lunes, 13 de junio de 2011

CELIBATO POR EL REINO

 
Vi ayer noche, Señor, un debate por TV sobre el celibato. Un obispo anglicano casado, un obispo católico, un rector de seminario, un obispo católico secularizado y un sacerdote también secularizado, que era el presidente de los curas secularizados asociados. Eran los que componían la tertulia, más el moderador. La verdad, Dios mío, es que sentí desazón, malestar y pena porque los representantes de la línea oficial católica no estuvieron a la altura requerida, no sé si por delicadeza o por evitar cualquier descalificación o por temor a ofender... pero la verdad es que allí no se dijo, de quien cabría esperarlo, la realidad completa sobre el asunto. La impresión que quedó al final era que la Iglesia es una retrógrada anclada en la edad media y, además tozuda en sus cabezonerías, una de las cuales era el celibato. Y esto da pena, Señor.

Sabes, Padre, mucho mejor que nosotros, lo que se cuece en cada corazón humano. Y tu corazón de padre nos comprende, nos disculpa y nos ayuda en todo momento. Pero, interpretar esta actitud a la ligera nos conduciría a creer que nosotros no tenemos responsabilidad alguna, que da lo mismo ser fiel a un compromiso como no serlo, que da igual esto que aquello, que es lo mismo vivir la sexualidad con todas sus gratificaciones placenteras que vivirla en la renuncia a las mismas por exigencias libres muy superiores.

Quizá no debamos hablar de otros, desde luego emitiendo juicios descalificadores. Pero creo que puedo hablar de lo que yo siento y vivo, y que Tú, Señor, muy bien conoces. Sabes perfectamente que mi vida y destino están en tus manos y a ellas me he confiado desde que era un adolescente. Sabes también Señor, que cuando Tú has estado en el centro de mi vida no me imponías nada imposible, ni siquiera renuncias, aunque a veces se hable así, ni me costaba renunciar no sólo a las gratificaciones de placer sexual sino a otras cosas que me costaban más que esto, como mi amor propio o mi egoísmo o mi orgullo. Sabes que no me sentía coaccionado por ti, sino que aquellas renuncias salían de un interior convencido y decidido que buscaba superarse en la entrega a ti y a tus cosas. Creo, Señor, que todo esto se olvida. Que la renuncia y la superación no viene impuesta por ley alguna que me coaccione. Son una exigencia de quien quiere con tu ayuda dártelo todo. La ley no hace otra cosa que librar de la arbitrariedad las exigencias de lo que uno asume en libertad como garantía de su cumplimiento. Que la Iglesia haya vinculado el celibato al sacerdocio no es por ningún capricho maniqueo, ni por defender sus rentas, ni por concepciones negativas de la sexualidad ‑a ésta le atribuye un carácter santificador en el matrimonio‑ ni por razones de funcionalidad. La Iglesia sabe de entregas, y de entregas incondicionales, la virginidad es un carisma que está en los orígenes mismos de la fe cristiana. Con su vinculación al ministerio sacerdotal no ha pretendido otra cosa que mostrar en los ministros la necesidad de una entrega total e incondicional. Que el bien pastoral pueda demandar la ordenación de hombres casados es algo que la Iglesia debe dilucidar. Pero esto no debe devaluar la entrega total y mucho menos justificar la infidelidad a los compromisos libremente contraídos o la inconsecuencia en nuestros comportamientos.

Me dio pena, Señor, la intervención del obispo secularizado. Vi en él mucho resentimiento, injustificado pues me consta el tacto, el cariño y la ayuda que tanto obispos como sacerdotes han prestado a los secularizados. Había ira en sus palabras. Como si alguien le hubiera engañado, como si una entrega total pudiera vivirse en componendas de sexo o mundo, como si él no hubiera sabido a que se comprometía cuando te dijo sí. Entiendo, Señor, que la Iglesia pueda algún día no exigirlo como lo hizo en la antigüedad pero, de igual modo, entiendo por qué lo exige a sus ministros. A nadie engaña exigiendo lo más, sólo se engaña quien en su entrega prometió lo más para luego quedarse en lo menos.

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