sábado, 28 de mayo de 2011

LA SANTA HUMANIDAD


Entiendo, Señor, que sorprendieras a todos menos a los pequeños cuando viniste. Ya sé que muchos te esperaban. Tenias que hacer algo por tu pueblo. Tú que siempre fuiste fiel a la Alianza. Ellos te esperaban y echaban la mirada hacia atrás contemplando tus gestas. Particularmente aquella, cuando oprimidos y vejados, fueron rescatados con signos y prodigios por tu mano robusta. Era un pueblo viejo con mucha tradición y mucha historia. Ahora también se había agudizado su tensa espera. Vivían oprimidos. ¿No era el momento de tu intervención? Aunque nadie te marca ni días ni horas a tu gratuita comunicación creíste llegado el momento y nos enviaste al Hijo.

Desconcertante, Señor, fue tu intervención. No encuentro otra palabra. Nos sorprendiste como siempre, pero esta vez fue el colmo. Todo un pueblo, con la espera almacenada de siglos, a la expectativa.... y nadie se percató de tu presencia, excepto los pequeños, tus preferidos. Sabes que lo he pensado muchas veces porque, muchas veces también en mi vida, me has sorprendido y tu presencia, esperándote, se me ha escapado. ¿Por qué, Señor, esperándote, te presentas tan inopinadamente es­curridizo? Yo pienso, Señor, que casi siempre te esperamos desde la necesidad y creo que ese no es buen camino, así es muy difícil que nos demos cuenta de tu intervención y tu presencia. La necesidad ofusca y condiciona por el interés que conlleva. Queremos tu intervención aquí y ahora para que soluciones nuestras carencias, señalándote el momento, la solución y hasta la forma de intervenir. Por eso, esperándote, no te percibimos.

Si fuéramos capaces de ponernos en tus manos... de confiar en tu amor inmenso.... de secundar tu iniciativa pues nadie te obliga a comunicarte... de creer de una vez en un Dios gratuito completamente inmerecido... yo estoy seguro de que nuestras esperas nunca serían inútiles, sin percibir al que está viniendo, ha venido y vendrá.

Por esto creo que no se descubrió la presencia del Hijo. Llegó gratuitamente, como donación de tu amor entrañable. En el tiempo oportuno convertido en momento de gracia y en la forma adecuada a esa gratuidad y a ese tiempo. Esto colmaba la necesidad y la espera sin dejarse condicionar por ellas Pero nosotros, condicionados por la necesidad, queríamos una presencia distinta, una intervención temporal sin embarcarnos en la gratuidad del don, un remedio a la necesidad sentida por los medios que creemos más convincentes. Vamos, Señor, que esperábamos un dios hecho a nuestra imagen y lo que contemplamos fue un Hombre. ¡Vaya solución que le diste a tanta necesidad acumulada y a tan larga y tensa espera! Hombres teníamos millones, Dios sólo uno. ¿Cómo notar tu presencia cuando hombres como El había tantos?

Y nació de María virgen un Hombre. Verdadero hombre. No nacen fantasmas ni cuerpos aparentes. El Hijo, Tú Hijo, era un Hombre. Y murió en la cruz, no mueren tampoco apariencias o imaginaciones. Me admira siempre la Santa Humanidad en el pesebre o en la cruz. Aquella carne como la nuestra. En todo igual y en todo tan diferente. ¡Siglos enteros creyendo saber lo que es ser hombres y hasta que no vino Tú Hijo no supimos lo que era un Hombre! ¡Dios mío, menuda sorpresa y desconcierto, menudo trastrueque! Los que estaban en tu sintonía no se desconcertaron. María, que era creyente y pequeña, los pobres de la tierra, que entienden de gratuidad, de esperas y donaciones. Y, los demás, no se dieron cuenta. Ni en su nacimiento, ni en su desarrollo, ni en su vida pública, ni en su muerte. Qué pena, Señor, qué tristeza para los hombres, seguirte esperando y no verte presente, poner tu tienda en nuestro campo y no verte, hacerte presencia viva en nuestra carne y creer que no existes o estás ausente.

No hay comentarios: