lunes, 13 de junio de 2011

SUICIDIO


Me llamó esta mañana muy angustiado porque había muerto su hermana de cuarenta y cinco años. No me dijo nada más, no sé si por temor a preocuparme pero en lo poco que me dijo y en la angustia que manifestaba, intuí, Señor, que la muerte había sido provocada. Ya por la tarde se acercó a yerme y, sin decírmelo claramente me dio a entender que había sido un suicidio. Luego me informé por otras personas y, efectivamente, había muerto arrojándose por la ventana de un quinto piso.

Sabes, Dios mío, que no me ha dejado tranquilo esta muerte buscada intencionadamente. ¡Que mal, Señor, tiene que sentirse una persona para buscar esta solución a su vida! ¡que tortura interior debe experimentar para ver cerradas todas las puertas menos esa!. Padecía desequilibrios profundos y hace poco había estado internada por una depresión obsesiva en un hospital, don de también lo había intentado. Esto es disculpa para ella aunque puede ser también acusación para los que la habían rodeado. No dudo, Señor, que quién hace esto o lo intenta es un enfermo y, como poco, su libertad está muy condicionada. Tú sabes mejor que nadie hasta que punto es un enfermo quién convierte la máxima cobardía en la mayor valentía, tanta como para contradecir el instinto más primario que tenemos los seres, el de conservar la vida y mantenemos en la existencia... Sólo el desequilibrio de la enfermedad puede explicar tamaña contradicción. Por eso y porque Tu Padre nos conoces a cada uno por nuestro nombre, sabes de cada historia personal mejor que nadie, confío en tu infinita comprensión y misericordia.

Me imagino a cada suicida al llegar a tu inefable Presencia, con aquellas palabras de Unamuno en sus labios:" Méteme, Padre eterno, en tu pecho, misterioso hogar, dormiré allí pues vengo deshecho del duro bregar. Porque ¿qué busca el suicida en el fondo de su decisión'?. Para poder responder hay que mirar de donde viene. Su vida ha sido duro bregar. No ha tenido sosiego ni de día ni de noche, su cabeza se mueve en un enorme insomnio, girando sin tregua sobre su angustia como una descomunal noria que no permite olvidar ni reposar. Su miedo y su ansiedad juntos han ido cerrando todas aquellas puertas que podían permitir acompañamiento y ternura en su inmensa soledad. Su vida se ha trocado en muerte, su existencia en un vacío infinito que se alimenta sólo del miedo de vivir. No espera nada ni del día ni de la noche. Cuando nada se espera, Señor, ya se está muerto, una vida sin esperanza alguna es muerte. Y, como un abismo llama a otro abismo, la muerte vivida convoca a la muerte realizada, si no hay nada que esperar todo se liquida y, si todo está acabado, hay prisa por terminar. Vida, sin esperanza alguna, es muerte. Pero muerte, no concita energía alguna ni deseo para ser buscada y realizada. Por eso pienso, Señor, que lo que busca en realidad no es la muerte. Esta ya se vive porque es lo que se tiene. Se busca descanso, sosiego, parar el giro de la inmensa noria


insomne del miedo, llenar sus cangilones vacíos de sueños que permitan esperar. En esa búsqueda hay deseos de vida, de otra vida distinta de esta convertida en muerte. Y, en ese deseo Señor, clara o veladamente, estás Tú. Tú eres el Misterioso Hogar, calor y ternura infinita, compañía y sosiego. Tú eres el descanso del duro bregar.


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