo y en segundo lugar uniendo. Este es el efecto esencial del “cubrir con su sombra”. Esa naturaleza humana que se concibe lo es de una persona divina. Desde el primer instante de su concepción, pues de lo contrario en Jesús tendríamos dos personas. No se une a un hombre, sino que ese hombre comienza a ser desde el principio de su concepción como naturaleza de una persona divina, comienza a serlo unido a la persona divina por la acción del Espíritu.
4º.- Al concebirse ese Hombre y éste no tener otra persona que la divina, no ha tenido un solo instante en que no haya estado unido a la divinidad, por eso a la que lo ha concebido así, con toda propiedad es llamada Madre de Dios, pues su hijo es nada menos que la segunda persona de la Trinidad. Hablando con propiedad no es madre de un hombre –anzropotokos- sino de un Hombre que es Dios –zeotokos- como definió Éfeso. Madre del Hombre-Dios. Ella concurre al acto creador poniendo todo lo que el Espíritu necesita para que, siendo Dios, no le falta nada de lo que pertenece a una verdadera naturaleza humana. Es madre del que siendo Dios se ha hecho Hombre verdadero. Es el Dios encarnado. Como dijo San Agustín: “sin dejar de ser lo que era comienza a ser lo que no era”. Pero debemos tener muy claro que el Hijo –la Palabra en el lenguaje de Juan- no se encarna en Jesús de Nazaret, pues entonces tendría dos personas, la del Verbo que se encarna y la de Jesús en quien se encarna, sino que Jesús es la encarnación de la Palabra, es la carne de la Palabra. Por eso el ángel dice a María en la anunciación que “nacerá de ti”, no dice “nacerá en ti”. El que nace es la encarnación de la Palabra. Por eso llamamos a María con toda propiedad madre de Dios –zeotokos- porque es la madre del Dios engendrado como Hombre-Dios.

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