sábado, 28 de mayo de 2011

UN SOLO SEÑOR


¡Cuántos amos, Señor! Unos personales: hombrecillos pretenciosos que sobresalen del resto o que se lo creen porque tienen un cargo, una profesión, un servicio importante; otros se lo creen sin sobresalir) en nada. Otros son ideológicos, que imponen y dominan hasta la conciencia; lo explican todo a su luz y van engendrando sistemas que lo engloban todo y, a través de sus estructuras, lo dominan todo. Hasta trepan por las estrellas queriendo domesticarte o desplazarte como si el firmamento pudiera contenerte. A sus instancias, como afirmación o como réplica, van surgiendo concepciones de la vida, formas de vivir, necesidades que satisfacer, etc. Con su cortejo de valores: tener, poder, saber, valer.... que dominan al hombre y lo esclavizan, unos descaradamente, otros de forma más sutil. Pero, en el fondo, muchos amos, Señor, muchos señores que dominan en todo.

Sabes, Señor, de mi susceptibilidad, al menos teórica, en éste sentido. No me gusta tratar a nadie de señor, ni me apetece usar esa palabra para referirme a alguien o colocarla ante un nombre en la dirección de una carta. No me gusta, Señor, y no la pongo. Si me preguntas el por qué tendría que decirte que se remonta a mis años de formación, cuando me deslumbraban los títulos civiles o eclesiásticos. Entonces retumbó en mis oídos muy fuerte aquella expresión de tu Hijo: no os dejéis llamar padre, ni maestro, ni señor... Luego, cada vez que recitaba el credo y decía creemos en un solo Señor o, leyendo las cartas apostólicas, veía que el criterio de fe también iba por ahí, por la confesión de un solo Señor, me convencía de que admitir otros amos que condicionaran, entorpeciendo o anulando, el único señorío legitimo el tuyo era contrario a una existencia humana íntegra, la cristiana.

Tú eres el único Señor. El que ejerces el verdadero señorío en lo visible, que referidos a ti, quedan en su verdadero sitio pero que, no referidos, se convierten en poder opresor. Aquí no hay lugar para señores. Donde Tú estás, donde Tú actúas, donde Tú dominas, hay verdadero señorío. Y Tú estás en todo, lo penetras y lo trasciendes todo. No dejas un solo resquicio de ser, un solo momento de cualquier existir, un solo instante, sin dependencia ni soporte No cabe otro señor, solamente eres Tú. Señoritos que se atribuyan y vivan incluso a costa de ti, Abbá nuestro, los hay a montones. Señores no. Solo hay uno.

Y, además, Tú eres el único que sabes serlo. Los señoritos se imponen e imponen sus gustos, sus formas de ver las cosas, sus soluciones, sus planes y objetivos.... Y lo hacen ejerciendo el dominio sobre personas y cosas, unas veces descaradamente, otras con guantes blancos. Unas veces en su nombre, otras hasta en el tuyo. Tú, sin embargo, no te impones a nadie. Respetas la marcha lenta de la vida hacia sus complejidades, respetas las decisiones ciertas o erradas de su libertad. Estamos tan acostumbrados a que piensen por nosotros, a que nos impongan o nos manden, que hasta nos encrespamos contra ti impacientes criticando tu lentitud o echándote en cara tu in-utilidad. No caemos en la cuenta de que el Señorío, que es el tuyo, ni domina ni impone. Alienta, inspira, atrae, seduce.... Pero, si quisiera resumirlo en una palabra, tengo que mirar a tu Palabra hecha carne, en un ejercicio del dominio desconocido entre nosotros, sin precedentes: sirve desinteresadamente.

Por eso, cuando confieso un solo Señor, de verdad que siento lo único, lo inigualable, lo que no tiene parecido con lo visto u oído entre nosotros. Tú eres Señor, el único, quien ejerces tu señorío en el respeto impresionante a la libertad del hombre. Reconocerlo es sentir libertad, aceptarlo es ejercerla, seguirlo es ampliar tu ámbito y ensancharlo. Tu Reino no solo está cerca, está entre nosotros.

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