lunes, 23 de mayo de 2011

PECADO


Durante mucho tiempo, Señor, me sentí pecador cuando hacía o deseaba o pensaba lo que a Ti no te gustaba. Cuando lo que Tú querías no lo hacía.

Y me enzarcé en cuentas y recuentos de pensamientos, palabras, obras y omisiones que escrupulosamente sopesaba, calculaba y medía en mis exámenes de conciencia, mis confesiones, retiros y ejercicios. Era un agobio, Dios mío, tan grande el que sentía unas veces por no encontrar pecados, otras por ver demasiados, que me hicieron difíciles estas prácticas y, quizás también, un tanto inútiles.

Daba la impresión de que el pecado eran cosas. Pensamientos, palabras, acciones u omisiones que se me pegaban como un parásito inmundo o como una sucia baba que me nacía manchándome inmisericorde.

Más tardíamente, Señor, cuando he mirado hacia atrás, he visto algo que desde entonces me ha conmovido: tu fidelidad, Señor, a esta vida insignificante. He pasado por situaciones borrascosas, a veces me he visto casi lanzado a actuar en contra de lo que mi propia conciencia, educada en la fe, me presentaba como bien; en otras me he librado por pelos de caer torpemente en la contradicción de lo que mi fe y mi humanidad rechazaban. Y, en el fondo de cada una de estas situaciones, siempre apareció algo o alguien que me hizo desistir. Unas veces el bien de las personas, otras un fallo en el proyecto, otras una persona que se ha cruzado y con su palabra o su ejemplo sin saberlo lo ha impedido, otras y es una constante que, a través de signos, me dice que allí estabas Tú.

Y te he visto grande, Señor, todopoderoso. No en la aparatosidad de una actuación despampanante, sino en la fidelidad y la ternura de tu amor hacia mí. Eres grande, Señor, y tercamente fiel en tu amor salvador. Todopoderoso. No anulando mi libertad sino recreando nuevas situaciones que seducen y, al mismo tiempo, hacen comprender. Y no puedo evitar el darte gracias.

Por esta constante experiencia entiendo, Señor, que existen actos, y pensamientos, palabras y omisiones, que son malos y que optar por ellos supone infidelidad mía. Y lo mismo sucede con actitudes y opciones que contradicen lo que en mí has depositado y en mi quieres hacer. Que reniegan de tu amor terco y atan las manos de tu ternura sin límites. Pero todas y cada una de ellas apuntan a algo más profundo: una forma de existir en la vaciedad y el sin-sentido, un núcleo radical en mi persona que se resiste a la llamada, a la pertenencia, al diálogo y la comunión con Quien me ama, un yo no entregado -autosuficiente- que quiere ser señor de su propia historia, produciendo en mi una desintegración de lo integralmente humano.

Cuando palpo tu amor sin límites, tu fidelidad constante, tu misericordia entrañable, tu inagotable perdón, entonces Señor entiendo que el pecado no está en los actos o las cosas, ni en las malicias o debilidades aunque le afecten como causas o consecuencias. Soy yo el pecado. Una existencia errónea, una historia equivocada, una negación real de tu único señorío, un espacio humano negado a tu actuación, un tiempo perdido. En el fondo una apariencia de lo real, de lo vivo. Un iluso que no percibe la realidad tal cual es por sufrir un engaño en la percepción de la misma. Pecado es mi yo entero negado a la comunión contigo, infiel a tu amor en libertad.

Por eso, Dios mío, hoy como nunca me impone la tremenda realidad del pecado. La vaciedad de un existir al margen o en contradicción contigo, con lo que tú has creado, con lo que sostienes en tus manos y en tu Espíritu edificas. Estar en la automarginación original. Sentirme abocado a la plenitud del Absoluto y empeñarme en la absolutización de lo relativo. Pertenecer a la historia del Amor por libre comunicación tuya y salirme de ella para hacer otra historia vacía, solo aparente, donde Tú no estás.

Por ello, desde mis honduras más conscientes te lo suplico: al precio que sea no me dejes, Señor, caer en la tentación.

No hay comentarios: