lunes, 13 de junio de 2011

CRISTINA Y LA MEDIACION DE LOS PADRES

 
Me quedé muy triste, Señor. Nunca una conversación me dejó tan desolado. Quise llevar un poco de consuelo a aquella madre que recurría a mí, a instancias de su fe, en un momento amargo. Después de darle razones, su respuesta me dejó helado y confundido. Una madre no entiende esas razones. A su niña, centro de toda la casa, el médico le había diagnosticado una extraña enfermedad que no le permitiría vivir más de un año, como mucho dos. Ella es una buena creyente pero eso no impidió que su corazón, como el de toda la familia, quedara roto con una pena muy honda. Después de la entrevista he vuelto a repasar todo lo que allí hablamos en tu Presencia y, en ella, Padre de bondad, continúo agarrado a las únicas razones que mi fe en ti descubre, en esta aparente sinrazón que es siempre la muerte de una niña.

Señor, si se te aparta de la vida, es inevitable pensarte en conflicto permanente con el hombre para amargarle su existencia. Arrinconamos tu Presencia junto al dolor, la desgracia, el sufrimiento, la muerte. Lo que supone un error tremendo, Señor, pues te separamos de tu ámbito, donde Tú estás siempre y, si te haces presente en el dolor y la muerte, es para destruirla y superarla. Tu ámbito es la vida. Tú eres la Vida donde toda la vida se reconoce como tal. Y, aún en sus huecos fatales, haces de ellos anhelo y esperanza de vida. De la Vida plena y definitiva que ningún dolor humano debe desterrar ni debe obstaculizar. Todo sufrimiento humano queda así orientado, en una lucha esperanzada contigo Padre, para que no sea obstáculo a la vida plena, a la que nos has destinado en Jesucristo y en la que queda redimido y superado Convertido en parte del proceso y el camino hacia la consumación final.

Si se te aparta de la vida, de la total y última, y de la actual y perecedera, que está siempre referida a aquella como su dimensión necesaria y definitiva, sólo nos queda una dicotomía ininteligible entre Tú, Dios soberano, y nosotros, pobres sufridores de tus incomprensibles caprichos, vestidos con el ropaje de inescrutables designios. Pero es más, Señor, todo lo aquí acontecido aparece como lo nuestro sin serlo plenamente Toda la concepción, gestación, nacimiento, los primeros cuidados en clínica y familia.., aparecen como algo exclusivamente nuestro, donde Tú no estás. Y yo pienso, Señor, que te hacemos injusticia y se la hacemos al recién nacido. A ti, Señor, porque todo el proceso de vida está en ti, no se desarrolla sin ti y no llega al final sin ti. En esta situación conflictiva se olvida algo que me parece esencial: que Tú eres el Padre nuestro y que estás ejerciendo tu paternidad, tu fecundidad admirable, precisamente a través de estos padres. Solemos verlo los creyentes al revés, colocando tu actuación después, ordinariamente en el bautismo, como un añadido sobrenatural, a una realidad enteramente nuestra que es el nacer y todo lo que conlleva. No vemos el bautismo como una manifestación de tu Presencia que está ahí desde los orígenes del proceso de vida, que significa en un instante simbólico y eficaz todo el proceso de vida de esa criatura tuya en su antes, y en su después revelador de tu agraciamiento. Porque desde el origen, con el concurso de los padres, es un ser agraciado. De entre los infinitos humanos posibles, esta niña ha sido elegida para la vida eterna. Ha sido amada por ti. Hasta el punto de que no hay un solo ser humano que supere la posibilidad y sea situado en la realidad de una existencia si, a través del concurso de los padres, no hicieras Tú la elección, la llamada y el destino. Muera o no ese niño a edad temprana, una parte fundamental de la misión de los padres está cumplida. Esa niña es una realidad proyectada hacia la vida plena. No es una posibilidad, Tú Señor, con ellos y por ellos has hecho la elección y la llamada, esta es algo real. No hay un solo niño concebido que no sea amado por ti, Dios de amor infinito. Tu concurso, sin confusión con la acción de los padres, pero imprescindible para que el niño sea alguien con existencia, es la revelación palpable de tu paternidad, que proyecta y reúne tu familia más allá de una vida temporal larga o corta.

Se le hace también, Señor, injusticia al niño pues, por la reacción que provoca el anuncio de su muerte, parece que se olvida quién es el niño y a Quién pertenece. Se traspasa la línea de la mediación necesaria de los padres, para convertirse en única causa y dueños del niño, contra lo que el mismo niño, si pudiera se revelaría. Estoy seguro, Señor, de que les diría: os estoy enormemente agradecido, porque vuestra mediación era necesaria para poder recibir todo lo que Dios me tiene preparado. Alegraos porque vuestra hija no se acaba con la muerte, ahora comenzará a vivir la plenitud a la que había sido llamada.

¿Razones, Señor? No. Convencimiento de que nos hiciste para ti y nuestro corazón está desasosegado hasta que descanse en ti. Somos obra tuya y nuestro destino eres Tú.

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