lunes, 13 de junio de 2011

VIVIR EN DIOS Y CON DIOS

 
La mayor unión contigo, Señor, se ha dado en Jesús. De tal manera que supera cualquier tipo de unión conocida, sea de orden físico o de orden moral. Tan distinta de ellas y, al mismo tiempo tan real y fuerte, que la tradición eclesial la expresó como unión hipostática, es decir, en la persona, en lo más radical que somos y nos distingue de cualquiera otro, hasta el punto de existir, ser y vivir con la mismísima persona del Hijo, Hombre verdadero, real e histórico, como uno más y, al mismo tiempo que distinto y sin confusión, Hijo tuyo, el único, el que agota tu paternidad en la imagen perfecta de quién Tu eres. No ha existido una unión más perfecta, comunión más estrecha, querer tan identificado con el tuyo. Aquel Jesús histórico, el de Nazaret, el hijo de María Virgen, comparte en ti y por ti, tú mismo ser divino en su distinción personal. Toda su Humanidad santa era humanidad del Hijo, de tu hijo, Señor, distinto de ti por ser engendrado desde toda la eternidad e igual que Tú en la identidad de tu único ser divino... No podrá haber unión más perfecta que la habida en Jesucristo, humanidad y divinidad en la unidad personal del Hijo.

Decir, entonces Dios mío, que Jesús de Nazaret vivía en ti y contigo su existencia histórica, que hacía tu querer y realizaba tu plan en una identificación libre con tu voluntad, sin ahorrarle su descubrimiento y concreciones, creo que nadie puede negarlo salvo que destruya su humanidad verdadera y real o niegue su divinidad tan verdadera y real como aquella. Vivió en ti y contigo y, desde ahí, vivió con los demás y para ellos. Es más, sólo desde ahí, el vivir para los demás era salvación, redención y mérito.

Cierto, Señor, que tu presencia en nosotros no es igual que en Jesús, aunque también la abarque y comprenda. Pero la pregunta no es inútil, supuesta esa presencia en quienes somos hijos tuyos en tu Hijo y eres Padre nuestro en tu única paternidad con El. ¿Podemos vivir en ti y contigo?, ¿Con nuestra autonomía y libertad?. Creo que aquí está la clave de tantos rechazos o, al menos, reticencias, ante todo ¿qué significa esto?. Porque no creo que dependa de lo que cada uno pueda entender o imaginar. Si vivir humanamente es tener conciencia de la realidad abarcante, en esa realidad estás Tú. No eres una realidad entre muchas realidades, eres realidad en todas ellas, hasta el punto de que, miradas en su profundidad y extensión, son imagen y signo reveladores de tu presencia. No hay cosa, hombre, acontecimiento, hecho o historia que no esté de alguna manera haciéndola visible. Pero si tengo que señalar un máximo de significación y, consiguientemente, de presencia es en el hombre mismo donde la encuentro. En su humanización, abarcante de su inteligencia, coraje, deseo, sentimiento, tesón, su ansia de justicia, su capacidad de amar, su fidelidad, su estar en relación ... es donde descubro, Padre, esa revelación de tu presencia. Tener conciencia de esa significación y de esa revelación es conciencia de la realidad que es el hombre y de todo lo real con lo que él está en relación. El creyente, por tu autocomunicación, conoce tu amor y tu nombre, contempla la historia y, en ella, su historia personal en la historia de tus relaciones con él, ve todo desde la iluminación que irradia tu Palabra, mira toda realidad personal o circundante desde su última dimensión tener esta conciencia de todo lo real, es experiencia inefable de ti, experimenta tu presencia en lo que es su propia vida. Vivir en ti no es un sueño espiritualista, en él es realidad contundente.

 Este vivir no te utiliza, Señor, te descubre y te sirve. No te pone al ras de las cosas y entre ellas, sino en ellas como presencia inagotable de relación constante. No tolera que te presenten como sustituto que le infantiliza. Tener fe, por tanto, es tener experiencia de ti. No es un iluso que quiera ver lo que no existe o descubrirte donde Tú no estás. Es el que tiene conciencia de la realidad y lo real le remite siempre a ti, Dios admirable, realidad inagotable presente en todas las realidades. Vivir en ti y contigo es experimentarlo saltando la división entre lo sagrado y lo profano, destruir los muros de separación que tantas veces hemos edificado.

Desde esta perspectiva, el hombre secular, libre y autónomo de tutelas infantilizadoras, puede vivir su secularidad en ti contigo, Señor. No tiene miedo ni a tu competencia ni intromisión. Ni su adultez proclama tu muerte. Y no porque haya dos campos de actuación, el tuyo y el suyo. Hay un único hombre y una realidad y en ambos se sigue manifestando tu presencia y tu gloria.

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