MARÍA MADRE DE DIOS
Dice el texto
evangélico que María “meditaba estas cosas en su corazón”. ¿Qué es meditar? Es
captar el sentido exacto de alguna cosa, dicho o hecho. Pero a lo que hay que
añadir que este logro se hace con esfuerzo. No es simplemente dejarse
impresionar por algo, es captar su sentido después de darle vueltas, aplicarle
diversos enfoques, entrar en sus profundidades… Lo que dice, entonces, el texto
es que María intentaba dar con el sentido exacto “de aquellas cosas”. Es tarea
y también gracia pues ésta no destruye la naturaleza sino que la ayuda y
perfecciona. Es lo que ahora intentamos hacer nosotros al reflexionar –meditar-
sobre la maternidad divina de María.
¿Qué significa
“Madre de Dios”? ¿Cuál es su sentido? Y, si se puede descubrir ¿Cuál es su
profundidad?
1º.- Dios no
puede tener madre alguna, es el no creado, el no engendrado. En cuanto Dios no
tiene ni principio ni fin. Dejaría de ser Dios si lo tuviera. En este sentido
no puede ser concebido ni parido. Por lo tanto éste no puede ser el sentido de
la maternidad divina de María.
2º.- Nuestra fe
afirma que Jesucristo es Dios y Hombre verdadero, así lo definió el Concilio de
Éfeso. Como Dios no puede tener madre, como hombre sí. ¿Esto qué significa? Que
en Él sólo hay una persona con dos naturalezas distintas e inconfusas, como
afirmó el Concilio de Calcedonia. María no puede haber engendrado la persona y
la naturaleza divina separada de la humana. Estas están unidas a la naturaleza
humana. Lo acontecido en Jesucristo es que, como hombre no ha sido engendrado
por un hombre. Así nos lo muestra Mateo al narrar la genealogía de Jesús,
llegando hasta José del que no se dice que engendró a Jesús como ha dicho de
sus antepasados. La misión de José no era engendrar porque lo que iba a
acontecer era de tal magnitud que sólo Dios lo podía hacer ¡nada menos que el
Misterio de la Encarnación! Porque es toda una creación, la de un Hombre que es
Dios. Por eso dice que fue obra del Espíritu Santo, fue la fuerza vital de Dios
la que “la cubrió con su sombra”, no como cubre el varón a la hembra para
engendrar un nuevo ser humano, sino como realización del poder creador de Dios.
El resultado es un Hombre que es Dios, en todo igual a los hombres y en todo
igual a Dios. Su divinidad no destruye, ni anula ni disminuye su humanidad. Lo
único que no tiene es el pecado.
3º.- Entonces
lo concebido por María es un verdadero Hombre, donde toda la obra del varón es
sustituida por el poder creador del Espíritu. ¿Qué es lo que realiza? En primer
lugar supliendo y en segundo lugar uniendo. Este es el efecto esencial del
“cubrir con su sombra”. Esa naturaleza humana que se concibe lo es de una
persona divina. Desde el primer instante de su concepción, pues de lo contrario
en Jesús tendríamos dos personas. No se une a un hombre, sino que ese hombre
comienza a ser desde el principio de su concepción como naturaleza de una
persona divina, comienza a serlo unido a la persona divina por la acción del
Espíritu.
4º.- Al
concebirse ese Hombre y éste no tener otra persona que la divina, no ha tenido
un solo instante en que no haya estado unido a la divinidad, por eso a la que
lo ha concebido así, con toda propiedad es llamada Madre de Dios, pues su hijo
es nada menos que la segunda persona de la Trinidad. Hablando con propiedad no
es madre de un hombre –anzropotokos- sino de un Hombre que es Dios –zeotokos-
como definió Éfeso. Madre del Hombre-Dios. Ella concurre al acto creador
poniendo todo lo que el Espíritu necesita para que, siendo Dios, no le falta
nada de lo que pertenece a una verdadera naturaleza humana. Es madre del que
siendo Dios se ha hecho Hombre verdadero. Es el Dios encarnado. Como dijo San
Agustín: “sin dejar de ser lo que era comienza a ser lo que no era”. Pero
debemos tener muy claro que el Hijo –la Palabra en el lenguaje de Juan- no se
encarna en Jesús de Nazaret, pues entonces tendría dos personas, la del Verbo
que se encarna y la de Jesús en quien se encarna, sino que Jesús es la
encarnación de la Palabra, es la carne de la Palabra. Por eso el ángel dice a
María en la anunciación que “nacerá de ti”, no dice “nacerá en ti”. El que nace
es la encarnación de la Palabra. Por eso llamamos a María con toda propiedad
madre de Dios –zeotokos- porque es la madre del Dios engendrado como
Hombre-Dios.
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