lunes, 13 de junio de 2011

¿LO ACADÉMICO TAN DISTINTO DE LO EVANGÉLICO?

 
Sabes, Señor, que muchas veces he tenido que morderme la lengua en el claustro de profesores para no soltar un exabrupto que cree tensión o encone divisiones que nunca son beneficiosas en tu iglesia. Veo y oigo cosas que indican actitudes que, siendo académicamente correctas, no me parecen evangélicas, no veo en ellas el sello del Espíritu, de tu espíritu Señor, que siempre es amor entregado a los hombres.

Nunca me he creído profesor ni maestro de nadie. Quizá, Señor, porque nunca pensé ni me preparé para ello en los comienzos del ejercicio del ministerio y su preparación. Nunca pensé dedicarme a la enseñanza. Luego, las necesidades de tu Iglesia, han hecho que tenga que dedicarme a ella y, consiguientemente, haya tenido que prepararme, a veces hasta a marchas forzadas. Pero, aunque dedicado a la enseñanza de la teología durante muchos años, nunca me lo he creído. Siempre me he considerado un suplente, hasta que vengan otros mejor preparados, que no da la talla de lo que este ministerio demanda y siempre dispuesto a dejárselo a quienes vienen detrás de nosotros. Esta actitud y convencimiento ha hecho que no tome a los alumnos como tales, sino como amigos que muy pronto van a ser compañeros en el ejercicio del ministerio sacerdotal, con los que comulgo en la misma fe y, en unos años, también en el mismo sacramento. Mucho menos me he considerado juez de sus conocimientos, aprendizaje o sabiduría. Sí acompañante que les anima, les abre caminos, les ayuda en su aprendizaje y... poco más. Esta actitud me hace tener con ellos confianza y creo que ellos, a su vez, la tienen también frecuentemente conmigo.

Por eso, Señor, no puedo ver ni las exigencias desmedidas a todos ni las que se demandan de algunos, que no se vea que están en un proceso en el que no es exigible al principio lo que es propio del final, que se les haga sufrir con exámenes duros, que no se tenga en cuenta la singularidad con las circunstancias en que se ha desenvuelto su vida y que les afectan profundamente y, mucho menos, que se puedan utilizar los estudios como llave para la ordenación.

Como, por otra parte, he visto las maravillas que Tú, Padre haces con nosotros, en tantos que hemos pasado por colegios, seminarios y facultades en los que fuimos estudiantes ramplones, con unos despistes supinos en los comienzos, donde había tanto elemento humano, amor propio y voluntarismo, que después de muchos años Tú has ido transformando y, aún con mucho lastre humano, has utilizado para derramar tu gracia y beneficiar a tu Iglesia; personas que, en los años de preparación, nunca dieron la talla o pasaron por los mínimos, algunos al borde de dimitir de sus aspiraciones, que luego han sido unos buenos sacerdotes y además competentes. Otros a los que hemos visto progresar a lo largo de los cursos y, después de ordenados, han superado dificultades que en  los primeros años parecían insuperables y que la paciencia de profesores y formadores te ha permitido, Señor, cuajar una vocación decidida.

Todo ello me hace confiar cada vez más en tu infinita paciencia con  nosotros y en aquella gran verdad que nos transmitió tu apóstol Pablo: que es en la debilidad donde muestras tu poder. Nosotros, cuando contemplamos la necesidad y la debilidad, no la aceptamos ni transformamos en vehículo de tu poder y tu gracia, dejándote ser Dios, Abba nuestro, sino que nos irritamos no queriéndola ver ni en nosotros ni en quienes nos confiaste. Tratamos de aniquilarla con prisa, lo que se traduce en impaciencia y exigencia desmedida para con nosotros o esas personas concretas, con una intolerancia que no sabe respetar procesos que son largos, como queriendo anticipar lo definitivo y que a ti Padre debe hacerte sonreír. Tú nos ves a cada uno en nuestra historia y tienes presente la de todos, también la de los profesores y formadores exigentes. Nosotros nos desentendemos pronto de nuestra historia. Nuestros comienzos, los balbuceos de nuestra vocación, nuestras dificultades provenientes unas veces de nuestros temperamento, carácter.., otras, de las circunstancias familiares, educación recibida, nivel social... y olvidamos la infinita paciencia que Tú has tenido con nosotros, y, también la que tuvieron otros que te representaban y que fueron la mediación que elegiste para seguir haciendo tus maravillas en tu mundo y en tu Iglesia a pesar de nuestra debilidad y a través de ella.

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