lunes, 13 de junio de 2011

PEREGRINACIONES

 
Cuando he realizado marchas andando, Señor, y sabes bien que he hecho muchos kilómetros por los caminos con el macuto a cuestas, me ha sorprendido que si pongo como meta algún santuario, nadie se sorprende y hasta lo alaban, pero si no tiene esa meta, aunque al andar se ore, se conviva, se reflexiones o se comparta, los demás suelen decir que estoy de excursión, como si fuera algo profano que no tiene más justificación que la diversión o el simple ejercicio, algo sin importancia.

La verdad es, Dios mío, que nunca me sentí atraído por santuarios e imágenes. Aquí la radicalidad quizá me la haya jugado como en otras dimensiones. No me dicen nada o muy poco. Comprendo la necesidad de mediaciones que nos ayuden a vivir en relación contigo, pero no comprendo la obsesión por polarizarlas en santuarios e imágenes. Es más, siempre que recurrí a ellos, me he sentido vacío y hasta he tenido envidia de quienes sentían y vivían aquello como un acontecimiento importante. Yo no fui nunca capaz de lograrlo. Me dan igual los santuarios, este o aquel y las imágenes, sea esta o aquella, hasta el punto de tener que esforzarme mucho para establecer mediante ellos una relación más personal contigo.

Esta vivencia personal me hace reflexionar y no para justificarme, Señor, ante ti. Porque la verdad es que no me cuesta nada esta relación contigo en otras situaciones. En la belleza de la naturaleza, en la grandiosidad de una tormenta o la tranquilidad de un atardecer en las montañas, en la agitación constante del mar o en la calma, en la robustez de nuestra encina o en el mote florecido de jara, en la maravilla de un pez o en la fidelidad de un perro... es en muchas partes donde siento tu Presencia y tu llamada Sin interés alguno, sin esfuerzo, en deliciosa gratuidad Pero, Tú sabes, Señor, que donde no me das tiempo ni para respirar es en las relaciones con los demás. Allí siento tus ausencias que me entristecen en tantas carencias que me haces contemplar y en ellos siento Tu presencia que siempre me estremece. Sabes muy bien, Dios mío, que no hay relación que me deje indiferente. En ella y desde ella no me cuesta esfuerzo alguno descubrirte y adorarte. Cuando esto no ha sucedido, por ofuscación superficialidad o ligereza, sabes que después no me ha dejado paz sino desasosiego.

Esto que me sucede, me hace pensar muchas cosas, Señor. Es cierto que usaste la mediación del santuario o la imagen, ahí está todo el A. Testamento, con la tienda y el templo, para probarlo. Pero cuando Tú has querido incrustar en nuestro tiempo lo definitivo, Tu no te hiciste una imagen al gusto de tal o cual pueblo, de este o aquel buen o mal artífice, tampoco te hiciste ni templos majestuosos ni santuarios atrayentes, aunque te los adjudicáramos. Cuando quisiste un santuario definitivo y una imagen con tu sello indeleble, te hiciste un Hombre. Él es el Santuario y la Imagen. Desde entonces, Señor, todos los que peregrinaron al templo para poder encontrarte, se quedaron con el silencio mudo de las piedras y el horror vacío del sacrificio de los animales. Los que sin peregrinar se acercaron al Hombre, se encontraron en tu Templo con tu imagen. Si el hombre primero era imagen de tu presencia inefable y la creación entera la huella que a ti conduce, en este Hombre se agota la Imagen misma hecha presencia exacta y desbordante. En este Hombre que Tú hiciste, Señor, se han llenado de presencia todas las imágenes que somos cada hombre. Descubrirla y vivirla en la relación con ellos ‑con nuestras deficiencias y nuestras conscientes fidelidades‑ es peregrinar humano hacia la definitiva profundidad de tu Presencia, en la que fue hecho todo y sin la que nada se hizo ni se hace.

Peregrinar a santuarios y ver imágenes, si por el hombre me conducen al Hombre, lo veo, Señor, una mediación útil pero si, prescindiendo de ello, pretendemos encontrarte, el peregrinar no conduce a tu Presencia. Se ha errado el camino y el modo de caminar. Los edificios y las imágenes no pueden contenerte.

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