lunes, 13 de junio de 2011

AMIGOS ¿UN OBSTÁCULO PARA LA ACCIÓN PASTORAL DEL MINISTRO?

 
Está escrito en el plan pastoral de la diócesis y lo repite insistentemente el responsable de la pastoral diocesana. Comprendo la intencionalidad de estas afirmaciones, que el sacerdote no se cree un grupo de amistad que le absorba la acción que le debe a todos, dando a unos pocos lo que es de la totalidad y convirtiendo el servicio al grupo en obstáculo a la plena dedicación a la comunidad a la que se debe. Esta es la intención y el aviso con lo que estoy plenamente de acuerdo. Con los amigos, Señor, se está a gusto porque con ellos nos sentimos más identificados, por ello son seleccionados de la gran mayoría. Pero, si se exagera esta observación y prevención, puede convertirse en un mal para el ministro y para la comunidad en la que sirve. Por eso esta reflexión que hago en tu Presencia y nace de mi propia experiencia personal.

Tener amigos, crear grupos o comunidades, con los que uno se siente más identificado, creo Señor que es un bien inmenso para el sacerdote, si se traduce en un mejor y mayor servicio a la totalidad. Tú sabes, Señor, cuanto tengo que agradecerte que, desde los comienzos de mi vida sacerdotal, se me hayan venido uniendo personas y que, juntos, hayamos tratado de ir recorriendo los caminos del Evangelio. Con algún grupo llevo treinta y cinco años. No nos unió ninguna ambición humana. Tú, Padre, que conoces los secretos del corazón humano, sabes mejor que yo, que nos unió el deseo de conocerte a ti, único Dios verdadero y a tu enviado Jesucristo en una Iglesia que, en aquellas circunstancias históricas, nos dolía muy particularmente. No hubo otra motivación, ni hemos pretendido otra cosa que llegar a ser cristianos, lo mejor que pudiera cada uno, con la ayuda de todos, en el servicio a tu Iglesia allí donde cada cual estaba situado, ellos en lo suyo y yo en lo mío. Nunca hemos hecho proselitismo. Muchos, a lo largo de estos años, han venido al grupo. Unos equivocadamente, creyeron que iban a encontrar un grupo de selectos, que no eran como el común, que tenían obras propias, ideas distintas de los demás... No lo encontraron y se marcharon. Otros venían problematizados, solucionados sus problemas, ya no tuvieron otro interés. Otros, al ver que no queríamos ser otra cosa que cristianos y en los lugares que la vida nos había asignado a cada cual, familia, profesión, amistades, tareas comunes en organizaciones de la Iglesia o civiles, se decepcionaron. Aquí no encontraron ninguna aristocracia espiritual o apostólica que les significara, nada más que ser cristiano y cada vez mejores cristianos.

Esta realidad, siempre fue para mí, Señor, un bien inmenso porque la tarea pastoral muchas veces, Señor, ha sido agobiante, otras ha sido fuente de conflictos y, otras, también cansada. El grupo fue siempre un instrumento que usaste, Señor, para hacer luz en mi vida cuando estaba en oscuridad, cuando la densa niebla no me dejaba ver el sol, fuente constante de ánimo cuando creía no poder dar más o cuando pretendía refugiarme en mis perezas. Nunca fue causa de adormecimiento, de anteponer el afecto al deber. Siempre, con respeto y sinceridad, con verdad y humor, cada uno ha dicho lo que sentía o pensaba sobre mí, sobre ellos, sobre el grupo como tal, sobre los acontecimientos que nos presentaba lo ordinario de la cotidianeidad o lo extraordinario y las circunstancias donde se desenvuelven. Gracias, muchas gracias, Señor, debo darte por este grupo, donde cada uno tiene su sitio y donde la fraternidad y la comunión están por encima de cualquiera otra consideración, lanzándonos al cumplimiento de nuestros deberes, considerados siempre como camino de santificación sin divorcios entre nuestra fe y nuestra vida. Para un sacerdote, además, como humanos que somos, tener un grupo de personas, con las que no tienes que guardarte las espaldas, ni caer en disimulos, con quienes puedes compartir sobre todo tu fe, lo más preciado que tienes, es casi una necesidad sobre todo hoy, cuando es tan difícil hacerte entender. No tenerlo es casi condenarte al silencio en medio de la intemperie que nos toca vivir.

Las comunidades más formales como las parroquias, y en ellas sus asociaciones, movimientos, etc., salen también beneficiadas, pues no se aíslan de ellas ni actúan en la permanente crítica negativa. Las consideran el camino común y ordinario del cristiano de a pie para ir realizando su santificación. Con ellas no sólo colaboran sino que se sienten integrados en su vida y acción, dentro de lo que cada cual puede aportar siempre desde su autonomía, libertad y responsabilidad.

Todo esto me parece que es una de las maravillas que siempre haces con nosotros, Señor. Pero comprendo también que lo contrario puede ser muy peligroso, sobre todo cuando un grupo, una comunidad de base, una asociación o un movimiento, se convierten en representantes exclusivos del ser cristiano, o de la forma de serlo, reivindicando para sí la totalidad y, por tanto, la dedicación preferente del pastor, dejando a la común pertenencia y santidad del pueblo cristiano en desamparo o formalidades, como meros instrumentos a su servicio, ámbitos de pesca o repesca de prosélitos que, una vez logrados para el grupo, pasan a un interés secundario o al olvido. Sabes, Señor, lo mal que me sienta el desinterés de muchos cristianos por sus parroquias y lo mal que llevo la boyantía de ciertos grupos que, habiendo sacado a los mejores que éstas tenían, luego se han desentendido de ellas dejándolas sin agentes responsables, en una escasez espantosa para poder cumplir sus fines, programas y planes. Se despoja a la parroquia de sus mejores agentes y, luego, su acción no se vuelve otra vez al servicio de éstas de donde salieron para dedicarse a los fines propios de dichos grupos. ¡Pobres parroquias, siempre necesarias para los grupos y tantas veces convertidas en instrumentos al servicio de los intereses propios de los grupos!

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