lunes, 13 de junio de 2011

DIVORCIO


Me ha sorprendido, Señor, la actitud de una militante cualificada de esta parroquia que pretende ser muy comunitaria y participativa. Ella es catequista y, también del equipo de liturgia donde hace todo lo que haga falta, desde las lecturas hasta dar la comunión casi habitualmente. De la noche a la mañana me he enterado que ha solicitado el divorcio y lo tiene en trámite. No he recibido la noticia por ella sino por su esposo que ha venido a yerme. Me decidí a hablar con ella, que seguía llevando todo lo que hacía como si no hubiera sucedido nada, o como si lo que había hecho no tuviera importancia. Tú sabes, Señor, como se puso, faltando sólo que me insultara me diera dos tortas. Sus razones no fueron otras que el estar harta de su esposo, porque nunca se portó bien ni con ella ni con la familia, que era un asunto suyo, en el que ni yo ni nadie tenía que meterse más que los abogados y jueces. Viendo su actitud y siendo ya notorio el caso, le prohibí que siguiera ejerciendo lo que hasta aquí hacía en la comunidad parroquial, especialmente el ministerio del lector y el extraordinario de la comunión. No me dio una bofetada de milagro. Tampoco me lo entendieron los laicos más cualificados de dicha comunidad.

Sorpresa es lo que me ha producido, Señor, esta actitud con sus consiguientes reacciones y consecuencias. Reflexionando en tu presencia veo que la causa de esta sorpresa está en que nunca pensé que una persona que lleva más de diez años comprometida en una parroquia seriamente, recibiendo una formación que creía sólida, participando con alegría en todo lo que se organiza, ejerciendo ministerios en la misma, conviviendo participativamente, y un largo etc., pueda llegar, en algo tan importante para ella, para su familia, su vecindad, su comunidad, sin hablar nada del asunto, sin consultar, sin asesorarse de los responsables de esa comunidad a la que pertenece, como si no existiéramos o no tuviéramos nada que ver. Este sí que es un divorcio, Señor, estar metidos hasta el tuétano en la realidad de una comunidad cristiana y que ésta no tenga nada que ver con la vida real de esta mujer, tratar de vivir una vida de fe desconectada de la vida concreta y en una dimensión fundamental que configura todo su vivir. En el fondo, un divorcio entre ti, Señor de toda vida y en todas sus dimensiones, y él yo personal que se yergue en señor de su propia historia. Sorpresa, Señor. porque lo lógico y más normal era, como poco, consultar y orientarse si había problemas entre ellos, desde la fe cristiana, antes que de un abogado divorcista.

Sorpresa también, Señor, porque veo que a pesar de los medios que ponemos, con toda la buena voluntad del mundo, en muchos proyectos, fallan las opciones y actitudes cristianas más elementales. Esta es una comunidad donde desde su reciente origen se ha cuidado con esmero la acogida, el buen trato, la participación, la corresponsabilidad, los compromisos, etc. Pero, a la vista de lo que tenemos que ver, este es un caso entre otros, donde se ha creado este tipo de cristiano muy comprometido con todo y muy activo, pero muy poco convertido. Saben y viven mucho los compromisos y se vuelcan incansables en la transformación de la realidad, después de exhaustivos análisis de la misma, pero saben poco y viven menos de fe y conversión. Es más, a veces parece que lo confunden con imposiciones dogmáticas, con teoría o espiritualismo. Es este otro divorcio más que preocupante, Dios mío. Sorpresa también, Señor, porque )el asunto, visto desde nuestra fe, no es baladí, es más que importante. La unidad matrimonial es el signo sacramental de la unidad de tu Hijo con la Iglesia Comprendo las dificultades de muchos matrimonios, también que muchos matrimonios se han contraído sin una fe personal, pero su sacramentalidad demanda su unidad. Son símbolo y realización del amor y la unidad de Cristo con su Iglesia. Lo que llamamos indisolubilidad no es otra cosa que la dinámica misma del amor y de la gracia sacramental que, aunque en principio no estén sustentados en una fe personal, se irá realizando y extendiendo, si no se le ponen trabas y obstáculos. ¡Qué pena, Señor, ver una realidad tan excelsa, y tan necesitada hoy de ser testimoniada, convertida en simple consenso o contrato hasta que uno de los cónyuges o los dos quieran!. Esta unidad es costosa, no es algo que se da en principio y luego se disfruta. Es también proyecto que descansa en la promesa, hecha en la esperanza, de que contra viento y marca se logrará pues Tú, Señor, eres su fundamento. Las adversidades, los sufrimientos,  las incomprensiones.., se convierten así en instrumentos para morir a uno mismo  buscando siempre el bien del otro. Son también mediación necesaria, querida por ti, para realizar tu Iglesia, donde ésta no sólo goza en el amor de Señor, sino que, también, se purifica de sus egoísmos. Para quién no tiene nuestra fe, el asunto también tiene importancia pues siempre es dolorosa la ruptura de un camino compartido con todo lo que ello supone, pero para quién tiene fe esta rotura en lo humano lo es también en lo divino, de la trascendencia con que Tú nos envuelves y da sentido a todo lo nuestro. En este caso a una de las realidades más entrañablemente humanas.

Por eso, Señor, el divorcio, aunque legalmente reconocido en las sociedades modernas, es un antisigno para la sociedad y, entre bautizados, un mal gravísimo par tu Iglesia y la misión que le encomendaste.


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