lunes, 13 de junio de 2011

LA INICIACIÓN CRISTIANA, UNA URGENTE NECESIDAD

 
Una cosa clara que tenemos a estas alturas de la posmodernidad es, Señor, que no llegamos a la gente que está fuera del ámbito habitual de alguna comunidad cristiana. A lo que llamamos el cristiano medio, que bautiza a sus hijos, se casa por la Iglesia, los trae a las catequesis, asiste a alguna celebración y, mucho menos a los que llamamos alejados. Ni entienden nuestro lenguaje, ni sienten necesidad de la Iglesia, ni se sienten identificados con ella, ni cooperan en su misión, ni sus hijos, después de haber recibido los sacramentos de la iniciación, logran algo más que ellos en una desbandada final preocupante. Al lado de esto no se te oculta, Dios mío, el enorme esfuerzo que se está haciendo, desde hace ya muchos años, por parte de pastores y de catequistas, al que no acompaña sin duda el fruto merecido. Aunque todos seguimos esforzándonos en el empeño, no podemos evitar la sombra de la decepción y, a veces, hasta la amargura del fracaso. Es lo que me mueve a reflexionar, Señor, en tu presencia pues el vacío que produce esta situación llega a ser alarmante. Son muy pocas las comunidades con presencia de gente nueva y, sobre todo, joven.

Lo primero que se me ocurre, Señor, es que si para casi todo necesitamos una iniciación y un entrenamiento, también lo necesita la vida cristiana. Y no sólo a partes, facetas o dimensiones de la misma, sino a su totalidad. Aquí encuentro un fallo lamentable. Creo que hay una iniciación pero se queda dirigida principalmente a los sacramentos que, puntualmente, se van a celebrar y, además, desconectados entre sí como si fueran metas aisladas unas de otras. Con un lenguaje y métodos que ya muy pocos entienden. Se comprende que debe ser un proceso, pero la realidad es que en muy pocos casos se logra. Por eso necesitamos un cambio de mentalidad principalmente en los padres pero también en pastores y catequistas. Es esta una tarea principal en los consejos pastorales que deben establecer ese proceso y cuidarlo como algo prioritario en la comunidad parroquial, con un método conveniente, con un lenguaje menos teórico y más vivencial, mostrando en sus celebraciones que son hitos del proceso y no término aislado de la vida, la doctrina y la vivencia hasta entonces lograda en cada etapa. No se puede desconectar la vida del niño y de su familia del sacramento que se recibe con todo lo que este supone en el antes y el después.

Otra cosa que me parece muy importante. Señor, es la conexión de esta iniciación con la comunidad concreta donde se va a vivir, de ordinario, ese proceso de iniciación. No debe ser igual en todas partes. Cada comunidad debe tener claro qué tipo de comunidad es, cual es su estilo característico, que metas persigue, a quienes tiene que llegar, como realizar la misión que se le ha encomendado.., para saber qué tipo de cristiano tiene que preparar para lograrlo. Tal y cómo lo hacemos hoy, salvo casos muy excepcionales, da la impresión de ser igual, las mismas catequesis, el mismo material, las mismas celebraciones y hasta con los mismos vicios, como si hubiera un modelo único de creyente, con el mismo estilo, etc. Es precisamente la catolicidad eclesial la que demanda la pluralidad pues los destinatarios son distintos y las comunidades que se responsabilizan de la misión también. Además, ¿Cómo se van a comprometer después en una comunidad cristianan si no se han entrenado antes y no se han identificado en ella con la vida y la misión de la Iglesia, tal y como se vive y celebra en esa comunidad concreta?. No es de extrañar entonces que, aún haciendo un gran esfuerzo todos los responsables, al final se dé una desbandada, reveladora de la falta de identificación, de la falta de entrenamiento y de la carencia de interés.

Esta situación, Señor, me convence cada día más de la necesidad del catecumenado, instituido como tal en todas las comunidades y a donde deben acceder los jóvenes, pues es en él donde la iniciación logra su finalidad, ya que realiza todos sus elementos esenciales. Todas las catequesis infantiles deben parecerse a él y no deben culminar sin él en la adolescencia. No hay verdadera iniciación sin catecumenado aunque no se le llame así. Y no debe limitarse a estas edades. Toda persona que accede a la vida de la Iglesia debe pasar por él, pues lo frecuente es que no haya tenido iniciación alguna o sólo a determinados aspectos o elementos de ella. Este catecumenado institucional debe ser establecido en toda comunidad cristiana, con todos sus elementos y no debe ser apropiado por ninguna asociación o movimiento sino en la parroquia o, al menos, en el arciprestazgo. Es la Iglesia quien lo instituye, es en sus comunidades institucionales y es el obispo el responsable último del mismo.

Es una necesidad urgente. Necesitamos, Señor, construir o reconstruir el sujeto cristiano y potenciar como nunca la misión en una sociedad cada vez más descristianizada. Todo ello lo veo imposible, Señor, si no nos aplicamos, con comprensión pero con firmeza, a la realización de una buena iniciación cristianan en quienes comienzan y en quienes abandonaron la vida cristiana después de haberla comenzado.

No hay comentarios: