lunes, 23 de mayo de 2011

Orar, Señor, ¿qué es orar?


¿Forzar, con ganas o sin ellas, una conversación
con el que, con nosotros, tiene siempre la iniciativa?
¿repetir, incansables, oraciones y salmos?
¿aplicar con tesón el corazón a lo que dicen los labios?
¿pedir y pedir lo que necesitamos
a Quien sabe lo que cada uno, y todos, necesitan?
¿fijar la mente y el corazón,
aplicar los sentidos e imaginación,
componer lugares y reproducir escenas
para, racionalmente, discurrir hasta la realidad,
compuesta o imaginada,
que cada uno desea?
¿mirar el rostro o decir lindezas
a Quien no necesita ni hinchas ni piropos?

¿Qué es orar, Señor, te pregunto a estas alturas de mi vida?

¿Verdad que es sorprendente después de haber practicado métodos técnicas, variaciones y correctivos, te pregunte qué es orar?
No lo sé, Señor.
Solo sé que nadie está obligado a comunicarse.
Que no hay oración posible sin libertad.
Quizás por ello, cuando, coaccionado por la necesidad, he recurrido a Ti me he sentido interesado y egoísta.

Cuando lo hice por obligación, palpé siempre la rutina.

Cuando, empujado por el dolor, te he preguntado

¿donde estás?, nunca me has respondido.

Y he querido convencerme de lo que santos y expertos han dicho.

Años enteros me he pasado pidiéndote lo que Tú bien sabes que necesitaba.

Hasta me he repetido sus razones para no abandonar.

Y ahí estás Tú, el Padre bueno, a quien gusta hacerse rogar aún cuando el hijo lo esté pasando mal, cuando lo que pide son tus cosas, metido hasta el tuétano en tus asuntos, cuando no te pide nada para él sino para los demás.

De verdad, Señor, que he salido chasqueado con esas razones de los entendidos y de tus santos.

Nunca te he podido imaginar gustándote que te pidan, gozando en no conceder lo que era necesidad de un hijo, alargando la respuesta hasta lo indecible y, consiguientemente, provocando el abatimiento y la desesperanza.
No te puedo ver así, Señor.
Eres misericordia entrañable,
ternura indecible,
fidelidad terca,
defensor de quien no tiene defensa posible…
¿Cómo puedo verte impertérrito, señalando plazos y créditos, cuando lo que se juega es el hijo mismo.

Por eso no me gusta pedirte. Ni porque crea que me lo puedo resolver sólo, ni porque piense que no te ocupas de nosotros, ni porque crea que es vano recurrir a Ti. No. No me gusta pedirte, aunque tantas veces lo haga por rutina y sin convencimiento.

Tú no eres viejo pero tienes la ancianidad de lo eterno y sabes muy bien la experiencia de tantos padres, ancianos especialmente, de no ser amados, solo buscados cuando interesa a los hijos.

Y no es que no valga pedir o exponer al padre la necesidad sentida, hasta sería una muestra de confianza. No, Señor.

Es que no soy capaz de pedir, ni meditar, ni contemplar, ni rezar siquiera, si antes no tengo la disposición previa de escuchar a Quien me habla, de aceptar a Quien me ama, de seguir fielmente a Quien no quiere para mi ningún mal sino solo bien, y éste absoluto.

Es toda mi existencia, zarandeada por los avatares de la vida, la que libremente está puesta en tus manos. La que transida por tu Espíritu es elegida, llamada, transformada y proyectada hacia Quien está en su origen y su término, en su pasado primigenio y en su futuro Absoluto. La que está sostenida por el Poderoso que tiene el nombre Santo. La que está confiada, con sus éxitos y fracasos al Padre bueno de quien no espera ningún daño.

¿Qué es orar, Señor, te preguntaba? Y, después de cincuenta años orando solo encuentro como repuesta la conciencia abarcante de mi vivir en Ti y desde Ti para los demás. Existir y estar en tu Espíritu confiado enteramente a Tus manos.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Quizas peque de precipitada , o entrometida , pero espero me que disculpen. A mi me encanta la oración de quince minutos en compañía de Jesús Sacramentado, creo que es la forma más sincera , sencilla, así como cercana de hablar con un padre de amor, ternura , comprensión , y perdón. Pala quien la ponga en sus manos a la hora de hablar con Él Amor de los amores.Gracias un saludo cordial